Bloque temático I. El pasado humano como objeto de conocimiento. Las técnicas y las fuentes del trabajo del historiador

Sitio: Entorno Open Course Ware (OCW)
Curso: INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA
Libro: Bloque temático I. El pasado humano como objeto de conocimiento. Las técnicas y las fuentes del trabajo del historiador
Imprimido por: Invitado
Día: jueves, 25 de abril de 2024, 08:58

I.0. Introducción al bloque I

La historia construye su discurso moderno a partir del siglo XIX a partir de la aplicación del método científico en su desarrollo disciplinar. Como veremos en el apartado correspondiente, una de las primeras características que tiene la renovación historiográfica del siglo XIX pasa por otorgar un papel fundamental a las fuentes, que se convierten en la herramienta imprescindible para el desarrollo del trabajo del historiador. En esa centuria se desarrollarán los métodos críticos para depurar las fuentes de la manera más precisa posible, aportando todo un bagaje de crítica paleografía y diplomática que, todavía en buena medida, fundamenta la práctica historiagráfica.

Esta valoración de la documentación convierte inmediatamente a los lugares de custodia de los documentos en centros de referencia para el trabajo del historiador. De este modo los archivos y las bibliotecas se convertirán en lugares esenciales para el trabajo histórico. En un primer momento serán los de rango y ámbito nacional. Posteriormente, a medida que se va ampliando el interés historiográfico por las dinámicas locales y regionales y por temáticas ya no exclusivamente vinculadas con el relato histórico de carácter nacionalista, se desarrollará el interés por otro tipo de archivos. Esta evolución en el modo de concebir los archivos llega prácticamente hasta nuestros días, cuando las últimas tendencias de investigación relacionadas con la archivística histórica plantean interesantes y renovadoras propuestas sobre el papel de los archiveros en la construcción de los depósitos documentales con los que hoy contamos para el análisis de la historia.

En ese mismo arco cronológico que asiste a la renovación de la historiografía y que arranca en el siglo XIX debemos enmarcar el desarrollo de otras disciplinas que se conforman como espacios académicos propios, y a los que nos solemos referir como ciencias auxiliares de la historia. De este modo, la sigilografía, la heráldica, genealogía, o incluso las propias paleografía y diplomática de las que ya hemos hablado, se convierten en objetos de estudio en sí mismos, con sus propios métodos de trabajo y cuerpos de investigadores que van perfilando y depurando el trabajo concreto al que dedican su atención. El concepto de ciencia auxiliar deriva del supuesto carácter subsidiario de la información que aportan a la explicación histórica, aunque esta idea merece un debate más profundo, toda vez que la atomización e instrumentación del estudio del pasado hace que cada dato tenga un valor en sí mismo, y para ello el aporte de las ciencias auxiliares en muchas ocasiones se convierte en imprescindible.

A todo ello, además, debemos unir las relaciones que la historia ha ido estableciendo con otras ciencias sociales y humanísticas, desde la filología a la antropología pasando por la sociología, la economía o la geografía, relaciones todas ellas que permiten explicaciones multidimensionales que aportan valor añadido al conjunto de disciplinas que entran en contacto e intercambias reflexiones y conclusiones.

Otro aspecto que veremos en este apartado en relación con la conformación de la disciplina histórica tiene que ver con la configuración del tiempo. Ésta deriva de una construcción cultural, se trata de una realidad propia de cada una de las culturas que han poblado el planeta, y aunque en nuestros días consideremos el tiempo como un elemento objetivable y de carácter universal, el acercamiento al concepto y organización del tiempo en las sociedades del pasado permite comprender las complejas relaciones e interacciones existentes entre economía, cultura, religión y sociedad, que hacen que cada sociedad del pasado tenga su propio ritmo de funcionamiento y particualres modos de medirlo.

Para finalizar, conviene también referirnos a las divisiones tradicionales que el estudio del pasado histórico ha tenido en la historiografía. En este sentido, debemos atender al hecho innegable de que las etapas que van de la prehistoria a la historia contemporánea, pasando por el mundo antiguo, el medieval y el moderno, presentan un marcado carácter eurocéntrico, que únicamente encuentra sentido en la visión que de su propio pasado tienen las sociedades europeas. Pero no podemos suponer que las divisiones temporales derivadas de la concepción occidental del pasado son directamente extrapolables a otros mundos que coexistieron realidad europea de siglos precedentes. Al respecto también veremos en el apartado correspondiente cómo la implementación de nuevos modos de ver el pasado y preguntarnos acerca de él han llevado a proponer diversas periodizaciones que no siempre responden a la tradicional estructuración del pasado que hemos heredado de la historiografía tradicional.

Autor: Roberto J. González Zalacain

Contenido distribuido mediante licencia CC BY-NC-SA 4.0

I.1.Archivos y Bibliotecas

0. El papel de bibliotecas y archivos en la investigación histórica 

La palabra “archivo” tiene distintas acepciones vinculadas con la disciplina histórica. La primera de las ideas hacer referencia al lugar físico en el que se custodian los documentos. Así, el archivo es el espacio destinado en un entorno administrativo a la conservación de los documentos. También es entendido como el edificio en su conjunto, y por extensión como el lugar que alberga a la unidad administrativa encargada de la custodia de la documentación. De este modo, por ejemplo, tenemos desde el archivo de la concejalía de cultura al Archivo Histórico Provincial correspondiente. 

Una segunda acepción del término la tenemos relacionada con la institución generadora de la documentación. Así, cuando por ejemplo hablamos del archivo de la Casa Ducal de Medina Sidonia estamos refiriéndonos no exclusivamente al espacio en el que la fundación que gestiona este legado tiene depositada la documentación, sino a la institución encargada de custodiar la documentación generada por la institución, en este caso la familia, a lo largo de su historia. 

Finalmente, una tercera definición el término nos lleva a contemplarlo como la mera recopilación de documentaciónUn conjunto de documentos es un archivo, aunque para su comprensión en toda su dimensión debamos tener en cuenta muchas cuestiones en las que no podemos profundizar en este momento. 

 

1. Los archivos 

1.1. Tipos de Archivo 

Existen varias posibilidades de clasificación de los tipos de archivos en función del criterio que utilicemos para su definición. Cuestiones como las “edades del documento” o el valor informativo que ofrecen estos mismos documentos que se custodian en cada uno de estos tipos determinan la categoría y el tipo de documentación que podemos encontrar en cada uno de ellos. 

Si atendemos al ciclo vital de los documentos, lo que se acaba de definir como “edades del documento”, podemos distinguir hasta cuatro tipos de archivo. En los archivos de gestión se conserva la documentación viva, es decir, aquella que todavía tiene efectos jurídicos administrativos en vigor. Habitualmente estos archivos de gestión suelen estar en los entornos de las oficinas que tramitan los expedientes sobre los que se refiere la documentación. 

Por encima de los archivos de gestión se sitúan los archivos centrales, que son los encargados a nivel administrativo institucional de organizar el funcionamiento de los archivos en el conjunto de la institución correspondiente. Estos dos tipos de archivo manejan, como ya se ha indicado, documentación viva. 

En la siguiente etapa vital de la documentación encontramos a los archivos intermedios. En ellos se trabaja con la documentación que ya ha perdido esa vigencia que acabamos de identificar. Es en estos archivos intermedios donde se planifica la siguiente etapa que va a vivir la documentación, ya sea pasando a la consideración de documentación histórica, ya sea procediendo a su expurgo a partir de una serie de consideraciones archivísticas concretas. 

La última etapa vital de la documentación la encontramos depositada en los archivos históricos. En ellos se custodia toda la documentación que a día de hoy se considera tiene carácter histórico, más toda aquella que después del procedimiento de análisis previo a la determinación de qué documentación debe pasar a tener la consideración de histórica y cuál debe ser expurgada que acabamos de citar se realiza en los archivos intermedios.  

Con todo esto parece quedar claro que la documentación que se custodie en cada uno de estos archivos tendrá un determinado valor diferenciado de cara al análisis histórico. Por ello una segunda distinción que podemos aplicar sin problema es la de la consideración de la documentación en función del interés de la información que conservar los documentos que allí se custodian. Los archivos administrativos, por su propia definición y por la legislación de protección de datos vigente en la actualidad, apenas conservan documentación de interés para gran parte de las etapas históricas a las que dedican su interés los historiadores. Será, por tanto, en los archivos históricos donde encontraremos buena parte de la información susceptible de ser utilizada para el análisis histórico. 

 

1.2 Los archivos en España 

Partiendo de las premisas que acabamos de indicar veremos a continuación las distintas posibilidades que los archivos históricos ofrecen a los investigadores. Iremos viendo, de mayor a menor rango, los archivos con documentación histórica disponibles para el estudio histórico. De este modo, comenzaremos con los archivos nacionales, para posteriormente dedicar atención a los archivos de ámbito regional y a los archivos históricos provinciales, así como a los archivos locales o a los de entidades privadas, que en muchas ocasiones también custodian documentación de extraordinario interés. 

  

1.3. Los archivos nacionales 

Los archivos nacionales son aquellos que conservan documentación de carácter histórico que abarca el conjunto del territorio nacional con distintas tipificaciones que vamos a ir viendo a continuación: 

Archivo General de SimancasSe trata del principal archivo histórico para el estudio de la corona de Castilla de finales de la Edad Media y la primera modernidad, conserva una ingente cantidad de documentación de extraordinario interés para múltiples aspectos del estudio del pasado de la realidad castellana entre los siglos XV y XVIII. 

Archivo Histórico NacionalSe creó en el siglo XIX con el objetivo de acoger la documentación histórica de las distintas administraciones e instituciones que iban siendo suprimidas al calor de las reformas liberales que se desarrollaron en esa centuria. Por tanto, la tipología de sus fondos es mucho más variada, ya que a documentación propiamente administrativa se une una valiosísima documentación procedente de los conventos desamortizados que, en muchas ocasiones, constituye la documentación más temprana disponible para el estudio de la corona castellana en la Edad Media. 

Archivo de la Corona de AragónEs el archivo de carácter administrativo más antiguo de España, con más de dos siglos más de antigüedad que el Archivo General de Simancas, custodia documentación referida a los distintos reinos y territorios que conformaron la corona aragonesa desde mediados del siglo XIII, con temáticas administrativas, militares, hacendísticas, diplomáticas etc. La documentación que se conserva en él, como ser puede suponer, permite realizar estudios sobre temáticas y cronologías impensables para otros contextos de la historia hispana. 

Archivo General de Indias. Archivo clave para el estudio de la implantación de la monarquía hispánica en América, es el fruto de la fundación en 1503 de la Casa de Contratación de Indias, ubicada en la ciudad de Sevilla, que se convertirá a lo largo de toda la Edad Moderna en centro neurálgico del control político, económico, social y cultural que desde la península se impuso sobre los territorios americanos bajo dominio español. 

Archivo General de la AdministraciónEs el archivo nacional de más reciente fundación, y cumple la función de archivo intermedio de la Administración General del Estado. Por tanto, conserva documentación de todas las administraciones dependientes del gobierno central en los siglos XIX y XX, lo que le convierte en uno de los archivos del mundo con mayor volumen de documentación. Su interés para la investigación histórica radica en la abundante disponibilidad de información referida a la vida en la España de esas épocas, sus fondos permiten desde estudios personales de individuos vinculados con la administración al análisis y planificación artística o patrimonial, ya que por las oficinas de las distintas administraciones pasaban los proyectos arquitectónicos y sus ejecuciones. 

 

1.4. Los archivos regionales 

Existen en el marco archivístico español una serie de archivos que tienen un carácter particular que les hace trascender de la realidad provincial y hace que custodien cada uno de ellos una documentación particular. Entran en este apartado, por ejemplo, el Archivo del Reino de Valenciaque conserva documentación del antiguo reino de Valencia desde el siglo XIII, y cuya gestión actual está en manos de la comunidad autónoma, aunque la documentación conservada es de titularidad estatal. También tiene raíces históricas el Archivo del Reino de Galicia. Fundado en el siglo XVIII dependiente de la Real Audiencia del Reino de Galicia, en la actualidad además de custodiar los fondos recopilados desde esa época también funciona como archivo histórico intermedio en el conjunto de la comunidad autónoma. Parecido origen tiene el Archivo del Reino de Mallorca, correspondiente al histórico reino de Mallorca integrado en el seno de la corona de Aragón, y que a la documentación histórica de la época incorpora en la actualidad esa función antedicha de archivo histórico intermedio. De creación más reciente y sin esta vinculación histórica que estamos viendo en los ejemplos antedichos es el Archivo General de Andalucía, creado al calor del desarrollo autonómico en las décadas finales del siglo XX y que, aunque en origen su finalidad pasa por gestionar la documentación que genera la administración de la Junta de Andalucía, en los últimos años ha realizado un esfuerzo de incorporación de fondos históricos que hacen de gran interés su consulta para determinadas temáticas históricas en el ámbito andaluz.  

Para finalizar este apartado conviene referir en este apartado a dos archivos particulares que mezclan algunas de las características que hemos visto de los archivos de las líneas precedentes. Se trata de los archivos de las reales chancillerías, que ya desde finales del siglo XV eran dos, una con sede en Valladolid y otra con sede final en la ciudad de Granada. Estas instituciones cumplían la labor de actuar como tribunales superiores de justicia en el ámbito territorial de su competencia, y por tanto custodian una ingente cantidad de documentación judicial de extraordinario interés para el estudio del mundo castellano de finales de la Edad Media y de toda la Edad Moderna. En la actualidad el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid continúa bajo titularidad estatal y custodia una cantidad de documentación muy superior a la del Archivo de la Real Chancillería de Granada, cuya titularidad de la documentación sigue siendo estatal pero la gestión administrativa está transferida a la Junta de Andalucía, y que en distintas fases ha sufrido una mucha mayor pérdida documental que su homóloga vallisoletana. 

 

1.5. Los archivos históricos provinciales 

Dentro del organigrama archivístico-administrativo del estado español cada provincia dispone de un archivo histórico provincial en el que se custodia la documentación de los servicios periféricos de la administración estatal, y en los que con suma frecuencia también se incluye otro tipo de documentación, del tipo de los fondos notariales de esas respectivas provincias o las contadurías de hipotecas. Más allá de esta generalidad cada archivo histórico provincial puede llegar a custodiar una muy variada tipología documental en función del devenir particular de esa zona. 

 

1.6. Los archivos en Canarias 

Para el caso concreto de los distintos archivos existentes en la comunidad autónoma de Canarias, y continuando con la explicación de mayor a menor rango jerárquico en la administración, debemos mencionar en primer lugar aquellos archivos dependientes de la administración general del Estado y presentes en las islas. Se trata de archivos creados para recoger, conservar y tratar la documentación generada y producida por los distintos organismos de la Administración General del Estado y que no han sido transferidos a la gestión autonómica. Aquí podemos englobar a los archivos de la delegación del Gobierno en Canarias, así como de las distintas delegaciones insulares, el de la delegación de Hacienda o los distintos archivos de la administración central periférica en Canarias. 

A continuación, debemos reseñar todos aquellos archivos creados por la comunidad autónoma de Canarias con el objetivo de recoger, conservar y servir la documentación generada por la propia gestión administrativa de su competencia. La administración autonómica cuenta con un cuerpo de archiveros propio que se encarga de gestionar todos estos archivos de titularidad autonómica, que van desde el Archivo de la Presidencia del Gobierno de Canarias al del Parlamento de Canarias, pasando por los de las consejerías y viceconsejerías del Gobierno, el archivo del Diputado del Común, etc.  

Dentro de la relación de archivos que hemos mencionado en los apartados anteriores debemos incluir, para el caso concreto de los archivos del archipiélago, en el apartado de archivos de titularidad estatal y gestión autonómica, ambos archivos históricos provinciales, el Archivo Histórico Provincial de Las Palmas "Joaquín Blanco" y el Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Santa Cruz de Tenerife. 

Podemos continuar el repaso sobre las posibilidades documentales existentes en Canarias con los archivos de titularidad militar, que tienen su propio organigrama diferenciado y dependiente de la administración militar. Así, podemos mencionar el Archivo del Gobierno Militar, el de la Comandancia Militar de Marina, o el de la Capitanía General, entre otros. 

Si continuamos descendiendo en la escala administrativa nos encontramos con los archivos dependientes de la administración local. Veremos más adelante el ejemplo concreto y extraordinario del Archivo Municipal de La Laguna, que por sus propias condiciones merece una reseña aparte. Pero más allá de este ejemplo, fuera de lo común, todos los ayuntamientos disponen de un archivo en el que recoger y custodiar la documentación que han ido generando a lo largo de su historia. Y lo mismo ocurre con los cabildos insulares, que también tienen sus propios archivos para tal fin. En este caso, como se puede suponer, los ejemplos concretos varían muchísimo y la casuística sobre las posibilidades de trabajo y organización de los fondos ofrece un panorama de posibilidades muy amplia en función de las características específicas de cada una de las instituciones de las que dependen. 

Antes de finalizar este apartado, y una vez pasada revista a las distintas posibilidades referidas archivos que custodian documentación de titularidad pública, conviene hacer un breve repaso a los archivos de titularidad no pública, fundamentalmente dependientes de instituciones de rango privado. En primer lugar, conviene referirse a este respecto a los archivos de la Iglesia, por otro lado fuente fundamental para la documentación de las investigaciones referidas a la historia del Arte. En este sentido el acercamiento a su explicación puede mantener la visión jerárquica que hemos utilizado en el caso de los archivos públicos. Esta jerarquía, la misma que tiene la institución, nos señala a los archivos históricos diocesanos de ambas diócesis canarias como los depositarios del principal volumen de documentación de cada una de estas circunscripciones administrativas de la Iglesia. Pero no toda la documentación de la Iglesia se encuentra ahí. Aunque desde ambos archivos se ha hecho un esfuerzo por agrupar y centralizar la documentación parroquial de cada una de las diócesis lo cierto es que más allá de lo que se custodia en ellos es bastante frecuente que las distintas parroquias del conjunto del archipiélago aún conserven y custodien la documentación generada a lo largo de toda su existencia. 

Finalmente, este recorrido sobre los archivos que contienen documentación susceptible de ser utilizada para el análisis histórico quedaría incompleto sí no mencionáramos, siquiera de pasada, a la enorme variedad de posibilidades que ofrecen los archivos institucionales y privados. Entre ellos podemos contar desde archivos de instituciones culturales, como el Archivo Casa Museo D. Benito Pérez Galdós, el Archivo de la Casa de Colón, el Archivo del Museo León y Castillo en Telde, etc., hasta archivos de carácter educativo, como los de las Universidades de Canarias o los archivos de Institutos de Bachillerato. también se pueden citar archivos de colegios profesionales, los archivos de protocolos de los colegios notariales, que conservan la documentación previa a su paso los archivos históricos provinciales, o incluso archivos de entidades sin ánimo de lucro, como las reales sociedades económicas de amigos del país, tanto de Las Palmas como de Tenerife, o el Instituto de Estudios Canarios, que no sólo conservan documentación generada por la propia actividad de la institución, sino que ha sido depositarias de legados de particulares que les donaron sus fondos para su custodia. 

Un caso excepcional: el archivo municipal de San Cristóbal de La Laguna 

Cómo se ha señalado un poco más atrás el Archivo Municipal de San Cristóbal de la Laguna constituye un ejemplo único en la conservación de la documentación de carácter histórico en el archipiélago. Al ser la sede del concejo de la isla, durante mucho tiempo única administración local en el conjunto del territorio insular, conserva en su archivo histórico la documentación que en puridad refiere la gestión y el gobierno no sólo de la capital sino también del conjunto del territorio insular. A esta realidad jurídico-administrativa debemos añadir, para comprender el verdadero valor histórico de la documentación custodiada en este archivo, el hecho de que las series documentales se encuentran en muchos casos íntegramente conservadas. A diferencia de los casos de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria o de Santa Cruz de la Palma, cuya posición en la costa las convirtió en objetivo de los ataques piráticos que asolaron las islas a lo largo de la Edad Moderna, y que provocaron en muchas ocasiones perdidas documentales irreparables motivadas por los incendios y demás acciones violentas generadas en esos ataques, el caso de La Laguna es extraordinario ya que su situación geográfica, alejada de la costa y protegida por la altitud en la que se encuentra la localidad, hizo que su documentación se conservará de forma prácticamente íntegra hasta nuestros días. Ya en el siglo XIX, con el proceso de fragmentación administrativa del territorio insular en los distintos municipios que se fueron creando y que fueron generando su propia dinámica institucional, el ayuntamiento de La Laguna mantuvo la custodia de esa documentación histórica y por tal razón llega hasta nuestros días en sus dependencias. 

Además, la extraordinaria labor de gestión de esta parte histórica del archivo le ha valido también la recepción de distintos fondos particulares, tales como el fondo Rueda o el fondo Ossuna, que enriquecen de manera notable las posibilidades documentales de este extraordinario archivo municipal, en el que, además de lo que podemos encontrar en cualquier otro archivo municipal de las islas, debemos añadir estas series documentales de indudable interés. 

 

2. Bibliotecas 

Por su propia definición las bibliotecas constituyen un lugar preferente de trabajo para la investigación histórica. Más allá de ser los lugares de referencia para la búsqueda y localización de la bibliografía, tanto la más actualizada como la de carácter histórico, en este apartado se quiere resaltar también el papel que las bibliotecas tienen en la labor de custodia de documentación y de manuscritos originales, que en muchas ocasiones se convierten en fuentes de primer orden para el estudio que se esté llevando a cabo en esos momentos. 

En este sentido la principal entidad en el campo de los estudios históricos es la Biblioteca Nacional. Con sede en Madrid, se trata de la biblioteca que se encarga de custodiar varias decenas de millones de publicaciones producidas en España desde el siglo XVIII. A esta colección, además, ha de añadirse el conjunto de manuscritos que custodia, que suponen varias decenas de miles de ejemplares, y que en conjunto convierten a esta entidad en una de las principales bibliotecas del mundo. 

Con parecidos fondos, aunque de muy desigual cantidad y valor en función de múltiples factores, debemos destacar a las bibliotecas universitarias. Algunas universidades tienen una trayectoria histórica de muchos siglos que se concreta en el campo bibliográfico en la propiedad y conservación de ejemplares de obras desde la Edad Media, con un indudable valor histórico. En el caso concreto de la Biblioteca de la Universidad de La Laguna podemos destacar su extraordinario fondo antiguo, sin duda entre los más interesantes del archipiélago, y que dispone de muestras bibliográficas de obras que abarcan desde el siglo XV hasta el siglo XIX. 

Dentro de este mismo apartado podemos destacar las bibliotecas de las entidades culturales que han protagonizado buena parte de la actividad científico-cultural a lo largo del siglo XX. Bibliotecas como las de los ateneos, las reales sociedades económicas de amigos del país, o de instituciones enmarcadas en los estudios de ámbito regional, englobadas muchas de ellas en la CECEL, ofrecen un rico panorama de posibilidades bibliográficas para los distintos campos de la investigación histórica. 

Autor: Roberto J. González Zalacain

Contenido distribuido mediante licencia CC BY-NC-SA 4.0

I.2. Las ciencias auxiliares

Introducción 

En este segundo apartado del primer bloque nos entraremos en realizar un somero repaso sobre las aportaciones que las diferentes disciplinas que conocemos como Ciencias auxiliares de la Historia llevan a cabo con el objetivo de aportar rigor e informaciones complementarias a la explicación histórica. 

 

Las ciencias auxiliares de la historia y su papel en la explicación histórica 

Aunque el término “auxiliares” puede dar a entender que se trata de disciplinas subsidiarias de la Historia, lo cierto es que las distintas especializaciones que englobamos bajo este término tienen un sentido disciplinar propio, con métodos específicos de trabajo y resultados esperables igualmente distintos para cada una de ellas. Muchas de estas ciencias auxiliares no se limitan a aportar información de extraordinaria utilidad a los historiadores, sino que también realizan una labor similar en otras disciplinas académicas, como la Filología, la Antropología, el Derecho, etc. 

Habitualmente los especialistas en estos campos se engloban dentro de lo que en los currículos académicos de Historia conocemos como Ciencias y Técnicas historiográficas. La principal de ellas es la Paleografía, el estudio y transcripción de las formas de escritura antiguas, pero existen otras muchas igualmente importantes y que se conforman como herramientas imprescindibles para el desarrollo de los análisis históricos. Veamos a continuación las principales características de cada una de ellas y su relación con el estudio de la Historia.  

 

Paleografía 

Como se acaba de indicar, la Paleografía es la disciplina encargada del estudio de las escrituras antiguas. A través de la aplicación del método específico de trabajo paleográfico los especialistas se dedican al estudio y evolución de las distintas maneras que las sociedades del pasado han tenido de plasmar por escrito las informaciones susceptibles de ser conservadas. Gracias a la Paleografía podemos acceder al contenido de esos documentos escritos, pero el trabajo de las personas dedicadas a esta ciencia no se limita a la mera lectura de los textos, sino que va más allá y profundizan también en el estudio de las propias tipografías de las letras, así como otra serie de cuestiones anexas, como pueden ser las tintas o los soportes escriptorios que se van utilizando a lo largo del tiempo. 

Como es fácilmente deducible la aportación de la paleografía es esencial para toda época histórica previa al desarrollo de la documentación por medios impresos. Sin un conocimiento sólido del modo en que las personas del pasado plasmaban de manera manual sus testimonios escritos no podemos entender en toda su dimensión la información que se ofrece en la documentación conservada en los archivos. Además, el conocimiento específico de las distintas tipologías, tanto de letras como de tintas o soportes escritorios, permite en muchas ocasiones ofrecer una información complementaria al documento. De este modo, podemos deducir la posible falsedad o no a la hora de su elaboración, o incluso la datación del mismo, a partir de esos signos externos, cuando el propio documento no señala cuándo ha sido escrito. Todo ello aporta una información que, en sentido estricto, no se contiene en el documento, y que sólo gracias a esta disciplina podemos conocer. 

Toda persona dedicada a la Historia o a la Historia del Arte que se dedique al estudio de épocas previas al siglo XIX debe disponer de un manejo relativamente solvente de los rudimentos básicos de la lectura paleográfica, ya que de otro modo no sería capaz de acceder a la información contenida en esa documentación.  

 

Diplomática 

Aunque el nombre a primera vista pueda llevarnos a pensar en otro campo de estudio alejado de las ciencias auxiliares de la historia, lo cierto es que la diplomática es otra de esas disciplinas tradicionalmente vinculadas al análisis histórico. Su campo de acción radica en el estudio científico de la conformación de los diplomas y otros documentos antiguos, tanto en lo que se refiere a sus caracteres intrínsecos como a los extrínsecos. Los diplomatistas analizan los documentos a partir de las distintas formulaciones jurídicas que se recogen en ellos, y prestan también atención a otras cuestiones vinculadas con la validación de la documentación, tales como el uso de sellos o las firmas que van incorporadas en esa documentación, y que son las que otorgan validez legal al documento en cuestión Se trata de información de gran utilidad para determinados estudios históricos. 

La Diplomática en épocas más recientes ha ido ampliando su campo de estudio y ha pasado de estudiar casi en exclusiva los diplomas y otros privilegios otorgados a lo largo de la Edad Media a analizar cualquier tipo de documentación jurídico-administrativa que permita ampliar las posibilidades explicativas del documento a partir de ese análisis de las características internas y externas que se acaba de señalar. 

Su estudio ha estado tradicionalmente unido al de la Paleografía, ya que en muchas ocasiones los campos de acción son coincidentes, e incluso las personas que se han dedicado a ambas disciplinas en muchos casos han simultaneado estudios paleográficos con aproximaciones desde la Diplomática. En conjunto, ambas ciencias auxiliares se conforman como las herramientas básicas de aproximación al trabajo histórico, que todo investigador dedicado al estudio de la historia debe manejar de forma al menos básica.  

 

Epigrafía 

Es la disciplina que estudia las inscripciones y demás escrituras grabadas en soporte sólido. Como ocurre con el caso de la Paleografía, también la Epigrafía va más allá de la mera transcripción e interpretación de esas inscripciones, y se dedica igualmente a estudiar tanto los soportes escritorios como la finalidad última para la que fue concebida cada pieza analizada. Habitualmente aparece vinculada a la Historia Antigua, toda vez que es en los soportes pétreos o sobre barro cocido sobre los que se nos ha conservado un mayor número de testimonios escritos de estas épocas. No obstante, no debemos suponer que se trata en exclusiva de una disciplina útil para este periodo, toda vez que inscripciones de este tipo se desarrollan a lo largo de toda la historia, y llegan hasta la actualidad.  

Entre los tipos de inscripciones que podemos llegar a manejar los hay de muy distinto tipo, desde inscripciones con carácter religioso a otras de tipo jurídico, pasando por todas aquellas de carácter edilicio destinadas a rememorar actos públicos del pasado. En el ámbito privado también tenemos epígrafes, ya sea de carácter honorífico, funerario o incluso de tipo doméstico, lo que abre un extraordinario abanico de posibilidades de estudio a partir del manejo de esta ciencia auxiliar de la Historia. 

 

Numismática 

Este término designa a la disciplina encargada del estudio de la moneda en época histórica. Desarrollada al calor de la afición particular al coleccionismo, más allá de una cuestión meramente anecdótica el estudio de las monedas en épocas pasadas ofrece una extraordinaria variedad de informaciones relacionadas tanto con su teórico valor económico como por su potente contenido simbólico y la información de tipo político, religioso, o de otra índole que contienen las monedas. Igual que sucede con el caso de la Epigrafía, la Numismática ha estado muy vinculada al estudio de la Antigüedad, pero no se limita a ella, ya que para épocas posteriores su estudio también ha aportado importantes informaciones para el conocimiento de la realidad de las sociedades que utilizaron esas monedas para sus intercambios y pagos. 

 

Sigilografía 

Esta disciplina que, al igual que las que estamos viendo en este apartado tiene un carácter autónomo pero estrechamente vinculado con otras de las ciencias auxiliares que colaboran en el análisis historiográfico, se dedica en concreto al estudio de los sellos utilizados por parte de las autoridades de las distintas épocas para la validación de la documentación. El sello puede ser tanto la impronta que deja el efecto de presionar con una matriz sobre un soporte que permita dejar la huella identificativa de esa matriz, tanto como la evolución posterior que ha tenido en forma de sello impreso. Por esta propia condición se puede entender que su relación con la Diplomática, que ya sabemos que se dedica al estudio de la validez documental de lo contenido en los distintos documentos, entre otras cosas, es sumamente estrecha. 

 

Heráldica 

Dedicada al estudio de los blasones, se trata de uno de los campos más prolíficos y a la vez espacio de interacción habitual entre los especialistas y el público aficionado. A lo largo de la Edad Media se desarrolló todo un conjunto de lenguajes asociados a la plasmación en los distintos blasones de las distinciones que correspondían a las familias nobles del período. Su estudio, por tanto, parte de principios basados en el estudio de la seño logía y de medios de comunicación, toda vez que la composición heráldica de estos blasones formaba parte de unos códigos de comunicación muy bien establecidos y conocidos por las partes intervinientes en la época. Aunque en la actualidad su desarrollo ha perdido buena parte del rigor basado en los códigos compartidos, no deja de resultar una disciplina qué aporta importantes informaciones en el campo de los universos simbólicos y de la comunicación política tanto del pasado como del presente. 

 

Genealogía 

Se entiende dentro del campo de actuación de la Genealogía todo estudio relacionado con la identificación y seguimiento tanto de los ascendientes como de los descendientes de una persona en particular, o una familia en general. Habitualmente recogidas en documentos homónimos, los genealogistas dedican su trabajo a la depuración de esas relaciones familiares intergeneracionales y su plasmación gráfica.  

Su estudio tiene una profunda tradición práctica, toda vez que la tradición genealógica está en la base de buena parte de los estudios de familia que a lo largo de toda la Edad Media y Moderna se fueron desarrollando por parte de las familias interesadas en resaltar sus linajes o conectarlos de manera más o menos real con entes o personajes renombrados que otorgarán lustre a la familia. En épocas más recientes la Genealogía ha permitido aportar datos muy importantes a especialidades de la historia como la historia de la familia, que ha encontrado en esta plasmación gráfica del desarrollo natural de las familias en sus variables fundamentales de matrimonio y nacimiento una fuente de información de extraordinario interés.  

Incluso se trata de una disciplina con posibilidades prácticas muy elevadas. Por ejemplo, tengamos en cuenta que una parte significativa de las reclamaciones de ciudadanía española por parte de personas nacidas en Latinoamericana pasa por la correcta acreditación, realizada mediante herramientas genealógicas, de su vinculación familiar con antepasados españoles. Es solo una posibilidad de las múltiples que esta ciencia auxiliar tiene a la hora del análisis social e histórico, pero también sin olvidar, como ya hemos resaltado para muchas de las especialidades anterriomente referidas, con una entidad propia que hace que tenga sus propias herramientas, materiales de trabajo, objetivos e incluso sociedades científicas que agrupan a las personas dedicadas a su desarrollo disciplinar. 

 

Cronología 

Se trata de la especialidad que se encarga de estudiar el orden de los acontecimientos históricos, y la distinta formulación que la medición del tiempo ha tenido a lo largo de la historia. Aunque en esta ocasión no es muy habitual encontrarnos con personas dedicadas en exclusiva al estudio de la Cronología, lo cierto es que no deja de ser una ciencia auxiliar en tanto en cuanto tiene unos objetivos muy concretos de trabajo, que pasan por la determinación de las variables fundamentales en la ordenación del tiempo de las distintas sociedades del pasado. Debemos tener en cuenta que cada cultura ha ido desarrollando distintos modos de medir y nombrar el tiempo, y de ubicar los acontecimientos del pasado en un contexto espacio-temporal determinada. En la actualidad conviven múltiples maneras de medir el tiempo. Sin ir más lejos en la cuenca mediterránea debemos atender a la existencia de la medición del tiempo cristiana y a la musulmana, con distintos años de origen y con diferente modo de articular sus calendarios. 

 

Iconología 

Se trata de una disciplina de extraordinaria utilidad para el campo de la Historia del Arte, ya que estudia, a partir de la simbología de los distintos elementos que aparecen en la imagen, la representación de todas aquellas posibles interpretaciones de raíz moral o natural en función de su vinculación con la figura o apariencia de las personas. No debe confundirse con la Iconografía, también muy interesante pero que se limita al estudio de la descripción de las imágenes y su relación con un mensaje concreto, la Iconología la estudia de modo más amplio, tratando de encontrar generalizaciones y explicaciones de tipo más general. 

 

La aportación de otras disciplinas académicas: Filología, Antropología, Sociología 

Como se señala en la introducción de este apartado, además de estas ciencias auxiliares que podemos considerar de manera más o menos directa como dependientes del trabajo del historiador, en las últimas décadas la aparición de renovadoras aproximaciones desde el punto de vista historiográfico ha ampliado las relaciones de la Historia con otras disciplinas tradicionales del mundo humanístico y de las Ciencias Sociales. En este sentido, por ejemplo, con la Filología se han continuado estrechando los lazos, relacionados muy especialmente con el estudio del lenguaje. Algunas aproximaciones enmarcadas en las propuestas posmodernas de renovación de la historiografía, como el Giro lingüístico, toman a la lengua y sus expresiones precisamente como elemento vehicular de la explicación histórica.  

Por su parte, la Antropología ha aportado herramientas muy útiles a la hora de permitir el acercamiento a la comprensión de sociedades del pasado, especialmente a todas aquellas previas al desarrollo de la modernidad, que opera una serie de cambios trascendentales a partir del siglo XVIII con el desarrollo de la Ilustración. De este modo, los antropólogos, a partir de una depurada manera de acercarse a otras sociedades, han ido elaborando todo un corpus teórico-práctico que ha permitido a historiadores de las sociedades anteriores a ese siglo XVIII tener un bagaje conceptual y metodológico más amplio a la hora de empatizar y comprender formas de pensar, actuar, relacionarse, incluso desarrollar las actividades económicas distintas a las propias del mundo resultante de la revolución capitalista, liberal e industrial que se va dando a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. 

Y lo mismo podemos decir de las aportaciones recibidas desde el campo de la Sociología, que a lo largo de todo el siglo XX ha ido desarrollando todo un corpus teórico que ha permitido entender mejor el funcionamiento de las sociedades complejas, y de algún modo se ha podido utilizar parte de su equipaje teórico para el estudio de las sociedades del pasado. 


Autor: Roberto J. González Zalacain

Contenido distribuido mediante licencia CC BY-NC-SA 4.0


I.3. Fuentes

0. Introducción 

Las fuentes constituyen el elemento esencial para el trabajo del historiador. Entendemos por fuente histórica todo aquello que contenga información, en cualquier tipo de soporte, que permita un conocimiento, directo o indirecto, de la realidad del pasado histórico que se está estudiando. Sin fuentes no hay historia. Se puede debatir al respecto de las posibilidades de acercarnos a una verdad histórica concreta, como veremos en alguno de los bloques siguientes, pero lo que es indudable es que un trabajo histórico riguroso parte del análisis de las fuentes, no de cualquier otro tipo de argumentación o elucubración. 

Existen varias posibilidades para clasificar los distintos tipos de fuente con los que cuentan los historiadores para desarrollar su trabajo. Una primera diferenciación puede partir de la relación de la propia fuente con el objeto de estudio. De este modo, podemos distinguir entre fuentes directas o indirectas, también definidas en ciertos textos académicos como fuentes primarias o secundarias. En el primero de los casos nos estaremos refiriendo a todos aquellos elementos informativos que estén directamente vinculados con el objeto de estudio que estamos analizando, mientras que en el segundo caso se corresponde con informaciones, habitualmente de carácter historiográfico, que aportan información ya elaborada sobre ese tema en cuestión.  

No se trata de una distinción única y excluyente. En muchas ocasiones una misma fuente puede ser primaria o secundaria en función del objeto de estudio que se esté analizando. Por ejemplo, podemos entender que la obra El capital, de Karl Marx, es una fuente primaria para todos aquellos estudios sobre la figura de este pensador decimonónico, o aquellos que giren sobre el pensamiento económico del siglo XIX. Y, sin embargo, la consideraremos como fuente secundaria si estamos analizando el feudalismo medieval como modelo de organización social, también estudiado por Marx en su obra (y de ahí su interés para su estudio), pero sin una relación directa en el tiempo y el espacio. 

Un segundo criterio de clasificación de las fuentes utilizado muy habitualmente es aquel que parte del soporte material que presentan, y del modo en el que se conserva la información susceptible de ser utilizada en el marco de la investigación histórica. Así, podemos distinguir entre fuentes escritas, epigráficas, numismáticas, iconográficas, audiovisuales, arqueológicas, etc. 

Pero, conviene insistir en que estos criterios clasificatorios no son excluyentes, en muchas ocasiones debemos combinar distintas etiquetas a la hora de definir una fuente en concreto. Y, en todo caso, siempre debemos tener en cuenta que el carácter y la definición de la fuente están directamente relacionados con el objeto de estudio para el que se destina. 

 

1. Las fuentes escritas 

Aunque la evolución historiográfica de las últimas décadas ha ampliado de manera notable el abanico de fuentes susceptibles de ser utilizadas en la investigación histórica, lo cierto es que todavía las fuentes escritas constituyen el fundamento básico de la mayor parte de la historiografía. En este sentido conviene hacer una primera precisión inicial que nos lleve a distinguir entre los dos grandes tipos de fuentes escritas qué coexisten en la oferta de información para la investigación histórica. Así, tenemos por un lado las fuentes impresas, conservadas tanto en archivos como en bibliotecas, y por otro a las fuentes documentales, fundamentalmente conservadas en los archivos.  

En el primer apartado, el de las fuentes impresas, debemos incluir todas aquellas obras que ofrecen información de indudable interés para los historiadores, y que son el resultado de un procedimiento editorial. En función de cuál sea nuestro tema de investigación podemos manejarnos con fuentes literarias, cuyo análisis permite no sólo conocer el universo cultural de la época en la que fueron creadas sino que además permite profundizar en aspectos ideológicos o sociales implícitos en el desarrollo de esas obras. Por su parte, las fuentes de carácter normativo o jurídico ofrecen un marco de referencia esencial para el estudio de las organizaciones estatales a partir de la Edad Moderna e incluso para aspectos de indudable trascendencia social como pueden ser todos aquellos vinculados con la violencia o la criminalidad. En otro orden temático también nos podemos acercar a manuales de carácter científico-técnico, esenciales para comprender el conocimiento científico de una época determinada. Y, por supuesto, no debemos finalizar este somero repaso, realizado sin ningún ánimo de exhaustividad, sin mencionar la valiosa aportación que para los estudios de historia política pueden tener las propias narraciones históricas, del tipo de crónicas u otros textos similares, o incluso todas aquellas biografías y memorias escritas por personalidades de distintas épocas, y que ofrecen una información y perspectiva difícilmente alcanzables a través de otras fuentes de estudio.  

En el segundo tipo de fuentes escritas debemos contemplar todas aquellas fuentes de archivo que ofrecen testimonio escrito de toda la actividad realizada por los productores de la documentación en el pasado. En esta clasificación conviene traer a colación todo lo que hemos visto ya en el apartado anterior relacionado con los distintos tipos de archivo. En función del archivo en el que se custodie esta documentación escrita las tipologías documentales variarán, desde la documentación real o estatal (en función de las épocas) a la documentación notarial, pasando por la documentación judicial o la de rango local. Y lo mismo podemos decir de la documentación eclesiástica, de la que ya vimos que existen distintos niveles en la jerarquía archivística que implican la custodia de unos tipos de documentación distintos en función de cada caso. Pero en todas ellas lo que prima es el carácter escrito de la información contenida, que en ocasiones se complementa con otras posibilidades, con menor frecuencia de presencia pero igual o incluso superior valor informativo, y que nos remiten a análisis iconográficos, numismáticos, sigilográficos o heráldicos para la obtención del toda la información contenida en esas fuentes. 

 

2. Fuentes arqueológicas y la arqueología de la arquitectura 

La Arqueología es una disciplina esencial para la explicación histórica. Aunque lo más habitual es relacionarla con el estudio de las épocas prehistóricas o de las primeras etapas de la historia de la humanidad, lo cierto es que en los últimos años su potencial explicativo se ha ampliado mucho al comenzar a generalizarse los estudios arqueológicos de épocas más recientes, entendiendo por tales las que van desde la Edad Media hasta la actualidad. 

Es evidente que para el estudio de la Prehistoria únicamente podemos valernos del registro arqueológico, y es en ese campo en el que más se han desarrollado las investigaciones arqueológicas. Pero también para la Antigüedad, y para las etapas más recientes, la Arqueología ha permitido documentar muchos elementos de la vida económica y social de esas sociedades. Sin olvidar que es en contextos arqueológicos en los que aparecen, en un porcentaje prácticamente mayoritario de los casos, todos esos testimonios escritos en soporte sólido que vimos en el apartado anterior que se estudian desde la Epigrafía. 

En épocas más recientes el estudio arqueológico ha permitido acercarnos a muchos elementos de la vida cotidiana o de la ocupación del espacio que se escapan entre los dedos para todos aquellos que únicamente se limitan a la consulta de fuentes escritas. A ellos debemos sumar la pujante vitalidad de campos de estudio como la Arqueología Industrial, que han puesto el foco sobre determinados elementos de índole histórico-patrimonial hasta ahora no contemplados por los estudios historiográficos tradicionales. 

En este sentido, también se debe destacar para el estudio de la Historia del Arte una subdisciplina que está aportando interesantísimos resultados para la documentación de los procesos constructivos en el ámbito arquitectónico. La conocida como Arqueología de la arquitectura permite comprender, a partir de un riguroso método de análisis, los procesos de conformación estructural y decorativa de los edificios a lo largo de toda su existencia, ofreciendo interesantes resultados al respecto de la comprensión del edificio como un proceso, y no como un objeto inerme que ha permanecido inalterado a lo largo de toda la historia.  

Todo este conjunto de fuentes arqueológicas supone un caudal informativo de gran valor, que permite en algunos casos elaborar interpretaciones históricas que de otro modo sería imposible de realizar, y en otros complementar la información disponible arrojando luz sobre aspectos poco documentados o ni siquiera mencionados en la documentación escrita. 

 

3. Fuentes iconográficas 

No se concibe un apartado destinado a la explicación de las fuentes históricas en el marco de un curso destinado a historiadores del arte sin siquiera mencionar las fuentes iconográficas y pictóricas. Para el caso de la Historia del Arte no sólo son la principal fuente de estudio, sino que son en buena medida el propio objeto de estudio. Pero, más allá de esta realidad, que el lector interesado deberá profundizar en bibliografía específica destinada la Historia del Arte, lo cierto es que todas estas manifestaciones artísticas también constituyen importantes fuentes de información para el conocimiento de la sociedad, economía, cultura o política de épocas precedentes.  

La vinculación entre arte y poder a lo largo de las distintas etapas históricas ha aportado una significación específica y un contenido ideológico concreto a una parte muy importante de lo que hoy conocemos bajo la etiqueta de “obras de arte”. Además, muy especialmente a partir del Renacimiento, con su interés en la plasmación de la realidad observada por el artista, las fuentes pictóricas se convierten en elementos de información que de manera visual aportan toda una serie de informaciones relacionadas con la vida cotidiana u otras facetas de la sociedad del momento que de otro modo serían de difícil acceso y comprensión para los historiadores interesados en el conocimiento de esos períodos.  


Autor: Roberto J. González Zalacain

Contenido distribuido mediante licencia CC BY-NC-SA 4.0


I.4. Los historiadores y la medición del tiempo

0. Introducción. Tiempo e Historia. Precisiones iniciales 

La relación entre el tiempo y la historia es muy estrecha y cubre distintas vertientes de la cultura de las sociedades del pasado, así como de la propia metodología de trabajo de la disciplina. En la primera de las facetas debemos tener en cuenta que el tiempo es una construcción cultural, que varía con cada una de las distintas culturas que se han venido sucediendo a lo largo del pasado. Asimismo, en la otra perspectiva de relación, debemos tener presente que el trabajo del historiador tiene como primera y principal premisa la ubicación en el tiempo y el espacio de los procesos que está analizando. Para ello las nociones de causa y consecuencia, las distintas etapas históricas construidas en el devenir historiográfico, o incluso las variables velocidades de cambio histórico que algunas corrientes historiográficas han definido, constituyen elementos esenciales a la hora de tener en cuenta la ineludible conexión existente entre la toma en consideración del tiempo y el análisis histórico.  

Para lograr un correcto desarrollo de todas estas cuestiones conviene volver a a citar aquí una ciencia auxiliar de la que ya hemos hablado con anterioridad en el apartado correspondiente. La Cronología se muestra como una herramienta imprescindible. Merced a su labor, dedicada a desentrañar los usos culturales del tiempo en todas sus posibilidades que las diferentes culturas que han habitado el planeta en época histórica (para las etapas prehistóricas parece evidente que las fuentes que se nos han conservado no permiten comprender cual podría ser su concepción del tiempo) han ido desarrollando en su devenir histórico, conocemos con mucha mejor precisión los usos sociales, políticos y económicos que la gestión del tiempo ha tenido a lo largo de la historia. 

En la vertiente referida a la parcelación del tiempo llevada a cabo a partir del trabajo historiográfico no debemos pensar que el tiempo histórico se nos presenta inmutable y sin fisuras. Existen múltiples divisiones del pasado, que aumentan a medida que las perspectivas posmodernas y poscoloniales van ofreciendo miradas más complejas y alejadas del eurocentrismo explicativo que ha caracterizado buena parte del análisis histórico en los siglos precedentes. De este modo, debemos entender que etapas como la Historia Antigua, la Edad Media, o la Edad Moderna, tienen sentido fundamentalmente dentro de las lógicas y las dinámicas de desarrollo de las sociedades europeas occidentales y sus proyecciones coloniales. Y lo mismo debemos remarcar para el caso de determinados sectores de las poblaciones del pasado que no vieron modificadas sustancialmente sus condiciones de vida con el paso de unas etapas a otras. Fueron pioneras en estas reflexiones las historiadoras de las mujeres que reivindicaron una división cronológica del pasado atendiendo a criterios distintos a los puramente factuales que caracterizaban a la academia tradicionalmente. Y lo mismo podemos decir de los historiadores de la economía, que proyectan modelos socioeconómicos como el feudalismo mucho más allá de las fronteras de la Edad Media, mostrando cómo para determinados ámbitos de la vida de las sociedades del pasado los cambios operados que justificarían una consideración de etapa nueva no encajan en esas divisiones tradicionales ofrecidas por la historiografía clásica. 

Como se ha comentado más arriba, el historiador también debe atender a las distintas implicaciones que tienen los ritmos de cambio de los procesos históricos. Hace ya bastantes décadas que los teóricos de la escuela de Annales expusieron el distinto tiempo de cambio existente entre el acontecimiento y la estructura. La definición de larga duración (longue durée) realizada por Fernand Braudel en su clásico El Mediterráneo y el mundo Mediterráneo en la época de Felipe II (véase bloque I.5 del curso), con algunos matices, sigue vigente en la actualidad.  

Queda por apuntar un último elemento en este apartado introductorio sobre la relación entre tiempo e historia, y es precisamente la determinación de la importancia de la propia concepción del pasado histórico y del desarrollo de las sociedades hasta el tiempo de su presente que han tenido las distintas culturas a lo largo de la historia. Hasta el desarrollo de la historia como disciplina regida por los condicionantes propios del método científico las distintas civilizaciones fueron desarrollando sus particulares explicaciones del origen del universo y del desarrollo de las distintas realidades hasta llegar al momento en que se plasmaron por escrito. En el bloque correspondiente veremos con mayor detalle algunas de estas explicaciones, pero no debemos perder de vista que no se trata exclusivamente de una concepción disciplinar, sino que incide directamente en la forma que las distintas sociedades tenían de comprender y concebir el tiempo histórico. 

 

1. La historia de la medición del tiempo 

El primero de los elementos a tener en cuenta a la hora de valorar la importancia de la medición del tiempo es, como se acaba de apuntar en la exposición introductoria previa, la realidad ineludible de la necesidad de la ubicación en el tiempo y el espacio de las sociedades del pasado y los distintos procesos históricos de cambio y permanencia que se fueron desarrollando en su seno.  

Para ello debemos tener clara una cuestión esencial, ya apuntada más arriba, y es que cualquier unidad de medición del tiempo es por definición puramente cultural. Quizás la única que tiene cierta homogeneidad y lógica explicativa universal es la medida del día, no alterable y que se percibe con facilidad por parte de los humanos, toda vez que corresponde a ciclos muy cortos y fácilmente aprehensibles. A partir de ahí, todas las demás unidades son construidas artificialmente y varían de una cultura a otra. Las divisiones en semanas, meses o años tienen lógicas explicativas propias y diferentes en función de quien las maneje. 

Para la toma en consideración de esta realidad cultural debemos aplicar enfoques comprensivos diferentes, aunque en ocasiones complementarios. Para una economía de base agrícola las estaciones son variables y con límites algo imprecisos, pero tienen un sentido de unidad que permiten identificar de una manera relativamente clara en qué momento del año (y del ciclo económico anual) nos encontramos. Y a partir de esas consideraciones la religión puede elaborar discursos explicativos que intervienen sobre los calendarios y en general la medición del tiempo, a los que se les da una explicación de carácter religioso. Y es que, como veremos en los distintos ejemplos algo más adelante, la relación entre religión y control y gestión del tiempo es sumamente estrecha. 

Tenemos noticias de las primeras pautas de ordenación del tiempo ya en la civilización babilónica, la cual la transferiría al mundo cultural hebreo. Desde esa época disponemos ya de información acerca de partición el tiempo en calendarios anuales, que a su vez dividían el tiempo en meses lunares. Esta realidad, vinculada al conocimiento astronómico por parte de especialistas en estas sociedades, comienza a incorporar también pautas de ajuste para intentar calibrar la medición calendárica con las observaciones sobre la rotación de la tierra o de la luna. 

Será la civilización romana la que acabe adoptando el ritmo solar como medición anual del calendario y establecerá el modo de organizar el tiempo a partir de las decisiones tomadas por Julio César, es su faceta de Pontifex maximus, decretadas en el año 46 a.C. Este calendario será la base del que permanecerá en el antiguo solar imperial tras su implosión en el siglo V d.C., en buena medida también porque acaba siendo adoptado como medio de organizar el tiempo por el cristianismo. Se fijarán toda una serie de fiestas rituales alrededor de este calendario, y a comienzos del siglo VI Dionisio el Exiguo, a petición del papa Juan I, establecerá definitivamente la fijación del año del señor. Hoy sabemos que se hizo con imprecisión cronológica en relación al momento del nacimiento de Jesucristo, pero es indudable que a pesar de ello se trata de una decisión que todavía hoy define la manera que tenemos en el mundo occidental de indicar el tiempo concreto en el que estamos.  

La última actualización que se realizó del calendario cristiano corresponde a la reforma gregoriana llevada a cabo en el año 1582, aunque asimilada en distintos momentos posteriores por los diferentes países. Con esta reforma se procedió a ajustar el calendario, a partir de complicados estudios astronómicos, suprimiendo diez días del mismo para poder calibrar la escasísima desviación existente entre la medición del tiempo y el ciclo de rotación de la tierra alrededor del sol. 

Por su parte, la civilización islámica acabará conformando un nuevo modo de medir el tiempo a partir de un calendario lunar, y una cronología que fija el año uno en la Hégira, que se refiere a la fecha de la huida de Mahoma de La Meca a Medina en el año 622 de la era cristiana. Se trata de un nuevo ejemplo de cómo las distintas religiones han comprendido que el control del tiempo forma parte esencial de su tarea doctrinal. 

 

2. Las etapas de la Historia  

La historia universal está estructurada fundamentalmente a partir de los distintos ciclos evolutivos por los que pasó el mundo occidental, entendiendo este término con unos límites histórico-geográficos algo distintos a los que hay englobaríamos dentro de la idea de Occidente. Así, el proceso de neolitización y de desarrollo de civilizaciones en el ámbito del Próximo Oriente determina el inicio de la Historia Antigua, que se produce tanto en oriente como en occidente. Pero esta cierta unidad geográfica dentro de una etapa cronológica se rompe cuando en el ámbito occidental cae el imperio romano y se fragmenta el territorio en múltiples unidades políticas que pueblan a partir de ese momento el continente europeo. Ese periodo, conocido como Edad Media, tiene explicación y denominación exclusivamente en términos puramente eurocéntricos. Como igualmente basados en esta realidad occidental son los argumentos que justifican la entrada en la siguiente etapa histórica, la Edad Moderna, definida por la ampliación de los horizontes del viejo continente y el inicio del proceso de mundialización que trae aparejada la llegada de los europeos a América, Asia y Oceanía. En todo este proceso que estamos relatando, y que culmina con las revoluciones que se van dando en el ámbito anglosajón a lo largo de los siglos XVII y XVIII, y que llegan a su cénit con el desencadenamiento de la revolución francesa en 1789, será la historia europea la que poco a poco vaya determinando el ritmo evolutivo del resto del planeta. Esta revolución, y la de índole económico que conocemos como Revolución Industrial, determinan el inicio de la última gran etapa histórica, la Edad Contemporánea, prolongada por los especialistas a partir de 1945 en la Historia Reciente Esto, no obstante, no nos debe dejar de tener muy presente que en amplias zonas del mundo coexistían todavía civilizaciones y culturas con formas políticas, económicas, sociales y culturales distintas a las europeas del momento. 

También ha de tenerse en cuenta que, en realidad, esta consideración del carácter eurocéntrico de las etapas de la historia, unida a la idea ya señalada con anterioridad referida al hecho de que en función del objeto de estudio analizado es muy probable que las cesuras y los cambios de etapa debamos ubicarlos en momentos distintos a los que tradicionalmente utilizamos para marcar las etapas históricas, no es exactamente una novedad en términos historiográficos. La Historia del Arte lleva manejando de manera tradicional, y desde hace bastante tiempo, sus propias lógicas de división de los periodos en función de criterios estéticos y culturales propios, no siempre coincidentes con las etapas históricas generales.  

En el caso de la Historia del Arte es evidente que muchas de las etapas de estudio se vinculan a civilizaciones concretas, como puede ocurrir con todo el arte antiguo (egipcio, babilónico, griego o romano, entre otras posibilidades), pero no es menos cierto que otros de los tradicionales términos utilizados para definir con precisión etapas artísticas no encajan exactamente en esos modelos de división histórica. El caso paradigmático al respecto lo tenemos con el Renacimiento, estilo cultural (por utilizar el término más amplio posible debido a todas las facetas de la creación artística sobre las que influyó) que se encuentra cronológicamente a caballo entre la Edad Media y la Moderna, y que determina incluso en función de las historiografías nacionales divisiones históricas propias. Así, en el caso de la historiografía de la península italiana el Renacimiento es un período histórico con todos sus atributos, mientras que para las de otros contextos europeos se trata básicamente de un fenómeno histórico-artístico que, además, se va dando con matices particulares en distintos momentos en función del lugar determinado al que nos estemos refiriendo. Y, a medida que va avanzando el conocimiento disponible sobre artistas y obras, vemos cómo las subdivisiones que se dan para épocas posteriores a ésta del Renacimiento enriquecen las divisiones aportadas por la historiografía tradicional. De este modo, nos encontramos dentro de la Edad Moderna estilos artísticos que van desde el propio Renacimiento, el Manierismo, el Barroco o el Rococó, y en la etapa contemporánea los ciclos de cambio artístico son muchísimo más acelerados aún y se cuentan por décadas en el mejor de los casos. 

El profesional de la historia, y por extensión de la historia del arte, debe manejar todas estas indicaciones que se han ido señalando a lo largo de los párrafos precedentes con suma cautela y precisión a la hora de acercarse al conocimiento de las sociedades concretas sobre las que se quiera realizar el análisis. La historiografía ha construido una visión del pasado a partir de estas etiquetas, pero éstas no deben ser consideradas como compartimentos estanco homogéneos, sino simplemente como herramientas para intentar agrupar y sistematizar de algún modo elementos comunes en un tiempo y lugar determinados, en un ejercicio de síntesis interpretativa que permita explorar las posibilidades analíticas que el conocimiento de esas sociedades pueda ofrecer. Pero, a la par de esta circunstancia, la investigación histórica debe estar alerta también a la particularidad, a la diferencia, y tratar de explicar la función del contexto concreto en el que fue generada.  


Autor: Roberto J. González Zalacain

Contenido distribuido mediante licencia CC BY-NC-SA 4.0


I.5. Para saber más

Enlaces de los materiales formativos de la BULL: 

 

Bibliografía 

Braudel, F., La historia y las ciencias sociales, Alianza Editorial, Madrid, 1968. 

Arias Serrano, L., Las fuentes de la historia del arte en la época contemporánea, Barcelona, Ediciones del Serbal, 2013. 

Yarza, J. Guardia, M. y Vicens, T., Fuentes y documentos para la del Arte Medieval I: Alta Edad Media y Bizancio; II: Románico y Gótico, Barcelona, 1982. 

 

Vídeos 

Curso La historia y su método, de Carlos Sabino: https://www.youtube.com/playlist?list=PLJphUGUUFgCTA_b_tKwdCIBYNnBWsPLjL

El origen de nuestro calendario: https://www.youtube.com/watch?v=ydJQX1fAIjM