Bloque temático II. La Historia como disciplina

Sitio: Entorno Open Course Ware (OCW)
Curso: INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA
Libro: Bloque temático II. La Historia como disciplina
Imprimido por: Invitado
Día: viernes, 27 de diciembre de 2024, 19:40

1. II.0. Introducción al bloque II

Hemos visto en el apartado anterior cómo el pensamiento histórico forma parte de la concepción del tiempo de buena parte de las culturas que han existido a lo largo de la historia. En el apartado correspondiente tendremos la oportunidad de comprobar cómo desde las civilizaciones próximoorientales están documentadas referencias a la existencia de una cierta conciencia del pasado, unida a la circunstancia de la intención de explicación de cómo esas sociedades han llegado al presente en que se escribieron los relatos. Sin embargo, no será hasta la transición entre el Antiguo Régimen y las sociedades liberales contemporáneas, es decir, entre los siglos XVIII y XIX, cuando llegue el momento de que la Historia tome carta de naturaleza como disciplina científica. No debe extrañar esta circunstancia, toda vez que es precisamente en ese momento cuando cristaliza el desarrollo científico en otros campos y se impone un método que acredite el carácter científico de las investigaciones realizadas en cada una de las disciplinas. Será en ese momento cuando la historia comience a desarrollar su propio método, aunque desde entonces hasta la actualidad los cierto no se ha conseguido consensuar entre todas las personas que han investigado el pasado una opinión unánime acerca de su cientificidad. 

Las propias características del objeto de estudio, las sociedades en el pasado y su evolución hasta el presente, hacen que la historia tenga muchos problemas a la hora de poder acometer algunas de las claves esenciales del conocimiento científico desarrollado por las ciencias exactas. No existe la oportunidad de la experimentación, y además la extraordinaria complejidad de las sociedades humanas hace prácticamente inviable la condición de repetitividad en la explicación. En otras palabras, la historia no puede establecer leyes generales, toda vez que la interacción de todos los elementos que conforman una sociedad concreta en un momento determinado generará siempre reacciones distintas con resultados divergentes. 

Ellos no ha sido óbice, no obstante, para que en el pasado determinadas posiciones historiográficas hayan intentado encontrar leyes generales de explicación de los procesos históricos, pero su escasa capacidad explicativa en el momento de utilizarlas para la explicación de casos concretos, que acabó generando tantas excepciones a las leyes generales como ejemplos estudiados, unida a la confirmación de que la historia carece de predictibilidad, otro de los elementos esenciales de la ciencia exacta, ha hecho abandonar a la mayoría de la profesión la intención de considerar a la historia como una ciencia. 

En cualquier caso, este debate tiene cierto regusto nominalista, toda vez que incluso en las ciencias exactas se está debatiendo, desde un punto de vista pista epistemológico, la invariabilidad y predictibilidad de los resultados de los experimentos. Para el caso de la Historia, el hecho de no cumplir con algunos de los requisitos que en principio deben atender determinadas prácticas para ser consideradas científicas no debe ocultar la circunstancia de que, desde el campo historiográfico, se viene trabajando en los últimos siglos por la depuración de un metodo analítico que permita minimizar en la medida de lo posible los problemas derivados de esa dificultad inherente a su objeto de estudio . Es posible que la historia no sea una ciencia, pero no estaríamos haciendo un juego de palabras y afirmáramos con solvencia que sí se trata de una disciplina científica, o al menos una disciplina que aplica determinados rasgos fundamentales del método científico en sus análisis. Y, sobre todo, que exige de sus practicantes un rigor metodológico del que carecen otras fórmulas de aproximación intelectual al estudio de lo social. 

En los distintos apartados que componen este bloque desgranaremos algunas de estas cuestiones relacionadas con el método científico, junto con la definición de las prácticas metodológicas en el campo de la historia y las distintas maneras que se ha tenido a lo largo de la historia de acometer el estudio de los procesos históricos. 

 


2. II.1. El método científico

0. Introducción: algunas reflexiones sobre el conocimiento científico.  

El debate sobre la cientificidad de la historia está de continua actualidad desde el siglo XIX. El desarrollo del método científico en los siglos precedentes generó, en el marco de la filosofía positivista y objetivista decimonónica, un acercamiento al conocimiento científico que trató de ser aplicado al estudio del pasado. De este modo, como veremos en el apartado correspondiente, los primeros historiadores positivistas que desarrollaron el método de análisis crítico de las fuentes en esas fechas pusieron las bases para el desarrollo de este método el campo de la historia.  

No obstante, la evolución llevada a cabo en los estudios históricos de los siglos contemporáneos ha puesto de manifiesto la dificultad que tiene la Historia para cumplir algunos de los requisitos básicos de la ciencia, tales como la predictividad, la repetitividad y la generación de leyes explicativas generales que den sentido a los procesos históricos.  

De este modo, los grandes discursos explicativos del pasado, cuyo ejemplo paradigmático lo podemos encontrar en el Materialismo histórico desarrollado a partir de los estudios de Karl Marx, han acreditado la dificultad de plantear leyes generales en la explicación histórica. En las últimas décadas, el impacto de posturas posmodernas de acercamiento al pasado ha dificultado aún más la consideración del discurso histórico como discurso científico, toda vez que se ha producido el cuestionamiento de la objetividad del historiador y la puesta en evidencia de las múltiples subjetividades existentes a la hora de abordar el conocimiento de lo social. 

 

1.  El método científico en Ciencias Sociales 

Partamos del principio de que la historia es la disciplina que trata de reconstruir las sociedades del pasado y los acontecimientos que vivieron a partir de criterios epistemológicos de veracidad. Para ello, como hemos visto en el bloque anterior, toma como base diversas fuentes ya sean escritas o restos de la cultura material a través de las cuales puede construir ese conocimiento sobre el pasadoTodo ello se plasma a partir del trabajo del historiador en textos escritos que acercan a la disciplina historiográfica a la categoría de arte humanístico o ciencia social. 

Está realidad requiere por parte del historiador de una reflexión metodológica previa, fundamental para definir su trabajo. La clave de bóveda de la problemática metodológica en la escritura de la historia se ubica en la relación entre los hechos y y la persona que los recoge, desarrolla y analiza tratando de extraer algún tipo de significado de ellos. Aunque en ocasiones dé la impresión, a partir de la lectura de distintos libros de historia, de que lo que se relata en ellos son verdades objetivas por ese estilo de narración omnisciente con el que se escriben muchas de las obras historiográficas lo cierto es que el papel del historiador en la construcción de ese relato es esencial, y genera un problema epistemológico y metodológico de difícil solución, y que en ocasiones muchos de los historiadores parece que no se plantean.  

Es, en esencia, un debate que desde hace tiempo se plantea en términos de objetividad contra subjetividad. Y en todo ese debate no debemos perder de vista también la veracidad. Son tres elementos que se combinan en el debate historiográfico y que están en la base de las principales dificultades epistemológicas a las que se enfrenta la escritura de la historia. 

El segundo de los problemas epistemológicos a los que se enfrenta la historia es quién actúa como motor del cambio, si el individuo o la sociedad. La explicación de los acontecimientos del pasado ha basculado desde la acción de sujetos extraordinarios a la del análisis de la sociedad como conjunto informe de individuos casi anónimos cuyo devenir determinaba los distintos cambios acontecidos a lo largo de la historia. Hoy, como veremos en distintos puntos de este curso, se ha llegado a una situación intermedia, en la que se explica el pasado y sus cambios a partir de una combinación de relaciones entre sujeto y sociedad, entre individuo y colectivo. 

Una tercera dificultad de tipo epistemológico radica en la consideración de la existencia o no de leyes de causalidad que expliquen los procesos históricos. A lo largo de los últimos siglos los historiadores han debatido acerca de su existencia, así como sobre la creencia o no la existencia de regularidades y tendencias en los procesos históricos de las sociedades del pasado.  

Finalmente, una última problemática que tampoco debemos dejar de lado es la que determina la relación entre el pasado y el presente en el trabajo del historiador. No hay que perder de vista que si la persona que analiza el pasado selecciona una determinada serie de hechos para formular en el marco del desarrollo del método científico su hipótesis de partida, la propia selección previa implica una subjetividad que determina el desarrollo posterior de la investigación. Sin olvidar, esto es muy importante, que buena parte de los temas de investigación que marcan la agenda de la investigación histórica está determinada no por una mera curiosidad intelectual sino por la existencia de problemáticas o dinámicas similares en las sociedades del presente, que animan a la profesión a buscar respuestas, o al menos explicaciones, en el pasado. 

 

2. La historia entre las ciencias sociales 

 

El amplio campo del saber humano que englobamos bajo la etiqueta de Ciencias Sociales incluye a todas aquellas disciplinas que se dedican al análisis del comportamiento del ser humano en sociedad, así como su forma de organización y gobierno. En este sentido, cada una de estas disciplinas se ha ido centrando en una parcela concreta de especialización. Desde el momento en que cada una de ellas tiene una historia propia como disciplina la relación existente entre el estudio del pasado y cada una de las ciencias sociales es evidente. Pero, más allá de esta circunstancia, lo cierto es que el desarrollo de la historiografía, al menos desde finales del siglo XIX, no sería comprensible si no se atendiera a la relación que ha ido estableciendo con las principales ciencias sociales. En algunos casos éstas han funcionado como ciencias auxiliares de la historia, al modo de lo que ya vimos en el bloque anterior que ocurría con las llamadas “Ciencias auxiliares de la Historia”, pero más allá de ello muchade las propias reflexiones epistemológicas y metodológicas de cada una de las ciencias sociales han ido provocando, en su interacción con la historiografía, cambios sustanciales en la forma de analizar el pasado. Algunas de estas relaciones las veremos con más detalle en distintos apartados del curso, cuando se detallan aspectos concretos en los que las relaciones han sido especialmente fructíferas. Ahora, al menos, ha de reflejarse la síntesis de la aportación de las ciencias sociales el conocimiento histórico.  

Quizás la que más cercana se ha mostrado siempre ha sido la Geografía. Sus orígenes remotos se conectan con los de la Historia, y en el fondo beben de la misma necesidad de comprensión de la relación entre ser humano y medio natural, y entre ser humano y sociedad, que se da entre los antiguos griegos. A partir de ahí, y a lo largo de toda la historia, los historiadores han utilizado en mayor o menor medida los distintos fenómenos geográficos como elementos explicativos condicionantes, y en algunos casos determinantes, de los acontecimientos acaecidos a las sociedades del pasado. Ya de manera más reciente, al calor del avance de la geografía humana, también se han ido incorporando buena parte de sus avances a la hora de elaborar los análisis de estructura social. 

En esta línea de estudio de estructuras sociales ha de destacarse otra de las disciplinas, en este caso de vida mucho más breve que la Geografía o la Historia, pero que ha tenido un impacto enorme en el trabajo histórico en el último siglo: la Sociología. Dedicada al estudio de las sociedades contemporáneas, sus modelos de análisis y metodologías de análisis cuantitativas y cualitativas generaron propuestas teóricas que han tenido su correlato aplicativo en el análisis del pasado. 

Y otro tanto podemos decir de la relación entre la Historia y la Antropología, otra disciplina relativamente joven y con un desarrollo muy intenso en el plano teórico y metodológico que ha aportado un caudal de herramientas extraordinario para el estudio del pasado. La Antropología se ha cuestionado desde sus orígenes, a partir de profundas reflexiones acerca del análisis del otrosociedades muy alejadas de los parámetros culturales del analista. Y, en este sentido ha de tenerse en cuenta que cualquier sociedad del pasado es ajena a nosotros, y debemos huir de cualquier presentismo que nos haga caer en el pecado del anacronismo en la explicación histórica. De ahí que, para todas aquellas personas que se quieran dedicar profesionalmente al estudio de la historia, o simplemente quieran saber más acerca del pasado de sus sociedades, sea especialmente recomendable que también frecuente lecturas antropológicas, que le ayudarán a entender cómo operan los distintos patrones culturales en las diferentes sociedades. 

La Economía constituye otra de las ciencias sociales de enorme impacto para el estudio de la historia, especialmente en algunas de las corrientes historiográficas que, como veremos en el apartado correspondiente, prestarán especial atención a la vertiente material de las sociedades del pasado como sustento epistemológico de su interpretación del cambio social. 

Y qué decir del Derecho, dedicado al estudio de la regulación de las normas necesarias para el correcto funcionamiento de las sociedades y el mantenimiento de su orden interno, y que por su propio objeto de estudio tiene un amplio campo de desarrollo en el estudio del pasado. 

Todas estas disciplinas tienen en común la existencia de ramas específicas dentro de su propio campo disciplinar dedicadas al estudio de la historia de su parcela concreta. Así, tenemos una Sociología Histórica, una Antropología Histórica, o unas historias de la Economía y del Derecho, que han ido conformando sus propias claves metodológicas y explicativas y que, sin duda, deben ser tenidas en cuenta por los historiadores de lo social a la hora de llevar a cabo sus estudios. 

Más allá de ellas, también otras ciencias sociales como la Psicología o la Ciencia Política, en determinadas facetas del estudio del pasado o para ciertas corrientes historiográficas, han ofrecido materiales de trabajo complementario que han permitido desarrollar otras facetas del estudio del pasado. 

Como se puede comprobar el amplio espectro que abarcan las ciencias sociales, entre las que la historia juega un papel muy importante, hace que la interacción entre disciplinas genere modificaciones de tipo metodológico y aportaciones de interés que hacen avanzar el conocimiento sobre el ser humano en sociedad. 

 

3. La teoría en el proceso de investigación histórica 

En esta tarea que tiene la Historia de estudiar los sucesos pasados de la humanidad con intención de veracidad el papel del método científico es esencial para su éxito. Debemos recordar que el Diccionario de la Real Academia Española define método como el procedimiento que se sigue en las ciencias para hallar la verdad y enseñarla, y por extensión señala que la ciencia es el conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales. 

Como ya se ha comentado, y se volverá sobre ello posteriormente, la posibilidad de establecer no leyes generales para la explicación histórica es aún hoy objeto de debate entre la comunidad científica. Pero lo que no está en discusión es la necesidad del método, y por extensión de la metodología, que es señalada por el mismo DRAE como la ciencia del método, o el conjunto de métodos que se siguen en una investigación científica o en una exposición doctrinal 

De todo ello ya se ha hablado algo los apartados anteriores, aunque nunca está de más tenerlo bien presente. Ahora conviene traerlo a colación por su ineludible conexión con el último de los elementos de este apartado dedicado al método científico en la Historia, el del papel de la teoría en la explicación histórica. Volviendo al mismo diccionario, entre las definiciones del término se encuentra la que la define como hipótesis cuyas consecuencias se aplican a toda una ciencia o a parte muy importante de ella. En este sentido, la teoría de la historia reflexiona sobre la estructura y las posibles leyes que determinan o condicionan las sociedades del pasado. No ha de confundirse con la filosofía de la historia, que es la que tiene por objetivo otorgar un sentido a la explicación histórica (o negarlo). La teoría se detiene en la determinación de los elementos constitutivos de una explicación histórica y de ahí su relación con la metodología. Por supuesto, esta realidad ha tenido distintas formulaciones interpretaciones a lo largo de la historia y por parte de las diferentes corrientes historiográficas que han planteado propuestas explicativas diferenciadas para la explicación de los acontecimientos del pasado. 


3. II.2. Prácticas metodologicas

A pesar de todos los problemas indicados en el apartado anterior en relación a las dificultades epistemológicas, metodológicas y teóricas de la disciplina histórica, debemos partir de la premisa de que la Historia, tal y como ocurre con cualquier ciencia social, aspira a algo más que a describir los fenómenos observados, y trata de formular generalizaciones aplicables al mayor número de observaciones posibles. Para ello es fundamental adoptar una metodología, ya sea deductiva, inductiva o una combinación de las dos posibilidades, que implicará en su caso la aplicación del análisis cuantitativo y cualitativo de los datos para la inferencia de los datos observados. 

En el marco de la Filosofía de la Ciencia las dos posibilidades de método científico han ido desarrollándose en una relación dialéctica entre ambas. El método inductivo se basa en el presupuesto de que es posible formular hipótesis y axiomas basados en observaciones empíricas de un número determinado de datos con el objetivo de extraer una hipótesis explicativa. Por su parte, y en contraposición al anterior planteamiento, el método hipotético-deductivo requiere la existencia previa de una hipótesis elaborada a partir de una reflexión teórica, y a la cual la observación de los datos debe someterla a falsación. Es decir, debe demostrar que en ese caso es válida, y en el supuesto de que no lo sea, debe obligar a una reformulación de la hipótesis. 

Aunque sea relativamente habitual en la tradición historiográfica de corte positivista despreciar, con cierta condescendencia, la explicitación de propuestas teóricas, lo cierto es que en todas las aproximaciones historiográficas basadas en el análisis de los datos, obtenidos a partir de la observación y el análisis de la documentación y los otros elementos materiales, subyace una propuesta teórica determinada y una aproximación, generalmente inductiva, a los acontecimientos estudiados. 

Una vez determinada la naturaleza del método científico que pretende aplicar el historiador debe desarrollar una metodología de investigación que incluya una formulación explícita de cómo se va a llevar a cabo la selección de datos observados y su análisis. De este modo, debe optarse por metodologías de análisis cualitativo o cuantitativo. 

 

Metodologías de análisis cualitativo 

Este tipo de metodologías proponen la obtención de resultados de investigación a partir de una selección significativa de datos, elegidos bajo un patrón de representatividad determinado, y su posterior análisis. En el plano de las ciencias sociales ha sido muy desarrollada tanto por la Sociología como por la Antropología, que han desplegado todo un cuerpo teórico-metodológico en relación a la realización de entrevistas personales a los sujetos objeto de análisis, con el objetivo de obtención de información cualitativamente significativa, que de otro modo sería imposible de obtener.  

El principal problema para la investigación histórica es que, en nuestro caso, las metodologías cualitativas deben aplicarse sobre fuentes históricas que no fueron creadas con ese fin, lo que condiciona indudablemente su propia composición e información contenida y dificulta sobremanera la obtención de resultados, especialmente si lo comparamos con las metodologías cualitativas de otras ciencias sociales que acabamos de referir. 

 

Metodologías de análisis cuantitativo 

Las metodologías cuantitativas de investigación, por su parte, proponen la obtención de resultados significativos de investigación a partir de la obtención masiva de datos y su tratamiento y análisis a partir de principios matemáticos y estadístico. Su introducción en el campo de la investigación histórica está íntimamente ligada al desarrollo de la Historia Económica y de la Demografía Histórica, de las que se buscaban explicaciones más allá de la anécdota y del dato aislado. A partir de su incoporación al bagaje metodológico de la disciplina histórica, y favorecida por el extraordinario desarrollo de los sistemas de computación, con su aplicación específica al campo de las humanidades, han favorecido su generalización en muchas de las investigaciones históricas.  

Ahora bien, como se describirá con más detalle a la hora de hablar de las escuelas históricas, parece evidente que la disciplina histórica ha renunciado a tratar de encontrar explicaciones generales exclusivamente a partir de la utilización de datos cuantitativos. Tras la aparición y posterior declive de la escuela Cliométrica norteamericana, que basaba toda explicación histórica en el análisis masivo de datos, lo cierto es que las propuestas más recientes abogan por una combinación de métodos cuantitativos y cualitativos que permitan la obtención de resultados de investigación diferentes pero complementarios, ya que cada una de estas aproximaciones cubre espectros de información a los que la otra no llegaría nunca. 


4. II.3. Elaboración y presentación de resultados de investigación

La preparación de un trabajo de investigación histórica requiere de una labor de reflexión previa y de la organización del trabajo en fases sucesivas que vayan desde la elección del tema y el planteamiento teórico inicial hasta culminar en la presentación a la comunidad científica de los resultados del trabajo.  

 

Fases del trabajo de investigación en Historia e Historia del Arte 

Esta secuencia lógica parte del planteamiento de la hipótesis de trabajo, basada en una serie de supuestos teóricos y metodológicos determinados sobre los que se ha de reflexionar con anterioridad.  

A partir de ese punto se ha llevar a cabo una recopilación bibliográfica y documental destinada a la obtención de los datos necesarios para la validación o falsación de la hipótesis planteada. Esta información bibliográfica y documental debe ser tratada a partir de unas técnicas específicas de trabajo del historiador, y una vez obtenidos los datos esenciales, han de ser procesados en el marco teórico del que parta la investigación para la obtención de unas conclusiones determinadas.  

Finalmente, todo este material de trabajo debe ser organizado y preparado para su presentación ante la comunidad científica, que será quien finalmente no acepte o refute a partir de otros trabajos científicos. 

 

Planteamiento de hipótesis de trabajo  

El primer paso de toda investigación pasa por la elección del tema a investigar, cuestión en la que se ha de cumplir con una premisa fundamental, cual es la de que su desarrollo proponga una contribución original y que tenga relevancia en el marco de la disciplina. Ha de tratarse de responder a alguna cuestión que hasta el momento del planteamiento de la investigación permanezca ignorada, o sobre la que exista un debate no concluyente para el que se propone una explicación diferente a las conocidas hasta el momento. Más allá de este razonamiento, la elección del tema, especialmente en lo que se refiere a la determinación del marco geográfico y/o cronológico estará muy determinado a su vez por el propio tipo de trabajo académico que se proponga, y de los que hablaremos al final de este apartado. 

Una vez elegido el tema se ha de llevar a cabo una reflexión previa que determine la hipótesis que sustenta la investigación. Esta fase de trabajo requiere de un conocimiento de tipo teórico suficiente que permita identificar la metodología de trabajo más adecuada para el desarrollo de la investigación propuesta. También es pertinente una puesta al día bibliográfica que permita conocer los límites explicativos de lo que se conoce sobre el tema en el momento de iniciar la investigación, y de este modo garantizarse la idoneidad de lo que se va a plantear posteriormente. 

 

Recopilación bibliográfica y documental  

A continuación, debe comenzarse con la fase propiamente heurística de la investigación, basada en la recopilación y sistematización de las fuentes que aumenten el caudal de información disponible, algo que se puede hacer de manera simultánea o sucesiva, y que aquí desglosamos en dos partes para que quede clara la funcionalidad de cada una de ellas. A pesar de esto, hay que insistir en que la recopilación de datos y su tratamiento pueden constituir fases de trabajo que se desarrollen a la par.  

Las fuentes, sean del tipo que sean, deben ser originales o procedentes de ediciones acreditadas, ya sean estas ediciones dedicadas específicamente a la puesta a disposición de la comunidad científica de esa documentación, ya sea procedente de otros trabajos académicos de investigación. En la medida de lo posible se ha de tratar de utilizar las fuentes en las lenguas originales, ya sean actuales o extintas, como el latín.  

Para su recopilación las personas dedicadas a la investigación histórica deben desarrollar capacidades suficientes y dominar las técnicas específicas para la lectura de documentos históricos originales. Esto va más allá del mero conocimiento de las lenguas que se acaba de enseñar e implica también el manejo suficiente de técnicas de lectura de escrituras antiguas a partir de la utilización de la paleografía de lectura. Y cuando los objetos que contienen la información sean tan complicados de tratar que este manejo a nivel de usuario de las técnicas historiográficas no sea suficiente para su comprensión se debe acudir a especialistas en Numismática, Epigrafía o la propia Paleografía, o cualesquier otras ciencias auxiliares de la historia que ya hemos visto en apartados anteriores, para complementar la información necesaria. 

A esta labor de compilación documental se debe añadir la de recopilación bibliográfica, que como se ha indicado se habrá iniciado con anterioridad para poder establecer el marco teórico y el tema de investigación, pero que debe acompañar también a las sucesivas fases de investigación para poder dilucidar de manera efectiva los distintos problemas que se vayan presentando con el desarrollo del trabajo. 

 

Tratamiento de la información  

La recopilación de la información debe realizarse de una manera sistemática para evitar tener que regresar una y otra vez al mismo documento para recuperar más información. El trabajo en esta fase se ha planteado tradicionalmente a partir de la elaboración de fichas en cartulina de regestos documentales, en los que se recogen los elementos esenciales que permitan identificar y localizar el documento (archivo, fondo, legajo y folio), así como las claves de información en él contenidas, desde la fecha de elaboración y otras referencias cronológicas complementarias a los intervinientes y los principales asuntos tratados en ese documento.  

En esta fase del trabajo, y siempre obviamente teniendo en cuenta la metodología de trabajo propuesta y los principios teóricos que sustentan la investigación, han de plantearse estrategias de trabajo basadas en la economía del tiempo. Sería ideal poder transcribir íntegramente todos los documentos que consultemos, pero ello haría inviable el tratamiento de cantidades notables de documentación. Por ello, las técnicas de elaboración de regestos documentales, depuradas durante generaciones por personas dedicadas a la investigación histórica, establecen estrategias de limitación de la información extraída, obviando aspectos tales como los formularios o informaciones redundantes, en aras de una mayor velocidad en la consignación de la información contenida. Por supuesto, si nuestra metodología de investigación es puramente cualitativa, deberemos basar nuestro trabajo en un menor número de evidencias pero analizadas de manera mucho más exhaustiva, lo que nos obliga a manejar toda la información textual y metatextual contenida en cada uno de los documentos. 

Toda esta información ha de ser posteriormente incorporada a sistemas de gestión de la información, como por ejemplo bases de datos del tipo de Microsoft Access o Filemaker, que permitan una organización lógica y una búsqueda rápida de esa información en el momento del procesamiento de datos y la elaboración de los resultados. 

Este tipo de bases de datos son d e gran utilidad a su vez para el trabajo de recopilación bibliográfica, aunque en este caso cada vez más se están desarrollando entornos específicos de gestión de la información bibliográfica, como Refworks, Mendeley o Endnote, y otros, que permiten el trabajo en línea y la posibilidad de exportación de datos de una manera mucho más asequible que con gestores de información genéricos como los señalados para la documentación. 

En cualquier caso, como recomendación general se debe tener claro que la investigación histórica del siglo XXI se sustenta en volúmenes cada vez mayores de información documental y bibliográfica disponible, lo que obliga a un conocimiento, de nivel intermedio al menos, de las herramientas informáticas básicas de obtención, gestión y tratamiento de la información 

 

Procesamiento de datos  

A la fase de recopilación de la información requerida para el desarrollo del proceso de investigación sigue otra de carácter hermenéutico, destinada a la valoración crítica de la información textual recopilada. Para ello ha de reflexionarse y explicitarse en el trabajo la validación para la investigación de cada una de las fuentes utilizadas, partiendo de la premisa de que no todas son igualmente significativas ahora de aportar valor a la explicación histórica. 

Para llevar a cabo esta tarea el historiador ha de valerse de un método de trabajo que someta a una crítica tanto interna como externa las fuentes utilizadas. La crítica externa se basa, valga la redundancia, en sus aspectos externos, tales como la localización en el tiempo y en el espacio, su autoría, origen o integridad o fragmentariedad. Por su parte, la crítica interna se basa en la reflexión acerca de su credibilidad y valoración de la información contenida en ella. 

El objetivo de esta labor es la de poder comprender en toda su magnitud todos los matices que la información aportada por la fuente puede contener en el contexto de la investigación que se está llevando a cabo. La reflexión y crítica de las fuentes forma parte indisoluble del trabajo histórico desde su conformación como disciplina científica a partir de los postulados del Positivismo (que veremos en el apartado siguiente) que arrancan en el siglo XIX. 

 

Elaboración y presentación de resultados 

Con esta última fase del trabajo de investigación se culmina todo el trabajo realizado hasta el momento. A partir de aquí se debe tratar de llevar a cabo una síntesis de esas fuentes que previamente han sido ordenadas en cuanto a su importancia y analizadas críticamente, todo ello con el objeto de tratar de resolver el problema de investigación que se había planteado desde el comienzo.  

Se trata, sin duda, de momento de mayor dificultad para quién acomete una investigación histórica, ya que en ella confluyen todos los problemas epistemológicos a los que ya se ha aludido en apartados anteriores. No olvidemos que la historia tiende a la pretensión de veracidad pero es esencialmente subjetiva, y siempre se cuestiona la imparcialidad del investigador. Si unimos todo ello a la evidencia de que todo proceso de escritura implica una parte irrenunciable de componente artístico, todas estas dificultades confluyen en este momento final de la investigación.  

Es, indudablemente, la fase de trabajo qué más aleja a la Historia del discurso científico clásico. 

 

Tipos de trabajos académicos 

En función de los objetivos de la investigación que se va a llevar a cabo, así como sus límites cronológicos y geográficos, los trabajos de investigación pueden presentar distintas formas.  

Los artículos son trabajos de investigación que suponen una aportación significativa a una temática relativamente concreta en el tiempo y en el espacio. Suelen tener una extensión relativamente acotada y su objetivo es el de dar publicidad a la investigación más novedosa que se está llevando a cabo en un campo concreto. Muchos de ellos ven la luz en revistas muy especializadas, lo que hace relativamente asequible el seguimiento del estado del arte de un campo a partir de lo que se publica en sus revistas especializadas. 

Por su parte, la monografía tiene una extensión bastante mayor, tanto el número de páginas como en amplitud temática, cronológica o espacial. Aunque hay monografías que suponen un avance sustancial en el conocimiento disponible es más habitual valorar su aportación a partir de la capacidad de síntesis y de la elaboración de un estado de la cuestión de un tema determinado. 

Finalmente, el ensayo histórico se basa en reflexiones de carácter mucho más personal de quien lo elabora, y que no siempre están regidas por el desarrollo del método científico aplicado a la Historia. Pero es precisamente esta cierta flexibilidad la que permite realizar afirmaciones sugerentes que, sin duda, hacen de este tipo de trabajos un éxito editorial. 

El desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación al que estamos asistiendo están dando paso a nuevas formulaciones de presentación del trabajo académico, a través de páginas web o por medio de la utilización de las redes sociales, que están conformando todo un nuevo campo de difusión del conocimiento, y de generación de nuevo conocimiento, que está aún en fase de desarrollo y, por tanto, de validación por parte de la comunidad científica. 

En cualquier caso, ha de tenerse en cuenta que el formato que vaya a tener nuestra investigación condiciona todas las fases previas del desarrollo del método científico. 

 

 


5. II.4. Escuelas y tendencias historiográficas

0. Introducción. El pensamiento histórico a lo largo de la historia 

Existe en toda sociedad algún tipo de conciencia sobre el pasado. El ser humano se define como tal por ser un ser social, y estas agrupaciones humanas que son las sociedades, tengan las dimensiones que tengan, se constituyen en grupos heterogéneos en su composición, tanto en una perspectiva de género como de edad. En todas las sociedades han convivido personas de distintas generaciones, lo que genera una noción de continuidad en el tiempo y de existencia de algo anterior a la propia realidad de cada uno de los individuos que componen el grupo. Ahora bien, qe podamos definir la existencia de esta concepción del pasado comunitario no implica, ni mucho menos, que todas las sociedades del pasado hayan tenido una noción similar, y mucho menos equivalente al concepto de historia de la nuestra. Hay que tener en cuenta que gran parte de la historia de la humanidad ha sido protagonizada por sociedades ágrafas, que no tenían capacidad para fijar por escrito las tradiciones del pasado. Por eso en buena medida esa necesidad de rememoración o elaboración del pasado más o menos remoto del grupo al que pertenecen los individuos se materializaba a modo de relatos míticos o de recitaciones genealógicas.  

Será con la aparición de la escritura cuando comencemos a detectar en distintas sociedades toda una serie de elementos de este tipo, que no se limiten ya simplemente a explicar el pasado del grupo sino que, de algún modo, comiencen a aportar explicaciones más o menos explícitas del porqué del desarrollo de las sociedades. Será a partir de ese momento, y con especial significación con el desarrollo de la historiografía en la antigua Grecia, cuando se vaya conformando una disciplina histórica destinada no solo a conocer los acontecimientos del pasado sino, de algún modo, a utilizarlo en su presente. Veamos en el siguiente apartado cuáles son las claves explicativas de este desarrollo historiográfico. 

 

1. El desarrollo del pensamiento histórico hasta la Ilustración 

El desarrollo de la escritura, vinculado de manera indisoluble al de las primeras civilizaciones urbanas en el Creciente Fértil próximo oriental propicio la posibilidad de la plasmación escrita de mitos, intervenciones divinas o cualesquiera acontecimientos desempeñados por el ser humano al que acabamos de referirnos. En Egipto y Mesopotamia tenemos constancia de las primeras listas de reyes en torno al tercer milenio a.C. aproximadamente, junto con otros materiales del mismo tipo cuya función primordial era la de servir de elemento de legitimación del poder central. En un contexto cercano, en el antiguo Israel, la literatura que se nos ha conservado a través del Antiguo Testamento también ofrece toda una serie de rasgos de interés al respecto de la remembranza de acontecimientos del pasado.  

Esta literatura histórico-religiosa que se da en el mundo israelita es coetánea a la que tradicionalmente se considera como época fundacional de la disciplina histórica, que se da en la antigua Grecia en torno a los siglos VI y V a.C. En el mundo griego clásico no fue solo la historia la que tuvo un desarrollo espectacular en aquella época, sino que estuvo acompañada de otras áreas del saber, tales como la filosofía, la geometría o la aritmética, junto con la vertiente dramática materializada en la tragedia y la comedia, que hablan en conjunto de un marco cultural de extraordinaria riqueza y potencial creativo. Esto fue posible gracias a la realidad socioeconómica del momento, que unía a una generalización de la economía mercantil las crisis políticas que se generalizaron en ese entorno y que dieron lugar al surgimiento de tiranías y democracias en las poleis griegas. 

En ese contexto desarrolló su tarea un grupo de escritores habitantes de la región del Asia Menor y que la tradición identifica como logógrafos, de los cuales Hecateo de Mileto (c. 550 a.C.- 476 a.C.) es el más conocido. Son los primeros que cuestionaron las leyendas mitológicas, abogando por una escritura basada en la veracidad de los hechos. A partir de ese punto de partida, será Herodoto de Halicarnaso (c. 484- c. 425 a.C.), el más conocido historiador de la época, y considerado todavía hoy como el padre de la historia. Autor de unas Historias, en las que exponía el desarrollo de las Guerras dicas, sentó las bases del relato histórico de carácter racional, crítico y vinculado a una investigación personal por parte del autor. Esta misma línea siguió Tucídides (460 - c. 396 a.C.), autor de una historia de la Guerra del Peloponeso que también es considerada una obra fundacional de la historiografía, por su capacidad narrativa y pretensión de veracidad. Con la labor de los historiadores queda marcada claramente la distinción entre relato histórico y mítico, basado en la noción de verdad. 

Esta tradición historiográfica griega tuvo su continuidad en el ámbito romano. La influencia griega sobre la cultura romana trasciende con mucho el ámbito historiográfico, pero es de resaltar que en él podemos identificar algunas líneas de continuidad extraordinario interés. Quizás el autor que mejor ejemplifica esta conexión es Polibio (200-118 a.C.), quién manejó por primera vez la noción de historia universal, y que como griego trasladado al mundo romano ejemplifica de manera muy clara esta conexión entre ambos mundos. Tras Polibio, las obras de otros autores como Plutarco (c. 50- c. 120), Tito Livio (59 a.C.-17 d.C.) o cito (c. 55-c. 120) también suponen una muestra de los principios básicos de la tradición historiográfica clásica, que cumplía una triple función social. Por un lado formaba parte de la instrucción moral, cívica y religiosa de la comunidad. Además, contribuía más específicamente a la educación de los integrantes de las clases dirigentes romanas, destinados a gobernar la República o el Imperio, y que encontraban en nuestra disciplina una suerte de magistra vitae de la cual extraer lecciones políticas, militares o constitucionales. Finalmente, la tercera faceta de la historiografía en el mundo clásico era la del entretenimiento intelectual de la élite cultivada grecorromana. 

En el seno del mundo romano surgió, en el entorno de las provincias orientales del imperio y en el seno de la religión judía, una nueva religión que con el paso del tiempo se convertiría en dominante, el Cristianismo. Para el momento en el que podemos dar por concluda la época de esplendor del Imperio Romano en todo el continente europeo ya se había convertido en la religión oficial imperial. Hay que tener presente que su conjunto doctrinal contiene toda una serie de elementos de explicación del pasado explicado bajo parámetros de agencia divina en el devenir de los acontecimientos que indudablemente determinaron el devenir de la disciplina en los siglos siguientes. El historiador cristiano en el mundo medieval abandonó, por tanto, el papel de investigador racionalista que había tenido la historia desde tiempos de Herodoto para convertir su discurso sobre el pasado en un relato de la voluntad divina en el marco de una explicación de la salvación de la humanidad que trataba de explicar tanto el pasado como el presente de la sociedad del momento. 

En esta nueva manera de explicar el pasado de las sociedades debemos citar especialmente a Agustín de Hipona (354-453), y su célebre obra La ciudad de Dios. Pero no fue el único, y también Eusebio de Cesárea (c. 263-339) o Paulo Orosio (c. 383- c. 420), y algo más tarde Isidoro de Sevilla (c. 556-636), forman parte de la nómina de intelectuales altomedievales que realizaron esta transición del relato historiográfico grecorromano al cristiano. 

Pero, en paralelo a esta manera de entender la historia también ha de señalarse que, en el progresivo desarrollo y consolidación de los distintos reinos medievales y en sus respectivos entornos cortesanos, en ellos fue desarrollándose toda una literatura cronística destinada a la narración de los acontecimientos seculares que se iba dando en ellos. Estas crónicas recuerdan algunas de las claves descriptivas manejadas por el mundo clásico en cuanto a la temática, absolutamente profana, pero se mantenían todavía muy alejadas de la intención de veracidad o de la búsqueda información que habían caracterizado a los principales autores grecorromanos. En este apartado podemos hablar de autores como Gregorio de Tours (538-594), Beda el Venerable (c. 672-735) o, ya más avanzado el mundo medieval, la labor que se desarrolla en el entorno cortesano de Alfonso X el Sabio de Castilla (1221-1284). 

El tránsito entre la Edad Media y la Moderna, con las transformaciones de toda índole que se desarrollan en el seno del mundo europeo, fueron modificando también la practica historiográfica. La recuperación del mundo grecorromano operada en el Renacimiento había permitido la incorporación de algunas de las mejores producciones historiográficas clásicas, a lo que se ha de unir el progresivo debilitamiento del poder religioso frente a los poderes seculares que, paulatinamente, fueron imponiendo sus propias fórmulas de explicación y justificación del pasado para sostener su posición en el presente. En el marco de esta recuperación del pasado aplicada al pensamiento político renacentista debemos mencionar a figuras como Petrarca (1304-1374) o Nicolás Maquiavelo (1469-1527), que actualizaron la consideración del pasado y su utilización en el presente que estaban viviendo.  

Se abre a partir de ese momento una nueva realidad intelectual que se ve sacudida a lo largo del siglo XVI por el impacto de la Reforma y las disputas subsiguientes entre católicos y protestantes, que propiciaron un cada vez mayor interés por el estudio crítico y documental para discriminar de manera más clara cuáles eran los documentos históricos principales. Es inevitable citar en este sentido a Jean Mabillon (1632-1707) quien dio un impulso esencial al método histórico crítico al publicar en 1681 su obra famosa De re diplomática, en la que establecía las normas básicas para estudiar los documentos históricos, lo que hoy conocemos como “Diplomática precisamente por esta misma razón. Era un método que se debía encargar de analizar, verificar y autentificar estos documentos para tratar de identificar posibles interpolaciones y modificaciones que se hubieran podido realizar en ellos, para de este modo evitar posibles fraudes en su utilización. 

Es por tanto a partir de 1681 cuando ya se dispone de un aparato erudito crítico, al que se pueda añadir toda una serie de herramientas de análisis filológico, paleográfico, cronológico o numismático, que vayan dotando de herramientas analíticas a la disciplina histórica. 

 

2. El impacto de la Ilustración en el pensamiento histórico  

Sobre estas bases, el impacto en el siglo XVIII del pensamiento ilustrado en la historia es muy notable. No hay que perder de vista que la historia, como se ha señalado, había sido explicada en buena medida por parte de los historiadores cristianos como una suerte de evolución basada en la providencia divina, lo que restaba al agente humano cualquier tipo de potencial explicativo. Pero las transformaciones intelectuales operadas en todos los sentidos, propiciadas por los científicos y filósofos ilustrados, generaron una consideración del tiempo como factor de evolución y progreso y la consolidación de una conciencia temporal que determinaba las claves fundamentales de la actividad humana. Y, por supuesto, es clave la ubicación del ser humano en el centro del discurso explicativo de la realidad. 

Entrando ya en el siglo XIX, el foco de desarrollo historiográfico debe centrarse en Alemania, tradicionalmente considerada como lugar de surgimiento de la moderna ciencia de la historia, basada en la combinación de la tradición histórico-literaria y de la labor de erudición documental. Y todo ello aderezado con una concepción racionalista del desarrollo humano que dotaba de sentido explicativo al contenido de la información extraída de la documentación. 

 

3. La historiografía del siglo XIX 

Se considera tradicionalmente la obra de Barthold Georg Niebuhr (1776-1831), profesor de la Universidad de Berlín, como el pionero en el uso del nuevo método histórico crítico que dará lugar a la escuela historicista alemana. En su obra Historia Romana, publicada entre 1811 y 1812, se alejaba por primera vez del relato de los acontecimientos dejado por Tito Livio y los restantes historiadores clásicos y abogada por un trabajo directo con las fuentes epigráficas y literarias, analizadas bajo el prisma de la crítica filológica y documental.  

A partir de su labor encontramos otros nombres de similar impacto en la historiografía posterior, como por ejemplo el de Leopold von Ranke (1795-1886), dedicado al mundo medieval y de la primera modernidad, y que se jactaba de no tratar de darle a la disciplina ningún carácter moralizante didáctico, al modo de los historiadores de épocas precedentes, sino simplemente de tratar de mostrar lo que había sucedido en realidad. Por supuesto, para ello había que realizar exhaustivas búsquedas de documentos en los archivos que luego eran concienzudamente sometidos a proceso de verificación y autentificación, con el objetivo de elaborar el discurso histórico. Esta concepción empirista del trabajo del historiador tenía el correlato en esa filosofía de la historia conocida como Historicismo, que señalaba la unicidad e irrepetibilidad de los acontecimientos del pasado. Es decir, que se basaba en el convencimiento de que todo fenómeno humano era único irrepetible en el tiempo y en el espacio. 

Aunque es relativamente habitual encontrar en la bibliografía especializada la identificación de los historicistas alemanes con el Positivismo, lo cierto es que desde una perspectiva puramente filosófica no deben entenderse como sinónimos, ya que frente a esta exclusividad de cada acontecimiento y personaje histórico que propugnaba el Historicismo se confronta la idea positivista, encarnada fundamentalmente por el francés Augusto Comte (1798-1857), quién abogaba por el estudio de la sociedad tratando de encontrar leyes generales de funcionamiento, en el marco del desarrollo del método científico que operaba en el mundo occidental decimonónico. 

El tercero de los grandes nombres de la historiografía alemana es el de Theodor Mommsen (1817-1903), otro brillante autor dedicado al mundo romano, al que dedicó algunos de sus más brillantes estudios desde múltiples perspectivas. 

Una de las claves explicativas de la nueva realidad de la disciplina en el siglo XIX se manifiesta en un detalle que comparten los tres autores que acabamos de señalar, el de su desempeño como profesores universitarios. Es en este siglo XIX en el que se asiste a una profesionalización del trabajo del historiador, que se va vinculando progresivamente al ámbito universitario de la época. En Francia, por ejemplo, se funda en las primeras décadas del siglo XIX la Ecole des Chartes, escuela dedicada al análisis, bajo el mismo prisma de estudio crítico propugnado por los historicistas alemanes, de la documentación histórica. Junto con estas instituciones se van creando también, al calor del progresivo desarrollo del nacionalismo y de los estados-nación decimonónicos, toda una serie de instituciones vinculadas con el pasado, tales como archivos históricos nacionales o bibliotecas nacionales, que facilitarán la labor de los historiadores tanto para la recopilación documental como para el análisis crítico.  

Más allá de la historiografía alemana debemos referirnos a lo que ocurría por esas fechas en otros contextos histórico-culturales, como el francés o el británico. En el primero ya hemos hecho mención a la figura de Augusto Comte, el padre de la Sociología, pero también hay que mencionar la obra de Jules Michelet (1789-1874), quién realizó un innovador análisis de la Revolución Francesa apenas medio siglo después de su desarrollo. El gran valor de la obra de Michelet es el de vincular la explicación de los conflictos políticos e ideológicos con la de las condiciones sociales y económicas del momento en que estos ocurrieron. 

 

Por su parte, la historiografía británica tiene en Thomas Babington Macaulay (1800-1859) a su principal valedor en el siglo XIX. Fue el autor de una Historia de Inglaterra desde la entronización de Jacobo II en la que plantea un relato desde una perspectiva más sociocultural de las actividades humanas hasta llegar a la visión del presente en el que escribía, que él plantea como próspero y tolerante merced a su condición de wigh. 

Pero, indudablemente, junto con los autores que se han ido reflejando hasta el momento merece un capítulo especial la obra de Karl Marx (1818-1883), escrita en buena medida en colaboración con su compañero Friedrich Engels (1820-1895), y realizada bajo una filosofía materialista con vocación revolucionaria y una evidente vertiente política. Karl Marx elaboró una explicación del desarrollo de los acontecimientos históricos basada en una propuesta materialista y en una visión dialéctica de las relaciones humanas y de los fenómenos históricos, que explican las transformaciones ocurridas a lo largo de la historia como el resultado de una confrontación entre clases sociales. El desarrollo de la teoría materialista de la historia, hoy ampliamente superado en su carácter explicativo general, generó sin embargo un torrente de conceptos útiles para la comprensión de las sociedades del pasado y de su desarrollo histórico que a día de hoy todavía forman parte del bagaje esencial del trabajo historiográfico. 

Como se puede comprobar por este breve relato del desarrollo historiográfico, en el siglo XIX se asiste al despliegue de buena parte de las perspectivas de análisis histórico que llegan hasta hoy más o menos evolucionados. Desde la base del escrupuloso trabajo crítico con la documentación de todo tipo susceptible de ser utilizada para la construcción del discurso histórico, las distintas formas de entender el desarrollo histórico, que van desde la preponderancia de los temas políticos a la aparición del interés por los sociales y culturales, pasando por el despliegue de toda una teoría materialista de la historia, la marxista, que ofrece una explicación completa del desarrollo del proceso histórico, muestra muy claramente la diversidad de posibilidades existentes en el panorama historiográfico del momento. Se trata, sin duda, de una base sin la que sería imposible entender el desarrollo de la historia en el siglo XX.  

 

4. La Historia en el siglo XX 

De ella debemos destacar en primer lugar a la conocida como Escuela de Annales, basada en la revista homónima fundada en 1929 por Lucien Febvre (1878-1956) y Marc Bloch (1886-1944), cuyo propósito pasaba por ofrecer una alternativa temática la historiografía dominante, que se interesaba fundamentalmente por las temáticas militares y diplomáticas. Para ello tomaron una parte importante del enfoque analítico marxista pero descargado de su carácter explicativo como teoría, a lo que le añadieron el interés por otras disciplinas que vinculaban el estudio de la historia con esos enfoques sociales y culturales que ya hemos visto que algunos historiadores decimonónicos habían anticipado. Así, se tomaron herramientas conceptuales y analíticas de la Geografía, la Estadística, la Lingüística, la Arqueología, etcétera, y se trataba de combinar todo ello en un solo modelo analítico. Tras la Segunda Guerra Mundial su éxito se expandió por buena parte del mundo occidental, a partir de lo que se ha dado en conocer como la Segunda Generación de Annales, ejemplificada en la figura de Fernand Braudel (1902-1985), quien asumió en 1956 la dirección de la revista. A él le debemos la obra paradigmática del enfoque estructural geohistórica que caracterizaría buena parte de la labor de la escuela. En El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II (1949) Braudel estudiaba ese espacio geográfico transnacional a lo largo de todo un siglo a partir de la toma en consideración de tres distintos tipos de temporalidad. En la base de su discurso se encuentra el tiempo de larga duración, la Longue durée, en el que se encuentran las estructuras de la historia, entendiendo por tales el marco geográfico, determinadas realidades de carácter biológico, cuestiones ligadas a los límites de la productividad o elementos espirituales y de mentalidad. Por encima de este tiempo estaría el de la duración media, o coyuntura, en el que debemos situar los procesos sociales, económicos y culturales que habitualmente los historiadores manejamos en ciclos, entrando en este apartado elementos demográficos, económicos o culturales. Finalmente, el tercer nivel y el de más corto radio de alcance es el tiempo del individuo o del acontecimiento, la historia episódica, a la que hasta ese momento en buena medida los historiadores habían prestado atención, y que se revela en este esquema de Braudel simplemente como un tipo de acontecimientos, que aunque tengan impacto en el devenir de las sociedades, lo cierto es que este es mucho menos significativo que los cambios operados en los dos niveles temporales de más larga duración. 

A partir de este esquema historiográfico los historiadores seguidores del modelo de Annales se dedicaron a estudiar, a partir de la incorporación de metodologías innovadoras procedentes de otras disciplinas, los procesos de media y larga duración en los que el papel del individuo se diluía en favor de los grandes bloques sociales compuestos por personajes anónimos. 

La tercera generación de Annales, de la que historiadores como Jacques Le Goff (1924-2014) constituían sus referentes primordiales un paso más allá de sus predecesores y desarrollaron una concepción de la historia a la que denominaron la nueva historia en el sentido de que trataban de abarcar un mayor público potencial. Con especial interés en las aportaciones de la antropología, y claramente influidos por la labor de filósofos cómo Michel Foucault (1926-1984), en este nuevo giro historiográfico los historiadores de Annnales recuperaron el interés por la historia política y por el acontecimiento, aunque narrado con intención antropológica y estructuralizante, a la par que se siguieron llevando a cabo trabajos en la línea de los que se venían realizando con anterioridad, abriendo mucho más el abanico teórico-metodológico de sus estudios 

Desde finales del siglo XX se detecta una cuarta y última generación en la revista, encabezada por historiadores como Roger Chartier (1945-), que abogan por la consideración de los elementos culturales como determinantes a la hora de comprender los procesos históricos. 

En este siglo XX, a la par que en Francia y sus zonas de influencia historiográfica se había desarrollado con fuerza esta escuela de Annales en sus sucesivas fases, otra escuela historiográfica impactó de manera clara en el quehacer de la investigación histórica. Se trata de la escuela historiografía de tradición marxista que se desarrolla en Gran Bretaña, especialmente a partir de la Segunda Guerra Mundial, y más concretamente cuando en 1952 se fundó la revista Past and Present. El conjunto de historiadores que se encuentra detrás de esta escuela está poblado de nombres esenciales para la historiografía de prácticamente todas las épocas, ya que debemos citar al arqueólogo Vere Gordon Childe (1892-1957), al medievalista Rodney Hilton (1916-2002), al modernista Christopher Hill (1912-2003), al icono de la escuela, el historiador de la etapa contemporánea Eric Hobsbawm (1917-2012), o al economista Maurice Dobb (1900-1976). Todos ellos en mayor o menor medida, y con las particularidades propias de su propio quehacer historiográfico y de la época a la que prestaron su atención, desplegaron un análisis historiográfico basado en una lectura mucho menos anquilosada de la obra de Karl Marx que se estaba desarrollando en aquel tiempo en otros contextos, y con especial vigor especialmente en la Unión Soviética.  

Desde el plano metodológicos la investigación combinaba la aplicación de buena parte de la terminología de corte estructuralista y raíz marxista junto con determinadas aplicaciones situadas en el marco de la tradición de historia social y cultural británica de la que ya se ha hablado para épocas anteriores. En conjunto, su obra, junto con la de historiadores algo posteriores como Edward P. Thompson (1924-1993) y su clásico trabajo sobre La formación de la clase obrera en Inglaterra (1963), renovaron buena parte de la terminología aplicada por la tradición marxista, como por ejemplo los conceptos de clase y lucha de clases, flexibilizándola y permitiendo su utilización en contextos explicativos en los que hasta ese momento no habían sido posible hacerlo. 

Por su parte, en Estados Unidos se desarrolló también a partir de la Segunda Guerra Mundial una nueva corriente historiográfica, basada en el uso masivo de datos y la realización de exhaustivos análisis matemáticos para la obtención de las respuestas de investigación. A esta corriente, conocida como Cliometría, se deben estudios realizados a partir de la aplicación de esos análisis cuantitativos de largo alcance, como por ejemplo los que analizaron el impacto del ferrocarril en el desarrollo económico de los Estados Unidos o la realidad comparativa de la vida de los esclavos sureños frente a la clase obrera asalariada norteña también en el contexto de los Estados Unidos. Su potencial explicativo queda muy limitado por su dificultad para ser desarrollada con ausencia de fuentes susceptibles de ser utilizadas para ellos, que a nivel general nunca se pueden dar probablemente antes del siglo XVIII, por lo que su principal legado pasa por resaltar el valor explicativo del análisis estadístico en aquellos contextos en los que las fuentes y el objeto de investigación permiten el despliegue de este tipo de metodologías de análisis. 

 

5. El debate historiográfico en el siglo XXI 

Con el desarrollo en paralelo de estas tres grandes escuelas historiográficas se llega al momento clave de finales del siglo XX, en el que a la caída del muro de Berlín y el propio devenir de buena parte de los estudios históricos llevados a este momento devinieron en una fragmentación y atomización de la explicación histórica, que resultó en un panorama en el que, a día de hoy, no parecen existir paradigmas explicativos con ambición de explicación global de los procesos históricos.  

El peso de la filosofía posmoderna, materializada en el caso de la historia con presupuestos teórico-metodológicos como los del Giro Lingüístico, han dado lugar a un cuestionamiento de la posibilidad de llegar a lograr leyes generales de algún tipo en el marco la explicación histórica. Ello, unido al impacto derivado del progresivo reconocimiento de la historiografía feminista o de los estudios subalternos y poscoloniales, han llevado a una situación actual en la que no existe apenas coincidencia entre los historiadores a la hora de reconocer unos mínimos para su disciplina. La subespecialización es cada vez más evidente, y el panorama profesional en la actualidad está plagado de congresos hiperespecializados en los que las personas especializadas en determinadas temáticas o vinculadas a prácticas teórico-metodológicas concretas se reúnen sin tratar de encontrar explicaciones globales para la disciplina.  

No obstante, en un porcentaje muy elevado de todos estos trabajos, al menos sigue prevaleciendo una exigencia de rigor metodológico en el tratamiento de las fuentes y una, si no intención de veracidad, al menos sí honestidad intelectual que sigue diferenciando el trabajo de las historiadoras e historiadores del de cualesquiera otras personas dedicadas a otros ámbitos de la reflexión humana.