Bloque temático III. Grandes rasgos del desarrollo de la cultura desde la antigüedad a época contemporánea.

Sitio: Entorno Open Course Ware (OCW)
Curso: INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA
Libro: Bloque temático III. Grandes rasgos del desarrollo de la cultura desde la antigüedad a época contemporánea.
Imprimido por: Invitado
Día: viernes, 26 de abril de 2024, 19:24

1. III.0. Introducción bloque III

Ya hemos visto en el apartado correspondiente el tiempo en la historia cómo la división en etapas con la que habitualmente operamos los historiadores tiene un fuerte componente subjetivo, y está determinado en buena medida por elementos que, por sí mismos, no justifican esa división frente a otras posibilidades, pudiendo haberse optado por otro criterio. No obstante, que los periodos históricos no sean compartimentos estancos ni sus características sean aplicables al conjunto de las sociedades y de los grupos humanos que habitaron el planeta en el mismo momento no quiere decir que no tengan una utilidad notable a la hora de hacer tangibles y manejables determinados periodos históricos, en los que sí detectan características comunes que los diferencian de otras épocas. La historia,  por ello, no debería centrarse tanto en una visión estática del pasado sino en tratar de explicar el porqué del cambio social.

Dentro de esta concepción de la historia juega un papel fundamental el estudio de los distintos aspectos económicos, sociales, culturales, y políticos que acontecen en un momento y lugar determinados. Precisamente, como ya se ha comentado, han sido estos últimos los que en buena medida han ido marcando hasta el momento los periodos de cambio entre una etapa y otra. No obstante, la profundización en la investigación hacia variables sociales económicas o culturales han ido poniendo de manifiesto una cierta divergencia entre los límites marcados por los acontecimientos políticos y los determinados por los otros criterios. A lo largo de este tercer bloque del curso se explorarán distintos enfoques en la división por periodos de la historia, con especial atención a la periodización de la historia del arte, no siempre coincidente, como veremos, con las etapas tradicionales en las que se ha venido dividendo la historia general.

A su vez, resulta determinante a la hora de entender la evolución de las formas de producción cultural, de las que la producción artística es una de sus características más significativas, analizar el papel que los distintos actores a lo largo del tiempo han ido desempeñando en el proceso de creación artística. A lo largo de la historia el papel que tanto el cliente como el artista han asumido han sido variables, con caracterizaciones que deben ser tenidas en cuenta para poder comprender en toda su dimensión la materialización de las obras y su evolución.


2. III.1.Etapas de la Historia y de la cultura

1. Las etapas de historia 

 

La historia ha sido tradicionalmente dividida en distintas etapas, caracterizadas por una serie de rasgos identificativos propios, que se han ido configurando a lo largo de los siglos del desarrollo de la disciplina. Sin embargo, no debemos perder de vista que la periodización tradicional a la que estamos acostumbrados, la que figura en nuestros libros de texto, es también producto de un contexto cultural determinado y de una posición ideológica concreta.  

Sirva como ejemplo el caso de la etapa que conocemos como Edad Media. Los teóricos del Renacimiento identificaron al periodo de la historia que se intercalaba entre su época y el pasado glorioso grecorromano al que pretendían vincularse como Media Tempestas, es decir, Edad Media. Nuestra tradición historiográfica es heredera de esta realidad, y por ello aún hoy en las universidades de todo el mundo se denomina este periodo de la historia con ese término, a pesar de que en realidad hoy seamos plenamente conscientes de que las culturas, los procesos históricos, las estructuras económicas o cualesquiera otras realidades concretas que se dieron a lo largo de esos aproximadamente mil años de historia sufrieron mutaciones importantes. Por ello, se hace complicado identificar a las sociedades germánicas del siglo VI con las sociedades comerciales de la Hansa desarrollada 800 años después, y adscribirlas a una misma cultura. Y, sin embargo, lo hacemos. 

Se pueden encontrar explicaciones que justifiquen la división entre las demás etapas históricas con parecidos argumentos. Quizás únicamente se salve de esa circunstancia la división que tradicionalmente realizamos en torno a las primeras etapas de la humanidad, ya que determinamos la distinción entre Prehistoria e Historia por una cuestión cultural, el desarrollo de la escritura y la posibilidad de la plasmación por escrito de los acontecimientos coetáneos a las sociedades que los viven.  

Pero, más allá de ello, las demás divisiones de la historia tienen que ver fundamentalmente con acontecimientos políticos o militares. Por ejemplo, el ya citado final del Imperio Romano para marcar la división entre Edad Antigua y Edad Media. La caída de Constantinopla o el descubrimiento de América para los europeos realizado por Cristóbal Colón son las fechas que determinan el paso de la Edad Media a la Moderna. El estallido de la Revolución Francesa marca la frontera entre ésta y la etapa Contemporánea, mientras que el final de la Segunda Guerra Mundial se establece convencionalmente como e; eje articulador entre la contemporaneidad y el mundo actual.  

Pero esta manera de entender la historia deja de lado otras muchas posibles periodizaciones que no encajan, ni mucho menos, en esta manera de distinguir los distintos periodos. Si nos atuviéramos exclusivamente a las condiciones productivas, la historiografía marxista ha determinado con éxito (aunque muy matizado por investigadores posteriores), cómo los distintos modos de producción (esclavista, feudal o capitalista) trascienden las fronteras marcadas por la historiografía tradicional para estos distintos periodos.  

Del mismo modo, la fuerza de la historiografía feminista ha dejado bien patente que en las divisiones tradicionales de la historia no se marcan cambios sustanciales en las condiciones de vida o en las posibilidades de desarrollo personal que tuvieron las mujeres, y estamos hablando de la mitad de la población mundial a lo largo de toda la historia. Por tanto, debemos tener muy presente que estas periodizaciones se fundamental sobre pilares de carácter político militar. 

Una segunda precisión que se ha de realizar al respecto de los períodos históricos es el de su marcado eurocentrismo. La historia como disciplina científica es un producto cultural surgido en el marco del mundo occidental, aunque como tantas otras producciones y tecnologías generadas en este contexto hoy se practica a lo largo y ancho de planeta. Sin embargo, eso no quiere decir que los periodos históricos, que tienen una lógica explicativa en el marco de la historia europea, a su vez sirvan para explicar los cambios en los procesos sociales, económicos o culturales que se dan en otras latitudes. La historia de África o de Asia está llena de ciclos y dinámicas propias, con sus características evoluciones y desarrollos que en nada encajan en la diferenciación y caracterización que se lleva a cabo en los periodos de la historia occidental.  

Y lo mismo podemos decir de la historia de los pueblos americanos prehispánicos, que tienen su propio discurrir histórico y para los que el contacto con el mundo occidental, sin dejar de reconocer que supone un punto de inflexión que marcará cambios muy profundos en el desarrollo de sociedades a lo largo de los siglos siguientes, no es menos cierto que no implica automáticamente y desde el primer momento del contacto un cambio sustancial y radical de las condiciones de vida de los pueblos amerindios. Más bien al contrario, a veces se olvida que la historia de la expansión y colonización del continente americano por parte de los europeos tiene un lento discurrir que no finaliza hasta bien avanzado el siglo XIX, con buena parte del territorio continental plenamente independizado ya de sus metrópolis europeas.  

Sirvan todas estas reflexiones simplemente para poner el foco en la importancia que tiene para el análisis histórico la toma en consideración de todas las variables que afectan a las realidades concretas que se quieren estudiar. Las periodizaciones en la historia, que iremos desgranando muy sintéticamente en los párrafos siguientes, son una herramienta de utilidad que sirven ante todo para ubicar determinada sociedad o acontecimiento en el tiempo y en el espacio, y determinar con unas claves interpretativas concretas lo que se quiere explicar cuando se utiliza el término medieval o contemporáneo, por ejemplo. Sin embargo, ello no debe eximirnos de aplicar en todo momento un análisis concreto de la realidad que estamos estudiando, explicitando las claves esenciales de aquello sobre lo que estemos estudiando. 

 

Una vez resueltas estas precisiones previas veamos cuáles son las principales etapas de la historia y sus características principales. La primera y más extensa es la Prehistoria, que se corresponde con todos aquellos milenios en los que se fue desarrollando el proceso de hominización, en el que la especie humana llegó a adquirir sus características actuales materializadas en la especie Homo Sapiens Sapiens. Esta etapa abarca varios millones de años, y asiste a un proceso de aceleración en su complejidad social y económica a partir de en torno al año 20000 a.C., momento en el que en determinados contextos se fue dando una progresiva implementación de fórmulas de trabajo productivo que se compaginaban con las actividades de caza y recolección que garantizaban el sustento de estos grupos hasta ese momento. A este momento de transición, con distintas cronologías en los diferentes contextos en los que se produjo, los especialistas denominan Epipaleolítico o Mesolítico, y tienen distintas claves explicativas en función de los grupos concretos a los que nos refiramos. A partir de aproximadamente el año 10.000 a.C. algunas de estas colectividades fueron progresivamente sustituyendo las fórmulas de caza y recolección por las de producción y sedentarización, dando lugar a partir de ese momento a grupos habitacionales, y por extensión sociedades, cada vez más complejas y jerarquizadas. Aunque suponga una simplificación excesiva de la terminología utilizada, en la actualidad por los especialistas en este momento se daría comienzo al periodo conocido como Neolítico.  

En torno al IV milenio a.C. en el Próximo Oriente se empiezan a utilizar técnicas de escritura para la gestión cotidiana de unas sociedades cada vez más complejas y jerarquizadas, de las que ya comenzamos a conocer, gracias a esta nueva práctica escrituraria, sus ambiciones políticas y sus campañas bélicas contra los territorios vecinos. Es este momento el que da origen a la Historia Antigua. La historiografía clásica había considerado el mundo grecorromano como el origen de la civilización europea, pero la progresiva evolución de los estudios sobre el mundo próximo oriental acreditó hasta qué punto las civilizaciones del Mediterráneo eran deudoras de lo que había acontecido en el mundo próximo oriental varios milenios antes. Por ello, en las universidades occidentales se han ido desarrollando disciplinas específicas destinadas al estudio del Antiguo Egipto y el Próximo Oriente antiguo, en los que arqueólogos, filólogos e historiadores trabajan conjuntamente (a veces una misma persona aglutina la capacidad de análisis en estas tres vertientes) para conocer con mayor precisión los avatares de todo este conjunto heterogéneo de civilizaciones que tienen características económicas, políticas, culturales y religiosas diferentes en función de los distintos casos. Como vemos, nuevamente esta periodización de la historia y su denominación como Historia Antigua no hace más que poner una etiqueta a un conjunto de sociedades en muchos casos escasamente relacionadas entre sí.  

Esta idea es especialmente significativa en lo que se refiere al mundo griego. En su momento de máximo esplendor la Hélade estaba constituida por un numeroso conjunto de ciudades estado, cada una de ellas con sus propias y características formas de gobierno. Y todas ellas quedaron subsumidas en una entidad política mayor tras la conquista de Alejandro Magno de esos territorios, en su camino expansivo que le llevó a dominar una cantidad de territorios hasta entonces inimaginable. Precisamente la etapa final de esta antigüedad está protagonizada por Roma, primero en su etapa republicana y posteriormente imperial, en las que logró unificar por primera vez desde un punto de vista político, y por extensión también cultural y económico, todo el entorno del mar Mediterráneo y buena parte del continente europeo, en una expansión equiparable en el espacio a la lograda por Alejandro Magno, aunque mucho más dilatada en el tiempo. Este imperio romano, ya cristiano en el siglo cuarto, se fragmentó e implosionó debido tanto a problemas estructurales como a la presión ejercida por una serie de pueblos de origen germánico que llevaban siglos viviendo en las fronteras del imperio, y que a partir de la presión ejercida por los hunos. Este era otro grupo de origen oriental, con una característica vida nómada y una economía basada fundamentalmente en la ganadería y complementada con las razzias de los nuevos territorios por los que se desplazaban, propiciaron que esos pueblos germánicos ingresarán en el Imperio dando fin a su unidad territorial.  

Es este momento en el que, ya se ha indicado, los intelectuales del Renacimiento identificaron como el de la barbarie que motivó el final de la brillante civilización clásica, con capital en la ciudad eterna, Roma. A partir de este momento entramos en el periodo que conocemos como Edad Media, subdividida a su vez en distintos periodos (Alta, Plena y Baja Edad Media) que marcan en realidad unas fórmulas políticas, económicas y sociales bastante diferentes entre los distintos periodos del mundo medieval. En este caso una nueva crisis, de carácter sistémico pero también epidémica, desarrollada a mediados del siglo XIV, abre la posibilidad de que se lleven a cabo cambios trascendentales en muchos aspectos de la vida europea, y se vaya produciendo una progresiva centralización de los poderes reales frente a la fragmentación y atomización del poder que caracterizaba al mundo feudal. A esta realidad han de añadirse los frutos del proceso de exploración en busca de nuevas rutas que garantizaran el acceso a las materias primas que consumía la élite urbana que se iba desarrollando en esas nuevas urbes que caracterizaban el mundo tardomedieval europeo. Estas iniciativas exploratorias permitieron, fundamentalmente en primera instancia a castellanos y portugueses, abrir nuevas vías y expandir las fronteras del mundo medieval europeo a continentes hasta ese momento desconocidos para ellos. 

Esta entrada en la Edad Moderna, que se ubica tradicionalmente en el tránsito entre los siglos XV a XVI, marca una nueva etapa en la que los avances científicos, las guerras de religión entre las distintas facciones en las que se fragmenta el cristianismo, y el progresivo desarrollo de nuevas ideas y más complejas tecnologías, llevan a una serie de cambios en el siglo XVIII que permitirán abrir nuevas dimensiones hasta ese momento inimaginables para el mundo occidental. El desarrollo de la Revolución Industrial y el paulatino cambio de las pautas demográficas fueron modificando, por primera vez prácticamente desde la revolución neolítica, los límites estructurales de crecimiento económico y de productividad que tenía la economía del planeta. La acelerada tecnificación que afectó a todos los procesos productivos y que iba aumentando de escala a medida que pasaban las décadas, modificó sustancialmente las formas de vida tradicionales hasta ese momento.  

En paralelo, o como consecuencia precisamente de elloen 1789 se desencadenó en Francia la Revolución Francesaun proceso revolucionario, que había tenido su antesala en la Revolución Americana y la subsiguiente independencia de las colonias inglesas de ese continente de su metrópolis, y que desde el punto de vista político abre un nuevo ciclo. A partir de los cambios que se operaron se fueron poniendo sobre el tapete nuevas fórmulas de organización política, basadas en fórmulas representativas de una cada vez mayor cantidad de población, y sustentadas sobre bases justificativas totalmente alejadas de cualquier argumento religioso. Es el comienzo de la etapa tradicionalmente conocido como Edad Contemporánea. 

El siglo XIX asistirá a una explosión del mundo urbano, con unos movimientos migratorios intensísimos que harán inclinar la balanza claramente a favor de la vida en las ciudades, y que obligarán a la adopción de nuevas fórmulas de organización política y social. Además, este avance tecnológico permitió al mundo europeo (y debemos incorporar en este apartado, obviamente, a sus colonias americanasimponerse de manera clara sobre los restantes poderes mundiales. Es por ello que la segunda mitad de esa centuria abre una nueva vía de significado al expansionismo colonial que hasta ese momento había caracterizado a prácticamente todas las civilizaciones que habían poblado del planeta. La diferencia en este caso radicaba en que la superioridad tecnológica, derivada de los avances llevados a cabo en ese plano por parte de los europeos, les permitió ocupar de manera efectiva y dominar en toda su extensión prácticamente continentes enteros, como puede ser África o buena parte de Asia.  

Está política colonial, unida a los rescoldos de las problemáticas políticas previas a la Revolución Industrial, marcaron un periodo de alta tensión entre potencias que fue degenerando hasta el estallido 1914 de la conocida como Gran Guerrala Primera Guerra Mundial. En ella se enfrentaron potencias que dominaban una parte sustancial del planeta, y cuyo desenlace generó indirectamente las condiciones que motivaron la Segunda Guerra Mundial, iniciada en 1939. Esta segunda confrontación bélica, si cabe con consecuencias más devastadoras para los países en contienda, marcó, en su finalización en 1945, una nueva etapa en las relaciones europeas, amén de suponer en la división tradicional de la historia el punto y final de la Etapa Contemporánea, dando pie a partir de ese momento haz lo que conocemos como Mundo Actual. 

Este mundo actual, que abarca desde esa fecha hasta nuestro presente, también ha tenido sus propias subdivisiones, determinadas en buena medida por el propio desarrollo posbélico y el enfrentamiento entre las dos superpotencias que se lleva a cabo durante la Guerra Fría. A partir de 1989, con la caída del Muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética, se asiste al triunfo del formato liberal capitalista y su evolución, con ciclos de crisis muy severos, agudizados a partir del año 2001 por el impacto creciente del terrorismo internacional, que ha marcado buena parte de la geopolítica hasta nuestros días. 

Pero hay que insistir en que este brevísimo relato, en el que hemos pasado por los distintos periodos de la historia occidental únicamente responde, como se ha podido comprobar, a criterios básicamente político-militares. Si hiciéramos una evolución histórica desde el punto de vista de las clases subalternas, de las mujeres, o de los modelos productivos, probablemente las fronteras que separan las diferentes etapas las ubicaríamos en distintos momentos cronológicos a los aquí expuestos. Además, este relato lineal corresponde, como ya se ha indicado en las apreciaciones iniciales, a un discurso que de algún modo podríamos calificar como genealógico, ya que se traza una historia del mundo europeo en el que los restantes territorios van formando parte del argumento central cuando entran en contacto con los protagonistas principales. Aunque se está intentando desde distintas perspectivas historiográficas, que van desde la historia global a los estudios poscoloniales, reconducir esta forma de entender la historia, lo cierto es que aún a día de hoy se hace muy complicado, y más en un contexto occidental, deshacerse de estas ideas preconcebidas. Ahora bien, si se utilizan en el sentido explicativo y contextualizante que ya se ha aludido en las páginas anteriores, pueden continuar siendo una herramienta útil a la hora de poder establecer discursos explicativos que lleguen a una parte importante de su público potencial. 

 

2. Etapas de la cultura (occidental) 

Precisamente una de las manifestaciones más evidentes de la falta de correspondencia en las periodizaciones entre la historia tradicional y otras maneras de acercarse al pasado de algunas parcelas de las sociedades humanas la encontramos en el ámbito de la cultura. Si bien es cierto que algunas de las principales etapas en las que subdividimos los distintos estilos culturales y artísticos han sido insertas en el marco explicativo de los periodos históricos tradicionales, lo cierto es que es bastante habitual encontrarnos varios de estos periodos culturales, en cada uno de los periodos históricos, y lo que es más importante para lo que aquí nos ocupa, algunas etapas que se despliegan transversalmente a lo largo de dos etapas distintas de la historia. 

No existe demasiado problema a la hora de definir las distintas etapas culturales en las primeras etapas de la historia de la humanidad. Para las sociedades prehistóricas es relativamente habitual que sean precisamente criterios de índole cultural, aunque cierto es que entendiendo aquí el término cultura desde una perspectiva antropológica y no limitada exclusivamente a la elaboración de productos culturales, los que determinan las periodizaciones y la consideración de distintos grupos humanos. Y avanzando más en el tiempo ocurre algo parecido para el caso de las primeras civilizaciones, en las que, aunque los especialistas sean capaces de diferenciar subdivisiones de tipo cultural y artístico en el marco de cada una de ellas, lo cierto es que en todo caso siempre funcionan como compartimentos estancos en los que las fronteras tradicionales de su pervivencia como entidades políticas autónomas constituyen a su vez sus límites culturales. 

En el mundo de la antigüedad clásica, protagonizada por la civilización griega en primera instancia y posteriormente por la romana, encontramos un buen ejemplo de fórmulas culturales que trascienden por su desempeño los límites explicativos de la historia política. De este modo, la primera cuestión a contemplar es qué entendemos por mundo griego, compuesto por un conjunto de múltiples entidades políticas independientes, con diferentes fórmulas de organización política que iban desde la tiranía a la democracia pasando por la monarquía o la oligarquía, pero que compartían un sentimiento de pertenencia cultural a una unidad panhelénica. En esta koiné cultural se empiezan a distinguir distintos periodos en los que, tanto desde el punto de vista artístico como desde el punto de vista filosófico o literario, se van marcando pautas culturales diferentes en cada caso. En esta realidad cultural entra de manera arrolladora un reino vecino de las polis griegas, el de Macedonia, que pasa dominarlas políticamente por la labor llevada a cabo por Alejandro Magno. Él les dotará de una unidad política prácticamente por primera vez en su historia, tendrá una incidencia exactamente similar en términos culturales, ya que en todos los órdenes de la cultura el mundo helenístico es diferente al de las poleis independientes previas. 

Ahora bien, que esta evolución de tipo cultural no siempre está relacionada con los acontecimientos políticos es muy evidente en el momento en el que, en torno al siglo II a.C., la República romana pasa a dominar políticamente el conjunto del territorio griego y se produce una intensificación de la transferencia cultural que ya se venía dando en los siglos anteriores. Es el momento de aquella famosa sentencia del poeta Horacio que rezaba del siguiente modo: Graecia capta ferum victorem cepit et artis intulit in agresti Latio (La Grecia conquistada a su fiero vencedor conquistó e introdujo las artes en el agreste Lacio, Epístolas II, 1, 156-157). A partir de ese momento el mundo cultural romano también muestra dinámicas divergentes en el plano cultural frente al político, lo que se acrecienta sobremanera con el impacto que tiene el progresivo peso que adquiere el cristianismo en el marco cultural imperial, llegando en el siglo IV a constituirse como la religión oficial del imperio. A partir de ese momento esta nueva religión marca claramente una manera distinta de explicar y entender el mundo, como ya hemos visto en el apartado correspondiente a la historiografía. Ella tiene una incidencia lógica también en el plano cultural, y de su mayor o menor dependencia de los parámetros clásicos preexistentes y su fusión con los elementos cristianos dependerá la evolución futura. 

En el marco de la historia política ya hemos visto que en ese siglo IV asiste al final del Imperio Romano como entidad política dominadora del mundo europeo. Sin embargo, ello no se corresponde directamente con el fin del mundo cultural clásico, ya que en los siglos siguientes una parte significativa de la producción cultural altomedieval generada en los entornos monásticos tiene un marcado carácter clásico, aunque lógicamente inserto en unas lógicas explicativas de raíz cristiana. Pero no es menos cierto que en esos momentos ya se va produciendo una progresiva introducción de los elementos culturales de raíz germánica, pertenecientes a los pueblos que se habían instalado en el imperio y habían dominado parte de sus estructuras políticas, fragmentando el imperio en distintos territorios. Desde el punto de vista artístico este período es habitualmente conocido por la historiografía como el del Arte del periodo de las invasiones, pero es una etiqueta poco clarificadora. Por su parte, en otros planos de la producción cultural, como puede ser el literario o el filosófico, simplemente se habla de literatura o filosofía medieval.  

Sin embargo, pasados los primeros siglos después de la implosión del Imperio Romano y consolidados los nuevos estados previamente reunificados bajo el dominio de Carlomagno, quien recupera su vez el valor de la enseña imperial vinculada al mundo occidental, se comenzará a dar una paulatina unificación de fórmulas artísticas, especialmente en el plano arquitectónico, que darán lugar al estilo que, en su etapa previa de establecimiento de las variables básicas la conoceremos como Prerrománico, y cuando se convierta en el primer lenguaje artístico del mundo medieval la conoceremos como Románico. Este estilo artístico, que abarca grosso modo desde los siglos X al XII, permite entrever una serie de características propias, vinculadas con la realidad del mundo plenomedieval de marcado carácter rural.  

Aún en la etapa de la Plena Edad Media desde el punto de vista histórico tenemos el desarrollo del segundo gran estilo artístico del mundo medieval, el Gótico, más vinculado al progresivo auge de la vida urbana que se empieza a dar a partir de la segunda mitad del siglo XII. Y yendo más allá, en el ámbito de las ciudades italianas en la segunda mitad del siglo XIII comienza a desarrollarse un universo cultural nuevomanifestado tanto en la literatura como en el arte, que conocemos como Renacimiento humanista, que modificará las bases culturales del mundo europeo.  

Como se puede comprobar por todo lo señalado, estos tres grandes estilos culturales, incluso deberíamos añadirle el periodo del arte de las invasiones, están integrados en esa amplia etiqueta de Edad Media que, como podemos comprobar, en términos culturales apenas resulta definitoria. Máxime si tenemos en cuenta que, tanto al comienzo como al final del período, se solapan las etapas culturales con las etapas históricas precedentes o subsecuentes. 

En el caso del Renacimiento, además, debemos hacer constar que su desarrollo es desigual en términos culturales y cronológicos en función de los distintos territorios en los que se fue desarrollando. Esta reflexión pone el foco en otro de los aspectos que no debemos perder de vista, ya que en muchas ocasiones la historia de la cultura parece trazar una linealidad que después encuentra difícil acomodo a la hora de encajar los ejemplos concretos diseminados por el tiempo y por el espacio. En cualquier caso, es evidente que el Renacimiento marca por sí mismo un hito fundamental en la historia de la cultura occidental, al abrir nuevas vías de reflexión estética y filosófica, que dan fructíferos resultados en los siglos siguientes. 

En el mismo marco temporal que denominamos Edad Moderna se desarrolla otro de los estilos artísticos que debe en buena parte de su caracterización a la influencia del mundo clásico a la hora de su desarrollo. El Barroco, arte que se desarrolla durante el siglo XVII y llega aproximadamente hasta la primera mitad del siglo XVIII, se desarrolla como evolución del estilo renacentista, a partir de la  evolución interna que este último había tenido en su etapa final, que conocemos como Manierismo. El Barroco es un estilo artístico de gran impacto ideológico, como veremos en apartados siguientes, y debe buena parte de su desarrollo al carácter catequético que impulsa la Iglesia Católica de la Contrarreforma. 

Está visión del arte coexiste en los países protestantes con una intención de plasmación realista en el marco de una estética similar a la desplegada en el caso del arte católico, permitiendo abrir la representación pictórica de los grandes artistas del norte de Europa a la plasmación de la realidad de la burguesía del momento. Veremos también en los otros apartados de este tercer bloque algunas ideas en relación a la conexión entre las manifestaciones artísticas y culturales y las sociedades en las que se llevaron a cabo. 

El siglo XVIII es, además, el momento de máximo apogeo de un movimiento que, al igual que ocurría con el renacimiento, trasciende las fronteras de lo que tradicionalmente conocemos como arte y  afecta a todo el contexto cultural y filosófico de la época. Es la corriente que conocemos filosófico-cultural que conocemos como Ilustración, surgida a partir de la evolución del pensamiento humanista hasta llegaa la absoluta independencia de la explicación de los fenómenos humanos de cualquier tipo de explicación religiosa. Más allá de eso, en esta centuria se sientan las bases que permitirán el desarrollo del pensamiento liberal característico de la etapa contemporánea, surgido el continuo interés por el pasado clásico, en este caso el de las democracias helena. En el plano artístico este siglo XVIII vuelve a mostrarnos un estilo que cabalga entre la Edad Moderna y la Edad Contemporánea, el neoclasicismo, al que se debe una parte importante de los edificios que sustentan simbólicamente los nuevos estados liberales que van surgiendo a lo largo del siglo XIX. En este sentido no debemos perder de vista nuevamente en la conexión entre el arte y la ideología de la época, que asiste al florecimiento de los nacionalismos cómo argumentos políticos de los nuevos estados. 

Ya en la etapa contemporánea el movimiento romántico llegó de la mano del desarrollo de ese pensamiento liberal que reivindicaba una mayor libertad individual, básica igualmente en la formación de los regímenes parlamentarios en estos nuevos estados. 

Pero si algo caracteriza en esencia el universo cultural que se desarrolla en la etapa contemporánea es precisamente su extraordinario desarrollo que se da en esos dos siglos. Los movimientos estéticos se suceden con vertiginosa velocidad, además coexistiendo en ocasiones visiones contrapuestas de la realidad. Se trata, obviamente, de un reflejo de la sociedad que los generó. De este modo, a mediados del siglo XIX el movimiento realista, que buscaba representar con fidelidad el mundo que rodeaba al artista, mostraba unos nuevos modos de entender el mundo y las conexiones entre individuos. Apenas unas décadas después los artistas impresionistas empiezan a abrir nuevos cauces en la experimentación de los fenómenos visuales, poniendo las bases de todo el desarrollo del arte no figurativo que se dará a lo largo del siglo veinte. 

Continuando con la relación entre el arte y la sociedad que lo genera merece un capítulo especial la arquitectura del siglo XIX. En una economía marcada por el uso masivo de nuevos materiales no nos debe extrañar que nos los encontremos dando formas, hasta ese momento inimaginables, a los edificios que se van construyendo a lo largo de toda esa centuria. Y, como ocurría también en otros momentos de la historia, los focos desde los que irradia el poder económico o político son aquellos igualmente en los que es más habitual encontrar las más significativas muestras de las nuevas representaciones artísticas, en este caso arquitectónicas. De este modo, a partir de la segunda mitad del siglo XIX una parte importante de las nuevas fórmulas constructivas las encontramos en los Estados Unidos de América, que ya por aquella época se estaba consolidando como una de las principales potencias mundiales. 

En conjunto todo lo indicado para primer ciclo de la etapa contemporánea marca un camino que atestigua la nueva visión del mundo que la sociedad liberal capitalista está forjando. Esta nueva cosmovisión tiene un carácter fragmentado inestable, al haberse perdido la consideración de la realidad como algo estático y eterno. Es por ello que los artistas de todas las facetas afrontan un desafío de proporciones hasta ese momento desconocidas, ya que deben plasmar una realidad cambiante y muy difícil de aprehender. Ello explica en buena medida que las propuestas artísticas, fundamentalmente las que llegan del plano pictórico, impliquen una absoluta ruptura con todas las formas artísticas que se venían desarrollando desde el Renacimiento. Es el contexto de surgimiento del movimiento que conocemos como Vanguardias históricas, y qué ocuparan buena parte de la producción artística que se lleva a cabo en el mundo occidental en la primera mitad del siglo XX. 

En ese convulso mundo del siglo XX, ese corto siglo XX que Eric Hobsbawm marcó entre 1914 y 1989, el arte abstracto, con fuerte raíz implantación en los Estados Unidos, dará un nuevo vuelco a las fórmulas de representación artística predominantes. Pero si algo caracteriza a la cultura del siglo XX, y especialmente a partir de su segunda mitad, es el desarrollo de la cultura de masas, que llega prácticamente hasta nuestros días. En un mundo globalizado y capitalista en el que las personas que lo habitan fundamentalmente cumplen el papel de consumidores no debe extrañar que este rol haya llegado también a determinar las fórmulas de producción artística de las últimas décadas. 

Este sintético repaso por las distintas etapas que caracterizamos para dividir el desarrollo cultural de la humanidad desde sus orígenes hasta la actualidad permite extraer una serie de conclusiones finales de cierto interés. La primera de ellas nos remite al hecho de que la cultura, y más concretamente el arte, forman parte indisoluble de la realidad de las sociedades del pasado. No es éste el lugar para profundizar en la reflexión acerca de qué debe considerarse como arte en cada uno de los momentos de la historia, pero no hay que dejar de lado en una explicación como la que aquí se plantea el hecho de que las sociedades del pasado, con sus jerarquías, sistemas económicos e ideológicos, conocimientos científicos, etcétera, generan una materialidad que es, ni más ni menos, el fruto de su devenir cotidiano. Eso sí, como en tantas otras facetas de la vida hay obras concebidas con distintas finalidades, auspiciadas por diferentes personas, condiciones todas ellas que determinan indudablemente el resultado final de lo que se está planteando. De esto hablaremos un poquito más en el apartado siguiente. 

Otra de las conclusiones, en este caso más relacionadas con la perspectiva historiográfica, nos lleva a reflexionar acerca del valor de las periodizaciones tradicionales con las que dividimos el estudio histórico. Como ya se ha explicado en el apartado anterior es necesario acotar de algún modo el tiempo y el espacio del que estamos hablando para poder operar con cierta concreción. Pero no es menos cierto que en ocasiones en la literatura académica los límites marcados por estas periodizaciones constriñen demasiado la explicación que se está planteando. En buena medida, construimos el relato histórico a partir de un conjunto de fuentes a las que le asignamos un significado, y en muchas ocasiones estos materiales son prejuzgados en función de la época en la que hayan sido generados. Como hemos podido ver en la síntesis sobre las etapas de la historia de la cultura, en muchas ocasiones las ideas y las formas culturales trascienden los rígidos marcos establecidos para las distintas etapas de la historia. Esto nos debe hacer reflexionar acerca de la necesidad de conocer en todo momento los contextos en los que se desarrollan los acontecimientos que estamos analizando. Y no debemos perder la perspectiva, como ya hemos visto que planteaba Fernand Braudel en su formulación de los tiempos en la historia, que muchas de las claves culturales que han caracterizado a las sociedades del pasado han permanecido inmutables, o al menos con pocos cambios, a lo largo de muchos siglos, trascendiendo en muchas ocasiones varias de estas edades en las que los historiadores nos empeñamos en encerrar la historia. 

3. III.2. Los protagonistas de la historia de la cultura

Ya sabemos por lo indicado en el apartado anterior que la concepción del arte y su materialización han tenido diferentes significados a lo largo de la historia. Y, por supuesto, lo mismo podemos decir de su función social, directamente vinculada a la estructura social y el modelo productivo de la sociedad que lo generó. Por ello no debe extrañarnos que a lo largo de la historia y hasta en torno al siglo XVI las personas que llevaban a cabo este tipo de obras fueran clasificadas como artesanas, más que propiamente artistas en el sentido que le damos actualmente al término. 

De las distintas etapas de la historia y la cultura que hemos visto en el apartado anterior debemos comenzar señalando que desconocemos en buena medida cómo fueron realizadas las manifestaciones que hoy consideramos artísticas en la Prehistoria. Es posible que fueran materializadas por cazadores, o en su defecto por especialistas religiosos que las realizaran con alguna intención simbólico-religiosa. Ya en el Neolítico debemos suponer que la especialización laboral derivada del surgimiento de los primeros núcleos urbanos generó toda una serie de profesionales dedicados exclusivamente a la labor de talla, albañilería, orfebrería, tintorería, etcétera, vinculadas con la labor artística. En este momento empezamos a distinguir por primera vez una realidad esencial en la historia social del arte, la derivada de la relación entre el cliente, el que demanda la realización de la obra de arte, y el artista o artesano que realiza la factura material de la obra. La especialización y jerarquización social derivadas del paso de una economía cazadora recolectora una economía productora impli no sólo la posibilidad de existencia de personas especializadas en una labor que exigía una alta cualificación técnica, sino que también propició el surgimiento de una élite que comenzó a demandar esas obras, de elevado costo y belleza singular, que distinguían a sus integrantes claramente de los demás individuos de la sociedad. Son los inicios de la función del arte como legitimadora del poder político o religioso, que como estamos viendo a lo largo de este curso se mantiene como una constante desde ese momento hasta nuestros días. 

Los detalles concretos de esta relación los empezamos a conocer con mucha mayor precisión en el Mundo Antiguo. Los faraones del Antiguo Egipto, los emperadores de las distintas civilizaciones mesopotámicas, los gobernantes en las poleis griegas o los emperadores romanos dieron en sus distintos contextos culturales ejemplos manifiestos de la utilización del arte como representación de su poder. Pero este arte de las pirámides, de los relieves asirios, de las fortalezas hititas, de los templos griegos, o de las grandes obras de ingeniería o de arquitectura civil romanas, exigían a su vez profesionales de una cada vez más probada capacidad. Y, además, también se iba movilizando una mayor proporción de recursos, tanto materiales como humanos, para su desarrollo. 

La caída del Imperio Romano, con el consiguiente paso a la Edad Media, marcó una nueva etapa en las fórmulas artísticas. Especialmente en Occidente, tras la fragmentación política en múltiples unidades que se lleva a cabo a partir del siglo V las únicas instituciones con capacidad para cometer soportar la promoción de obras artísticas y arquitectónicas, y de generar entornos culturales propicios para la reflexión y la producción cultural de todo tipo, son las monarquías y, más claramente aun, la Iglesia. Es la época en la que el arte adquiere en el contexto europeo un claro carácter catequético, destinado al adoctrinamiento de los fieles y a la difusión del mensaje que las élites de la Iglesia querían transmitir. Y es la Edad Media también la época en la que surge la última de las llamadas religiones del Libro, el Islam, que a su vez determinará en su doctrina una indisolubilidad entre arte y religión. En este sentido debemos entender que el arte que se genera en este período medieval tiene un claro carácter simbólico, y por eso se pierde buena parte de la intención de representatividad de la realidad que tuvo en épocas anteriores. Lo que importa en esos momentos es transmitir un mensaje, y el camino más asequible para lograrlo es a través del símbolo. 

Todavía en esta época el artista se maneja profesionalmente en el ámbito de la artesanía, y por tanto no es extraño ver cómo en el marco del desarrollo de las ciudades medievales también comienzan a desarrollarse gremios de las distintas ramas del trabajo artístico. El trabajo artístico en esta época sigue unos parámetros en cuanto a creatividad totalmente distintos a los que manejamos en la actualidad. La belleza, la perfección, se logran representando el modelo de la manera más ajustada posible, sin ningún atisbo de innovación. Por ello es tan evidente la existencia de un modelo que se repite en esencia en muchas de las manifestaciones artísticas del románico y del primer arte gótico. 

Este desarrollo urbano de la Baja Edad Media y la temprana Edad Moderna trajo implícita una intensificación de las actividades comerciales destinadas a abastecer de productos lujo a las nacientes burguesías que ocupaban las oligarquías urbanas de las ciudades medievales. Este desarrollo de un grupo social, con una cada vez mayor capacidad de actuación en todos los órdenes de la vida cotidiana, necesitaba de elementos que plasmaran de una manera material su posición social, y convirtió a la burguesía en uno de los principales clientes de los artistas. Pero en este momento, que podemos identificar cronológicamente con el final del arte medieval y el arte del Renacimiento, la intención con la persona contrata la obra ya no tiene un carácter religioso, ni siquiera de justificación del poder político, sino de exaltación personal, y es sumamente dependiente del gusto individual de cada uno. Se abre con ello una perspectiva absolutamente novedosa en la relación entre cliente y artista, con una diversificación de muestras de gusto artístico y una progresiva mejora en la valoración de la obra de arte y su ejecutor, el artista, en ese juego de proyección social que se genera al calor de ese proceso. 

A medida que se intensifica esta tendencia, y que historiográficamente asignamos a la época del Barroco, paralelamente se asiste aún mayor empeño propagandístico, ejemplificado en la labor patrocinadora del arte de las grandes cortes europeas, ejemplificado en obras espectaculares como el Palacio de Versalles. En esta etapa, además de continuarse con el proceso de intelectualización del arte que se había iniciado en el Renacimiento, se asiste a una progresiva institucionalización de la labor del artista, con la creación de academias dependientes de los poderes centrales a través de las cuales se trataba de codificar el gusto artístico y su producción. 

Hemos visto en el apartado anterior como las revoluciones del siglo XVIII, la Industrial en el plano socioeconómico y la americana y la francesa en el plano político, propiciaron una ruptura de las estructuras tradicionales y la apertura hacia nuevas maneras de organización social y económica y de producción cultural. En este contexto se compaginan estilos artísticos que continúan tratando de complacer a la clase dominante, como el Neoclasicismo, junto con otros que exploran nuevas vías por las que canalizar las ideas que se iban produciendo al calor del desarrollo de los acontecimientos revolucionarios. En este nuevo campo que se abre debemos incluir a los artistas románticos y realistas, que proponen con sus producciones artísticas nuevas lecturas y emociones distintas a las tradicionalmente expresadas hasta ese momento. 

Pero, probablemente el acontecimiento fundamental que se da a lo largo de esa época Contemporánea hasta la actualidad, y que tiene mucho más que ver con la consolidación de la economía capitalista de mercado como fórmula de organización económica de buena parte del mundo occidental, es la paulatina creación de un mercado del arte en el que, por primera vez, el artista no trabaja para un cliente específico sino para esa noción abstracta e informe que es el mercado. A lo largo de toda la existencia de la producción artística, tuviera ésta las motivaciones que tuviera, se puede detectar siempre una acción incentivadora del arte y una ejecutoria, en relación dialéctica que determina en buena medida el resultado final del proceso. La economía capitalista de mercado permite al artista una presunta libertad a la hora de crear lo que considere más adecuado, aunque en el fondo, como ocurre con cualquier otro producto, una parte importante de la producción artística destinada al mercado del arte está condicionada por lo que el artista supone que el mercado puede asumir y/o desear. 

Está rápida revisión de las distintas configuraciones que han tenido los protagonistas de la creación cultural, y más concretamente de la artística, a lo largo de la historia, permite comprobar hasta qué punto el arte permanece indisolublemente unido a la realidad de la sociedad en la que se ha gestado. No sólo porque el artista está limitado por los conocimientos técnicos y la disponibilidad de materias primas y otros recursos, sino porque incluso los elementos de carácter relacional, además de otras cuestiones como el gusto de cada época, también están directamente relacionados con estas cuestiones. 

 

Además, una última reflexión al respecto de todo lo comentado nos lleva a relacionar lo señalado en este apartado con la exposición de la evolución de la historiografía que se puede encontrar en el bloque segundo de este curso. También para el estudio del papel del cliente y el artista la evolución de las distintas perspectivas de análisis que se han desarrollado en el ámbito académico a lo largo de toda la existencia de la disciplina dedicada al estudio del arte ha tenido una incidencia fundamental. Quizás el ejemplo que mejor ilustre esta realidad es el escaso reflejo que el papel de la mujer en la creación artística ha tenido a lo largo de la historia. Como ejemplo notable de los sistemas patriarcales históricamente preponderantes, que implicaban un reparto de roles sociales entre hombres y mujeres que relegaban a estas últimas al plano doméstico y reservaban para los varones el espacio público, no debe sorprender que en los rígidos sistemas gremiales que hemos comentado fuera extremadamente difícil que una mujer asumiera roles sociales hipotéticamente reservados a los varones. Pero está realidad no fue exclusivamente social, sino también historiográfica. Conocemos hoy bastantes ejemplos de mujeres artistas a lo largo del Antiguo Régimen que no fueron reconocidas como tales, o cuyas obras fueron atribuidas a pintores masculinos. Y el ejemplo de mujeres escritoras en la Edad Media, como Hildegarda de Bingen o Christine de Pizan, muestran bien a las claras que cuando las condiciones sociales y culturales lo permitían, las mujeres generaban obras de equiparable trascendencia y valor cultural. 

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4. III.3.Reflexiones sobre la cultura en la historia

Este último apartado sirve de reflexión, a modo de conclusión, de todo lo expuesto en los apartados anteriores relacionados con las etapas de la historia y de la cultura. A través de los distintos ejemplos comentados se puede comprobar hasta qué punto el arte debe entenderse en relación con las sociedades en las que fue gestado, del mismo modo que la historia de las sociedades del pasado nos resultaría incomprensible si no tuviéramos en cuenta los vestigios materiales que se nos han conservado de su actividad y su modo de entender el mundo. Por tanto, esa visión del arte y de la cultura como la de un muestrario de objetos geniales independientemente del ojo que los observa está absolutamente caduca. A pesar de que el fetichismo del objeto nos pueda hacer apreciar en el mismo espacio de un museo ejemplos de la vida material de una cultura distantes entre sí varios miles de años, como suele ocurrir habitualmente en todos aquellos en los que se conservan restos de arte egipcio, por ejemplo, ello no implica que esas manifestaciones artísticas tengan el mismo significado para la persona que lo observa desde la actualidad que para aquellos que vivieron los tiempos en los que fue creado. De ahí que historia y arte no puedan entenderse por separado y requieran de su análisis conjunto para poder comprender en toda su dimensión la realidad material que se está estudiando. 

Porque, no lo olvidemos, lo que consideramos hoy arte realmente suele estar conformado por todas aquellas obras singulares y de extraordinario valor, por su material o difícil confección, y que ya en el momento de su elaboración fue creada con un objetivo concreto, vinculado en la mayor parte de las ocasiones con la demostración de poder. Como hemos visto en el apartado anterior, desde que el arte es arte a ojos del historiador, es decir, desde el momento en el que tenemos testimonios escritos que permiten acercarnos a partir de la impresión de primera mano a cuál podría ser el objetivo a la hora de que esa obra fuera elaborada, ha estado estrechamente vinculado con el poder. Con el poder de los faraones, con el poder de los emperadores mesopotámicos, con el poder de las élites gobernantes en las distintas poleis griegas, etcétera. Y también con el poder de la iglesia, no siempre secular, pero poder a fin de cuentas, que encontró en el arte el medio más efectivo para llegar con su mensaje a controlar, a partir de la Edad Media, a las masas de poblaciones escasamente formadas en el dogma cristiano. Y qué decir de la utilización del arte por parte de los gobernantes de la Edad Moderna, que llevan al paroxismo la imbricación arte y poder, empleando una parte significativa de sus recursos con el objetivo de acreditar una posición social y reforzar un determinado poder político. Y, por supuesto, todavía hoy, después de los profundos cambios sufridos en el ámbito de la creación artística, esta relación entre arte y poder existe. Quizás no siempre se vea en aquellas y aquellos que buscan generar mensajes rupturistas a través de la creación artística, pero sigue muy presente en otras muchas facetas de nuestro día a día y que determinan esa unión entre arte y  poder. 

Pero, quizás, la principal aportación de esta aproximación cultural al conocimiento de las sociedades del pasado de la mano de tendencias historiográficas recientes, como la historia cultural que vimos que venía a resultar heredera con matices de la escuela de Annales, y que defiende una exigencia de análisis de la cultura de las sociedades pretéritas, entendiendo por tal algo que va mucho más allá del arte o la literatura, y que engloba todo lo necesario para relacionar a las personas con su medio, para poder entender de qué modo se relacionaban con su mundo material y social. En resumidas cuentas, lo que se trata es de entender cuál es el utillaje mental con el qué las mujeres y los hombres del pasado se enfrentaban a su realidad cotidiana, se organizaban como sociedad, y buscaban su sustento. Y el mejor modo que tenemos de saberlo es analizando su cultura. Para esta labor la Historia del Arte tiene un papel fundamental, sobre todo a partir del desarrollo de corrientes renovadoras dentro de la disciplina que se han dedicado en las últimas décadas a desentrañar no sólo las obras de arte de las élites sino toda manifestación artística de una época, incluyendo aquellas hasta ese momento despreciadas por parte de la historiografía por su pobreza material, y su alejamiento en muchos casos del canon establecido. Es en esta vía de colaboración en la que historia y arte encontrarán beneficios mutuos en la explicación y mejor comprensión de los fenómenos estudiados.