Textos complementarios

Sitio: Entorno Open Course Ware (OCW)
Curso: INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA
Libro: Textos complementarios
Imprimido por: Invitado
Día: viernes, 27 de diciembre de 2024, 19:39

Descripción

Recopilación de textos originales referidos a cada uno de los bloques.

1. Bloque I. El pasado humano como objeto de conocimiento. Las técnicas y las fuentes del trabajo del historiador

EL CALENDARIO

El calendario en sentido técnico es un conjunto de normas para determinar del modo más preciso posible la medida del tiempo. Siempre ha estado basado en la precisión del intervalo de tiempo que separa dos acontecimientos, entre los cuales se obtienen los límites de las unidades de medida. Ordinariamente la unidad de medida es el intervalo entre dos salidas del sol; y por ello el calendario adopta la forma de un cuadro en el que constan los días del año. La etimología de la palabra calendario (de kalendas) hace también referencia al día como unidad de medida del tiempo. Menologio y hemerologio hacen referencia a las unidades mes y día, respectivamente. 

Considerado como un cuadro de los días del año equivale el calendario al almanaque (de al-manah, en hebreo contar). En los almanaques constan los días, semanas, meses, estaciones, datos astronómicos sobre ortos y ocasos de la luna y el sol, datos sobre climatología, fenómenos meteorológicos, etc. A la Cronología interesa más el sistema seguido en la distribución de las unidades de medida que la información astronómica, meteorológica o histórica que suele acompañar a esos cuadros de días del año (efemérides). 

Los más antiguos calendarios son lunares; sus unidades de medida son los meses lunares, cuyas dificultades de compaginación con la unidad año tratan de superar los calendarios solares, basados en diferente criterio de selección de unidad de medida del tiempo, el ciclo solar. Otros calendarios, lunisolares, buscan la adecuación de ambos ciclos, lunar y solar, mediante los embolismos.

La agrupación de los días en unidades más o menos artificiales hace que haya calendarios que utilicen semanas, decenas, centenas de días como unidades intermedidas. También las divisiones del día, horas diurnas y vigilias nocturnas, son agrupadas según diferentes criterios, ya que la hora no representó una medida fija del tiempo, sino una parte o fase del día. Las unidades de medida, sean múltiplos o divisores del día, pueden ir agrupadas en conjuntos de base 7, 10 o 12, por citar las más frecuentes. 

De entre los numerosos calendarios utilizados por la humanidad a lo largo de la Historia seleccionamos los que ofrecen algún interés más directo para información histórica de los elementos cronológicos examinados en páginas precedentes. Son los calendarios hebreo, romano, cristiano, musulmán y republicano francés.


GARCÍA LARRAGUETA, S.A.: La datación histórica. Pamplona, 1998, pp. 285-286.




2. Bloque temático II. La Historia como disciplina

En este subapartado se incluyen textos referidos a las distintas etapas en el desarrollo de la disciplina que se han señalado en el bloque teórico

2.1. La historia en el Mundo Antiguo

HERÓDOTO, Historias, I, 56.

(Creso) informándose halló que los Lacedemonios y los Atenienses eran los pueblos más poderosos de Grecia, dorios los unos, de estirpe jonia los otros. Antiguamente constituían los pueblos pelasgos y helenos. Estos últimos no realizaron ninguna migración.
Los otros eran, en cambio, pueblos en continuo movimiento. En tiempos del rey Deucalión habitaban la región de la Ptiótide, y en tiempos de Doro, el hijo de Heleno, la región situada al pie de los montes Ossa y Olimpo, conocida con el nombre de Histiaiótide.
Cuando fueron expulsados de la Histiaiótide por los Cadmeos, habitaron Macedonia a orillas del Pindo. De allí emigraron de nuevo a la Driópide y de la Driópide llegaron, por fin, al Peloponeso donde recibieron el nombre de dorios.


TUCÍDIDES, Historia de la Guerra del Peloponeso, I

Mas en cuanto a las cosas que se hicieron durante la guerra, no he querido escribir lo que oí decir a todos, aunque me pareciese verdadero, sino solamente lo que yo vi por mis ojos, y supe y entendí por cierto de personas dignas de fe, que tenían verdadera noticia y conocimiento de ellas. Aunque también en esto, no sin mucho trabajo, se puede hallar la verdad. Porque los mismos que están presentes a los hechos, hablan de diversa manera, cada cual según su particular afición o según se acuerda.
Y porque yo no diré cosas fabulosas, mi historia no será muy deleitable ni apacible de ser oída y leída. Mas aquellos que quisieren saber la verdad de las cosas pasadas y por ellas juzgar y saber otras tales y semejantes que podrán suceder en adelante, hallarán útil y provechosa mi historia; porque mi intención no es componer farsa o comedia que dé placer por un rato, sino una historia provechosa que dure para siempre.


FLAVIO JOSEFO, Antigüedades de los judíos (XVIII 2,2 = 63-64)

Por este tiempo apareció Jesús, un hombre sabio (si es que es correcto llamarlo hombre, ya que fue un hacedor de milagros impactantes, un maestro para los hombres que reciben la verdad con gozo), y atrajo hacia él a muchos judíos (y a muchos gentiles además. Era el mesías). Y cuando Pilato, frente a la denuncia de aquellos que son los principales entre nosotros, lo había condenado a la cruz, aquellos que lo habían amado primero no le abandonaron (ya que se les apareció vivo nuevamente al tercer día, habiendo predicho esto y otras tantas maravillas sobre él los santos profetas). La tribu de los cristianos, llamados así por él, no ha cesado de crecer hasta este día.


POLIBIO, Historia Universal, IV, 25-26, 2

Decretaron igualmente que a todos aquellos que forzados por las circustancias habían tomado parte de la Liga Etolia, que a todos estos se les restablecerían las constituciones patrias, en posesión de sus territorios y sus ciudades, sin guarniciones, sin pagar tributos, como hombres libres, y que vivirían según las leyes e instituciones ancestrales. Y redactaron en el decreto que se ayudaría a los anfictiones a restablecer sus leyes y el dominio de su templo, del que los etolios les habían privado ahora con la intención de disponer por sí mismos de los asuntos de este santuario.
Se aprobó este decreto en el año primero de la Olimpíada ciento cuarenta, y con ello la llamada Guerra Social tuvo un inicio justo y conforme a las injusticias cometidas. Los diputados enviaron inmediatamente legados a los aliados para que en cada ciudad el pueblo ratificara el decreto, y así todos desde su país hicieran la guerra a los etolios.


TITO LIVIO, Ab urbe condita, XLIII, 3, 1-4. Fundación de Carteia

Llegó también de España otra embajada de una nueva clase de hombres. Tras recordar que eran más de cuatro mil los que habían nacido de soldados romanos y mujeres hispanas, con las que no existía derecho de matrimonio, rogaban que se les diera una ciudad donde vivir. El Senado decretó que confiaran a la oficina de L. Canuleyo sus propios nombres y los de aquellos que hubieran sido manumitidos, si los hubiera; que estaba de acuerdo con que se asentaran colonialmente en Carteya, junto al Océano; que a quienes de los carteyenses quisieran continuar habitando allí, se les daba la posibilidad de formar parte del número de los colonos, asignándose tierras de cultivo. Que sería una colonia latina y sería llamada de los «libertinos».

P. CORNELIO TACITO, De origine et situ Germanoru
Los pueblos germanos no habitan en ciudades, es bien sabido, incluso no toleran que las casas sean contiguas. Se establecen en lugares aislados y apartados, en relación con una fuente, un campo o un prado, según les plazca. Las aldeas no están construidas como nosotros acostumbramos, con edificios contiguos y unidos unos a otros; cada uno tiene un espacio vacío que rodea su casa, sea como defensa contra los peligros de incendio, sea por ignorancia en el arte de la construcción. En realidad, no emplean ni piedras ni tejas, se sirven únicamente de madera sin pulimentar, independientemente de su forma o belleza. No obstante embadurnan los lugares más destacables con una tierra tan pura y brillante, que imita la pintura y los dibujos de colores. También acostumbran a excavar subterráneos que cubren con mucho estiércol y que sirven de refugio durante el invierno y de depósito para los cereales, puesto que estos lugares los preservan de los rigores del frío. Y de este modo, si el enemigo aparece, sólo saquea lo que está al descubierto, las cosas ocultas y enterradas o bien las ignoran o bien por ello mismo les escapan, puesto que habría que buscarlas.
Para todos, el vestido es un sayo sujeto por un broche o, a falta de éste, por una espina; sin otro abrigo permanecen días enteros junto al fuego del hogar. Los más ricos se distinguen por su vestidura no holgada, como la de los sármatas y los partos, sino ajustada marcando los miembros. También visten pieles de fieras, descuidadamente los más próximos a las orillas, con más esmero los del interior, para quienes las relaciones comerciales no pueden dar otro atavío. Eligen determinadas fieras y adornan con manchas las pieles arrancadas ( ... ) y el vestido de las mujeres no difiere del de los hombres, excepto en que las mujeres se cubren más frecuentemente con tejidos de lino adornados con púrpura y en que la parte superior del vestido no se prolonga formando las mangas; llevan desnudos los brazos y los antebrazos, incluso la parte alta del pecho aparece descubierta.







2.2. La historia en la Edad Media

AGUSTÍN DE HIPONA, De civitate Dei

Creo que quedan satisfechas y comprobadas las cuestiones más arduas, espinosas y dificultosas, que se refieren al principio o fin del mundo o del alma, o del mismo linaje humano, que hemos distribuido en dos géneros: el de los que viven según el hombre y el de los que viven según Dios. A esto llamamos también místicamente dos ciudades, es decir, dos sociedades de hombres. Una está predestinada a reinar eternamente con Dios y la otra a padecer eterno tormento con el demonio. Éste es el fin principal de ambas. De él trataremos más adelante [ ... ].
El primer hijo de aquellos primeros padres de linaje humano fue Caín, que pertenece a la ciudad de los hombres. El segundo fue Abel, que pertenece a la ciudad de Dios [ ... ]. Dios, como insigne alfarero, hizo de la misma masa un vaso de honor y otro de ignominia. Hizo primero el de ignominia y luego el de honor. Porque en una misma persona primero surge el malo, en que es preciso que nos detengamos, y después el bueno, a donde llegamos caminando en la virtud y en el que permanecemos para siempre[ ... ].
Hay, pues, en la ciudad terrena dos figuras: una muestra su presencia y otra con su presencia sirve a la imagen de la ciudad celestial. La naturaleza viciada por el pecado engendra los ciudadanos de la ciudad terrena. La gracia libera a la naturaleza del pecado y engendra los ciudadanos de la ciudad celeste.

EGINARDO, Vita karoli, II

Desempeñaba este oficio, en el momento de ser depuesto Childerico, Pipino, el padre del rey Carlos, casi  ya con carácter hereditario. Pues Carlos, su padre, que aplastó a los tiranos que reclamaban para sí el poder absoluto sobre toda Francia y derrotó a los sarracenos que intentaban ocupar la Galia en dos grandes combates, uno en Aquitania, cerca de Poitiers; el otro en las inmediaciones de Narbona, junto al río Berre, de modo que les obligó a regresar a España, y ocupó de modo ilustre esa misma magistratura que le fuera entregada por su padre, Pipino.

El pueblo no acostumbraba conceder este cargo honorífico sino a quienes se destacaban de los demás por su ilustre linaje  y la amplitud de sus riquezas. Habiendo Pipino, el padre de nuestro rey Carlos, ocupado dicha magistratura que recibieran él y su hermano Carlomán de su padre y su abuelo y que compartieran en total concordia, su hermano, no se sabe por qué razones —aunque parece que llevado de su amor por la vida contemplativa—, tras abandonar la dura tarea de administrar el reino temporal, se dirigió a descansar a Roma, y allí, cambiando su hábito por el de monje y después de construir un monasterio en el monte Soracte junto a la iglesia de San Silvestre, se dedicó a gozar de la deseada quietud durante algunos años, en compañía de los hermanos que habían venido  junto con él a tal fin. Pero como muchos de los nobles que iban de Francia a Roma para cumplir anualmente sus promesas no querían dejar de presentarle sus respetos como antiguo señor, interrumpiendo con frecuentes visitas el ocio en que máximamente se deleitaba, se vio obligado a cambiar de lugar.


General Storia, entorno de ALFONSO X EL SABIO

Libro I. 

Aquí se comiença la general e grand estoria que el muy noble rey don Alfonso, fijo del noble rey don Fernando e de la reína doña Beatriz, mandó fazer. 

Prólogo. 

Natural cosa es de cobdiciar los omnes saber los fechos que acaecen en todos los tiempos, tan bien en el tiempo que es passado como en aquel en que están como en el otro que á de venir. Peró d’estos tres tiempos non puede omne seer cierto fueras d’aquel que es passado. Ca si es del tiempo que á de venir non pueden los omnes saber el comienço nin la fin de las cosas que ý avernán, e por ende non lo saben ciertamientre. E si es del tiempo en que están, maguer saben los comienços de los fechos que en él se fazen, porque non pueden saber la fin cuál será tenemos que non lo saben complidamientre. Mas del tiempo passado porque saben los comienços e los acabamientos de los fechos que ý se fizieron dezimos que alcançan los omnes por este tiempo ciertamientre el saber de las cosas que fueron. Onde porque el saber del tiempo que fue es cierto e non de los otros dos tiempos, assí como dixiemos, trabajáronse los sabios omnes de /2/ meter en escrito los fechos que son passados pora aver remembrança d’ellos como si estonces fuessen e que lo sopiessen los que avién de venir assí como ellos.



2.3. La historia en los siglos XVII y XVIII

BOSSUET, Política según la Sagrada Escritura (1709)

“No existe ninguna forma de gobierno ni institución humana alguna que no presente inconvenientes; de tal suerte que se debe seguir con el mismo tipo de gobierno al que un largo tiempo de vivencia ha acostumbrado al pueblo. (…)
Únicamente al príncipe incumbe velar por el bienestar del pueblo; éste es el primer artículo y fundamento sobre el que se basan los demás; (…) no puede existir poder alguno que no de penda de él; ni asamblea alguna que exista si no es contando con su visto bueno.
Así es cómo, a favor del bienestar de un Estado, se deposita en una misma mano todo el poder. El desperdigar dicho poder es dividir al Estado; es dar al traste con la paz pública.
Por su condición el príncipe es el padre del pueblo; su grandeza le sitúa muy por encima de los intereses mezquinos; a mayor abundamiento, toda su grandeza y su propio y lógico interés se basan en el que el pueblo sea conservado, puesto que a la postre si le faltase el pueblo, dejaría de ser príncipe. Por tanto, nada mejor que el entregar todas las riendas del poder del Estado a aquel que mayor interés tenga en la conservación y en la grandeza del Estado…”.


VOLTAIRE, Filosofía de la historia, 32-33

¿Definís como salvajes a unos palurdos que viven en cabañas con sus hembras y algunos animales, expuestos a la intemperie de las estaciones; que sólo conocen la tierra que los alimenta y el mercado al que van de tanto en tanto a vender sus víveres para comprar algunas vestimentas groseras; que hablan una jerga incomprensible en las ciudades; que tienen pocas ideas y, en consecuencia, pocas expresiones; sometidos, sin saber por qué, a un hombre de pluma al que llevan todos los años la mitad de lo que han ganado con el sudor de su frente; que se reúnen ciertos días en una especie de granja para celebrar ceremonias en las que no comprenden nada escuchando a un hombre vestido extrañamente al que no entienden; que abandonan de vez en cuando su choza al son de los tambores para ir a hacerse matar a una tierra extranjera y a matar a sus semejantes por un cuarto de lo que pueden ganar trabajando la tierra? De estos salvajes hay en toda Europa. Sobre todo, debemos convenir en que los pueblos de Canadá y los cafres, que nos hemos complacido en denominar salvajes, son infinitamente superiores a los nuestros. El hurón, el algonqui- no, el illinois, el cafre, el hotentote, poseen el arte de fabricar por sí mismos todo lo que necesitan; este arte les falta a nuestros palurdos. Los pueblos de América y África son libres, y nuestros salvajes no tienen siquiera la idea de la libertad.
Los pretendidos salvajes de América son soberanos que reciben embajadores de nuestras colonias transplantadas a su territorio por la avaricia y la ligereza. Conocen el honor, del que nuestros salvajes de Europa nunca oyeron palabra. Tienen una patria, la aman, la defienden, hacen tratados, combaten con valor y hablan frecuentemente con una energía heroica. ¿Hay una respuesta más bella, en los Grandes hombres de Plutarco, que la de ese jefe canadiense a una nación europea que le proponía que le cediese su territorio? «Hemos nacido en esta tierra, nuestros padres están enterrados en ella. ¿Podríamos decir a las osamentas de nuestros padres: “Levantaos y venid con nosotros a una tierra extranjera”?»
Estos canadienses eran espartanos en comparación con los palurdos que vegetan en nuestras aldeas y los sibaritas que se embotan en nuestras ciudades.
¿Definís como salvajes a unos animales con dos pies, que a veces caminan sobre sus manos, aislados, errando por los bosques, selvatici, selvaggi, que se acoplan a la ventura, que olvidan a las mujeres a las que se unieron, que no conocen hijos ni padres y viven como brutos, sin el instinto ni los recursos de las bestias? Se ha escrito que tal es el verdadero estado del hombre y que no hemos hecho más que degenerar miserablemente desde que lo dejamos, Yo no creo que esa vida solitaria, atribuida a nuestros padres, esté en la naturaleza humana.

J. G. HERDER: Filosofía de la Historia para la educación de la Humanidad (1774).

Actualmente, con la confusión general de clases, con el ascenso de los inferiores al lugar de superiores orgullosos, agotados e inútiles —para llegar a ser dentro de poco peores que ellos—, se socavan cada vez más los cimientos más fuertes y más necesarios de la humanidad; penetra profundamente la masa de corrompida savia vital. Por mucho que un tutor de este gran cuerpo apruebe, elogie o fomente un momentáneo aumento de apetito o un incremento aparente de fuerzas, o que se oponga terminantemente, jamás suprimirá la causa del "refinamiento progresivo y del adelanto que lleva a la reflexión, la opulencia, la libertad y la arrogancia". No es posible explicar por medio de una breve comparación el proceso de decadencia desde nace un siglo del verdadero prestigio voluntario de los superiores, los padres y las más altas jerarquías en el mundo. Los nuestros, grandes y pequeños, contribuyen de diez maneras a mantener esta situación; abaten las vallas y barreras; pisotean y hacen burla, hasta en propio perjuicio, de los prejuicios, como suele decirse, de clase, de educación y hasta de religión. Y todos llegaremos a ser, debido a una determinada educación, filosofía, irreligión, ilustración, vicios y finalmente y como remate por medio de la opresión, por una sed de sangre y de avidez insaciable que de por sí exalta los ánimos y lleva al egoísmo, todos llegaremos a ser —para bien nuestro— después de mucho desorden y muchas miserias, aquello a lo que aspira y tanto elogia nuestra filosofía: hermanos. Amo y criado, padre e hijo, el mancebo y la doncella más desconocida, todos seremos hermanos. Esos señores profetizan como Caifás, pero por cierto, primero sobre su propia cabeza o la cabeza de sus hijos.


2.4. La Historia en el siglo XIX

LEOPOLD VON RANKE. "Sobre las afinidades y las diferencias existentes entre la historia y la política", en Pueblos y estados en la historia moderna, tr. Wenceslao Roces, México, FCE, 1979, p. 510.

"Yo, por lo menos, no acierto a creer que nadie que piense cuerdamente se atreva a sostener que el conocimiento del pasado no sirva para ser aplicado con provecho al presente y al porvenir, es decir, que no exista ninguna estrecha relación, ninguna afinidad entre la historia y la política.
[... La historia] no consiste tanto en reunir y acoplar hechos como en comprenderlos y explicarlos. La historia no es, como algunos piensan, obra de la memoria exclusivamente, sino que requiere ante todo agudeza y claridad de la inteligencia. No lo pondrá en duda quien sepa de la enorme dificultad que existe en distinguir lo verdadero de lo falso y escoger entre muchas referencias la que considera ser la mejor, o quien conozca aunque sólo sea de oídas aquella parte de la crítica que tiene su asiento en los aledaños de la historiografía.
Y sin embargo, debemos reconocer que no es ésta más que una parte de la misión del historiador. Otra, más grandiosa e incomparablemente más difícil consiste en observar las causas de los sucesos y sus premisas, así como sus resultados y sus efectos, en discernir claramente los planes de los hombres, los extravíos con que los unos fracasan y la habilidad y sabiduría con que los otros triunfan y se imponen, en conocer por qué unos se hunden y otros vencen, por qué unos estados se fortalecen y otros se acaban; en una palabra, en comprender a fondo y con la misma minuciosidad las causas ocultas de los acontecimientos y sus manifestaciones exteriores".

AUGUSTE COMTE. Cours de philosophie positive, 1830-1842. [Edición: Comte, Auguste. Curso de filosofía positiva. Primera lección, t. I, 1864, pp. 8-10. [En Guy Bourdé-Hervé Martin. Las escuelas históricas. Madrid: Akal, 1992, pp. 79-80].

"En el estadio teológico, el espíritu humano, al dirigir esencialmente sus investigaciones hacia la naturaleza íntima de los seres, las causas primeras y finales de todos los efectos que le afectan; en una palabra, hacia todos los conocimientos absolutos, se representan los fenómenos como producidos por la acción directa y continua de agentes sobrenaturales más o menos numerosos, cuya intervención arbitraria explica todas las anomalías aparentes del universo.

En el estadio metafísico, que en el fondo no es más que una simple modificación del primero, los agentes sobrenaturales son sustituidos por fuerzas abstractas, verdaderas entidades (abstracciones personificadas), inherentes a los diversos seres del mundo y concebidos como capaces de generar por sí mismas todos los fenómenos observados, cuya explicación consiste entonces en asignar a cada uno la entidad correspondiente.

Finalmente, en el estadio positivo, el espíritu humano, al reconocer la imposibilidad de obtener nociones absolutas, renuncia a buscar el origen y destino del universo y a conocer las causas íntimas de los fenómenos, para dedicarse únicamente a descubrir sus leyes efectivas, es decir, sus relaciones invariables de sucesión y similitud, gracias al uso bien combinado del razonamiento y de la observación. La explicación de los hechos, reducida a sus términos reales, no es desde entonces más que la relación establecida entre los distintos fenómenos particulares y algunos hechos generales, cuyo número disminuye cada vez más gracias a los progresos de la ciencia.


JULES MICHELET. [Nuevo] Préface [1869] a la Histoire de France. [En Guy Bourdé-Hervé Martin. Las escuelas históricas. Madrid: Akal, 1992, p. 125].

"Al ir penetrando más y más en el tema, se le ama y entonces se le contempla con creciente interés. El corazón emocionado posee un segundo sentido, ve mil cosas que son invisibles para el pueblo indiferente. Historiador e historia se unen en esta contemplación. ¿Ello es bueno? ¿Es malo? Ocurre en este punto algo que nunca se ha descrito y que vamos a revelar:

La historia, con el correr del tiempo, hace al historiador en mayor medida que el historiador hace la historia. Soy hijo de mi libro. Soy su obra. Este hijo ha hecho a su padre. Si bien, en principio, el libro ha salido de mí, de mi tempestuosa juventud, él ha acrecentado en mí la fuerza y la clarividencia, la vehemencia fecunda, el poder real de resucitar el pasado. Si nos parecemos, estupendo. Los rasgos que tiene de mí son en gran medida aquellos que le debo, los que he conseguido gracias a él".


THOMAS BABINGTON MACAULY. "History", 1828. [En Macaulay, T. Babington. Essays, Critical and Miscellaneous. Philadelphia: Carey and Hard, 1844, pp. 60-61. Traducción para el portal de F. Sánchez Marcos].

"En la filosofía de la historia los modernos han superado en mucho a los antiguos. No es extraño, ciertamente, que los griegos y romanos no hubieran hecho llegar la ciencia del gobierno, o cualquier otra ciencia experimental, tan lejos como en nuestro tiempo; puesto que las ciencias experimentales se encuentran por lo general en situación de progreso. Fueron comprendidas mejor en el siglo XVII que en el XVI y en el siglo XVIII que en el XVII. Pero este constante avance, este desarrollo natural del conocimiento, no justifica, sin embargo, la inmensa superioridad de los escritores modernos. La diferencia es una diferencia no de grado sino de naturaleza. No es solamente que hayan sido descubiertos nuevos principios, sino que parece que se ejercitan nuevas facultades. No es que en una época el intelecto humano haya hecho solo un pequeño progreso y que en otra haya avanzado mucho, sino que en una época se habría mantenido estancado, mientras que en otra se ha desarrollado constantemente. En gusto e imaginación, en la magnificencia de las obras públicas, los antiguos fueron al menos iguales a nosotros. Pero en las ciencias morales apenas hicieron ningún avance. Durante el largo periodo que se extiende entre el siglo V antes de la era cristiana y el siglo V después de ella, se realizó poco progreso perceptible. Todos los descubrimientos metafísicos de todos los filósofos, desde el tiempo de Sócrates hasta las invasiones nórdicas, no pueden ser comparados en importancia con los que se realizaron en Inglaterra cada cincuenta años desde el tiempo de Isabel. No hay la menor razón para creer que los principios de gobierno, legislación y economía política fueron mejor comprendidos en la época de César Augusto que en la de Pericles. En nuestro propio país las doctrinas bien fundadas del comercio y la jurisprudencia han sido, en el tiempo de una sola generación, confusamente sugeridas, abiertamente propuestas, defendidas, sistematizadas, adoptadas por todos los pensadores de todos los partidos, citadas en asambleas legislativas, incorporadas en leyes y tratados."


KARL MARX. Zur Kritik der politischen Ökonomie, 1859. [Edición: Marx, Karl. Contribución a la crítica de la economía política. Madrid: Siglo veintiuno, pp. 4-5 (Prólogo)].

"El resultado general que obtuve y que, una vez obtenido, sirvió de hilo conductor de mis estudios, puede formularse brevemente de la siguiente manera. En la producción social de su existencia, los hombres establecen determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a un determinado estadio evolutivo de sus fuerzas productivas materiales. La totalidad de esas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se alza un edificio jurídico y político, y a la cual corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material determina el proceso social, político e intelectual de la vida en general. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia. En un estudio determinado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o –lo cual sólo constituye la expresión jurídica del mismo– con las relaciones de producción dentro de las cuales se habían estado moviendo hasta ese momento. Esas relaciones se transforman de formas de desarrollo de las fuerzas productivas en ataduras de las mismas. Se inicia entonces una época de revolución social."






2.5. La historia en el siglo XX

MARC BLOCH. L'Étrange Défaite, 1940. [En Mastrogregori, Massimo. El manuscrito interrumpido de Marc Bloch: Apología para la historia o el oficio de historiador. México: FCE, 1999, pp. 49-50].

"Porque la historia es en esencia, ciencia del cambio. Ella sabe y enseña que dos acontecimientos no se reproducen nunca exactamente del mismo modo, porque las condiciones nunca coinciden con exactitud. Sin duda ella reconoce, en la evolución humana, elementos que si bien no son permanentes, por lo menos sí son durables. Pero eso para confesar, al mismo tiempo, la variedad infinita de sus combinaciones. Sin duda ella admite, de una civilización a otra, ciertas repeticiones, si no punto por punto, por lo menos ne líneas generales de desarrollo. No hace sino constatar, entonces, que en ambos casos las condiciones dominantes fueron semejantes. Ella puede intentar penetrar en el porvenir; y no es, creo, incapaz de lograrlo. Pero sus lecciones no dicen en absoluto que el pasado vuelva a empezar, que lo que fue ayer será mañana. Examinando cómo y por qué el ayer fue diferente a otro ayer, ella encuentra, en esta comparación, el modo de prever en qué sentido el mañana, a su vez, se opondrá al ayer. Sobre las hojas de investigación del historiador, las líneas cuyo trazo dictan los hechos transcurridos, jamás son líneas rectas; la historia no ve más que curvas, y son curvas, además, que por extrapolación ella se esfuerza por prolongar hacia lo incierto de los tiempos. Poco importa que la propia naturaleza de su objeto le impida modificar a su gusto los elementos de lo real, como en el caso de las ciencias experimentales. Para descubrir las relaciones que vinculan a las variaciones espontáneas de los factores aquéllas de los fenómenos, bastan, como instrumentos, la observación y el análisis. Así, ella obtiene las razones de las cosas y de sus mutaciones".


LUCIEN FEBVRE. Combats pour l'histoire, 1953. [Edición: Febvre, Lucien.Combates por la historia. Barcelona: Ariel, 1971, p. 40-41.

"No hay historia económica y social. Hay la historia sin más, en su unidad. La historia que es, por definición, absolutamente social. En mi opinión, la historia es el estudio científicamente elaborado de las diversas actividades y de las diversas creaciones de los hombres de otros tiempos, captadas en su fecha, en el marco de sociedades extremadamente variadas y, sin embargo, comparables unas a otras (el postulado es de la sociología); actividades y creaciones con las que cubrieron la superficie de la tierra y la sucesión de las edades. [...] Una historia que no se interesa por cualquier tipo de hombre abstracto, eterno, inmutable en su fondo y perpetuamente idéntico a sí mismo, sino por hombres comprendidos en el marco de las sociedades de que son miembros".


FERNAND BRAUDEL,  "Histoire et Science Sociale: La Longue Durée", Annales E.S.C., 1958. [Edición: Braudel, Fernand. La historia y las ciencias sociales. Madrid: Alianza, 1968, pp. 64-71. Traducción de Josefina Gómez Mendoza. En Mitre, Emilio. Historia y pensamiento históricos. Madrid: Cátedra, 1997, pp. 285-287].

La reciente ruptura con las formas tradicionales del siglo XIX no ha supuesto una ruptura total con el tiempo corto. Ha obrado, como es sabido, en provecho de la historia económica y social y en detrimento de la historia política. En consecuencia, se han producido una conmoción y una renovación innegables; han tenido lugar, inevitablemente, transformaciones metodológicas, desplazamientos de centros de interés con la entrada en escena de una historia cuantitativa que, con toda seguridad, no ha dicho aún su última palabra.

Pero, sobre todo, se ha producido una alteración del tiempo histórico tradicional. Un día, un año, podían parecerle a un historiador político de ayer medidas correctas. El tiempo no era sino una suma de días. Pero una curva de precios, una progresión demográfica, el movimiento de salarios, las variaciones de la tasa de interés, el estudio (más soñado que realizado) de la producción o un análisis riguroso de la circulación exigen medidas mucho más amplias.

Aparece un nuevo modo de relato histórico -cabe decir el «recitativo» de la coyuntura, del ciclo y hasta del «interciclo», que ofrece a nuestra elección una decena de años, un cuarto de siglo y, en última instancia, el medio siglo del ciclo clásico de Kondratieff...

Más allá de los ciclos y de los interciclos está lo que los economistas llaman, aunque no siempre lo estudien, la tendencia secular. Pero el tema sólo interesa a unos cuantos economistas; y sus consideraciones sobre las crisis estructurales, que no han soportado todavía la prueba de las verificaciones históricas, se presentan como unos esbozos o unas hipótesis apenas sumidos en el pasado reciente: hasta 1929 y como mucho hasta la década de 1870. Representan, sin embargo, una útil introducción a la historia de larga duración. Constituyen una primera llave.

La segunda, mucho más útil, es la palabra estructura. Buena o mala, es ella la que domina los problemas de larga duración. Los observadores de lo social entienden por estructura una organización, una coherencia, unas relaciones suficientemente fijas entre realidades y masas sociales. Para nosotros los historiadores, una estructura es indudablemente un ensamblaje, una arquitectura pero, más aún, una realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y en transportar. Ciertas estructuras están dotadas de tan larga vida que se convierten en elementos estables de una infinidad de generaciones: obstruyen la historia, la entorpecen y, por tanto, determinan su transcurrir. Otras, por el contrario, se desintegran más rápidamente. Pero todas ellas constituyen, al mismo tiempo, sostenes y obstáculos. En tanto que obstáculos, se presentan como límites (envolventes, en el sentido matemático) de los que el hombre y sus experiencias no pueden emanciparse. Piénsese en la dificultad de romper ciertos marcos geográficos, ciertas realidades biológicas, ciertos límites de productividad, y hasta determinadas coacciones espirituales: también los encuadramientos mentales representan prisiones de larga duración...


LAWRENCE STONE, "The Revival of Narrative: Reflections on a New Old History". Past and Present, nº 85, nov. 1979. [Edición: Stone, Lawrence. El pasado y el presente. México: FCE, 1986, pp. 95-96, 115 y 120].

"La historia narrativa difiere de la historia estructural fundamentalmente de dos maneras: su ordenación es descriptiva antes que analítica, y concede prioridad al hombre por sobre sus circunstancias. Por lo tanto, se ocupa de lo particular y lo específico más bien que de lo colectivo y lo estadístico. La narrativa es un modo de escritura histórica, pero es un modo que afecta también y es afectado por el contenido y el método". [...]

"Si mi diagnóstico es correcto, el desplazamiento hacia la narrativa por parte de los 'nuevos historiadores' señala el fin de una era: el término del intento por producir una explicación coherente y científica sobre las transformaciones del pasado. Los modelos del determinismo histórico, los cuales se basan en la economía, la demografía o la sociología, se han derrumbado frente a las pruebas, empero ningún modelo completamente determinista sustentado en alguna otra ciencia social -la política, la psicología o la antropología- ha surgido para ocupar su lugar. El estructuralismo y el funcionalismo no han resultado ser mucho mejores en absoluto. La metodología cuantitativa se ha mostrado semejante a una caña bastante frágil que sólo puede responder a un conjunto limitado de problemas. Obligados a decidir entre modelos estadísticos a priori sobre el comportamiento humano, y una comprensión basada en la observación, la experiencia, el juicio y la intuición, algunos de los 'nuevos historiadores' manifiestan actualmente la tendencia a dejarse llevar hacia el segundo modo de interpretar el pasado". [...]

"Existen indicios de un cambio en el problema histórico central, con un énfasis sobre el hombre en medio de ciertas circunstancias más bien que sobre las circunstancias que lo rodean; en los problemas estudiados, sustituyéndose lo económico y lo demográfico por lo cultural y lo emocional; en las fuentes primarias de influencia, recurriéndose a la antropología y a la psicología en lugar de a la sociología, la economía y la demografía; en la temática, insistiéndose sobre el individuo más que sobre el grupo; en la organización, abocándose a lo descriptivo antes que a lo analítico; y en la conceptualización de la función del historiador, destacándose lo literario sobre lo científico. Estos cambios multifacéticos en cuanto a su contenido, lo objetivo de su método y el estilo de su discurso histórico, los cuales están dándose todos a la vez, presentan claras afinidades electivas entre sí: todos se ajustan perfectamente. No existe ningún término adecuado que los abarque, y por ello la palabra 'narrativa' nos servirá por el momento como una especie de símbolo taquigráfico para todo lo que está sucediendo".


3. Bloque III. Grandes rasgos del desarrollo de la cultura desde la antigüedad a época contemporánea.

JACQUES HEERS, La invención de la Edad Media, Barcelona, 2000, p. 31

Hablamos de la caída, o de la decadencia de Roma. Incluso suponiendo cierto consenso en lo referente al sentido de las palabras, como debemos situar el fenómeno, y donde buscar sus raíces? .Acaso, en el exterior, por la llegada y el establecimiento de los barbaros, que constituyen acontecimientos con ritmos distintos y con fases discordantes según las regiones? Fueron infiltraciones o fueron invasiones? Acaso, en el interior, por la corrupción de las costumbres políticas y domesticas? .Por la degradación del sentido cívico, el hastío y la falta de entusiasmo? Debemos también evocar la difusión del cristianismo, los problemas demográficos, algunas circunstancias particulares o catástrofes naturales? O bien, tal como se admitió durante mucho tiempo, ceñirse al hecho político puramente circunstancial; a la abdicación del último emperador de Occidente? Esta última parece hoy una posición demasiado simplista y ajena a los nuevos enfoques. En todo caso, según la elección que tomemos, adelantamos la fecha hasta el siglo I o II de nuestra era, o bien prolongamos los tiempos “antiguos” hasta los siglos V o VI.

Los historiadores, verdaderos conocedores de esos tiempos que se consideran de transición, si no de ruptura, tienen problemas a la hora de fijar esa bisagra incluso de una forma amplia y, afortunadamente, han renunciado a ello. Algunos afirman con razón que en muchas regiones de Occidente la contracción demográfica y topográfica de las ciudades romanas había precedido con mucho tiempo la llegada de los barbaros y, por lo tanto, debería analizarse por sí misma. Otros observan, también con razón, que los reyes de los tiempos “barbaros” no renegaban de todo lo que procedía del pasado romano y que muchas de sus ciudades se inscribían todavía de una forma directa, por sus paisajes, sus monumentos y sus tejidos urbanos, dentro de una tradición antigua, sin solución de continuidad.


4. Bloque IV. Rasgos generales del desarrollo demográfico y económico de distintas civilizaciones a lo largo de la Historia

ROBERT MALTHUS, Primer ensayo sobre la población

“La población, si no encuentra obstáculos, aumenta en progresión geométrica. Los alimentos tan sólo aumentan en progresión aritmética. Basta con poseer las más elementales nociones de números para poder apreciar la inmensa diferencia a favor de la primera de estas dos fuerzas.
Para que se cumpla la ley de nuestra naturaleza, según la cual el alimento sea indispensable a la vida, los efectos de estas dos fuerzas tan desiguales deben ser mantenidos al mismo nivel.
Esto implica que la dificultad de la subsistencia ejerza fuerza sobre el crecimiento de la población una fuerza y constante presión restrictiva. Esta dificultad tendrá que manifestarse y hacerse cruelmente sentir en un amplio sector de la humanidad”.

ERIC HOBSBAWM, Historia del siglo XX

“Para aquellos de nosotros que vivimos los años de la Gran Depresión, todavía resulta incomprensible que la ortodoxia del mercado libre, tan patentemente desacreditada entonces, haya podido presidir nuevamente un período general de depresión a finales de los ochenta y principios de los noventa, en el que se ha demostrado igualmente incapaz de aportar soluciones. Este extraño fenómeno debe servir para recordarnos un gran hecho histórico que ilustra: la increíble falta de memoria de los teóricos y prácticos de la economía. Es también una clara ilustración de la necesidad que la sociedad tiene de los historiadores, que son los “recordadores” profesionales de lo que sus ciudadanos desean olvidar.”