I.0. Introducción al bloque I

La historia construye su discurso moderno a partir del siglo XIX a partir de la aplicación del método científico en su desarrollo disciplinar. Como veremos en el apartado correspondiente, una de las primeras características que tiene la renovación historiográfica del siglo XIX pasa por otorgar un papel fundamental a las fuentes, que se convierten en la herramienta imprescindible para el desarrollo del trabajo del historiador. En esa centuria se desarrollarán los métodos críticos para depurar las fuentes de la manera más precisa posible, aportando todo un bagaje de crítica paleografía y diplomática que, todavía en buena medida, fundamenta la práctica historiagráfica.

Esta valoración de la documentación convierte inmediatamente a los lugares de custodia de los documentos en centros de referencia para el trabajo del historiador. De este modo los archivos y las bibliotecas se convertirán en lugares esenciales para el trabajo histórico. En un primer momento serán los de rango y ámbito nacional. Posteriormente, a medida que se va ampliando el interés historiográfico por las dinámicas locales y regionales y por temáticas ya no exclusivamente vinculadas con el relato histórico de carácter nacionalista, se desarrollará el interés por otro tipo de archivos. Esta evolución en el modo de concebir los archivos llega prácticamente hasta nuestros días, cuando las últimas tendencias de investigación relacionadas con la archivística histórica plantean interesantes y renovadoras propuestas sobre el papel de los archiveros en la construcción de los depósitos documentales con los que hoy contamos para el análisis de la historia.

En ese mismo arco cronológico que asiste a la renovación de la historiografía y que arranca en el siglo XIX debemos enmarcar el desarrollo de otras disciplinas que se conforman como espacios académicos propios, y a los que nos solemos referir como ciencias auxiliares de la historia. De este modo, la sigilografía, la heráldica, genealogía, o incluso las propias paleografía y diplomática de las que ya hemos hablado, se convierten en objetos de estudio en sí mismos, con sus propios métodos de trabajo y cuerpos de investigadores que van perfilando y depurando el trabajo concreto al que dedican su atención. El concepto de ciencia auxiliar deriva del supuesto carácter subsidiario de la información que aportan a la explicación histórica, aunque esta idea merece un debate más profundo, toda vez que la atomización e instrumentación del estudio del pasado hace que cada dato tenga un valor en sí mismo, y para ello el aporte de las ciencias auxiliares en muchas ocasiones se convierte en imprescindible.

A todo ello, además, debemos unir las relaciones que la historia ha ido estableciendo con otras ciencias sociales y humanísticas, desde la filología a la antropología pasando por la sociología, la economía o la geografía, relaciones todas ellas que permiten explicaciones multidimensionales que aportan valor añadido al conjunto de disciplinas que entran en contacto e intercambias reflexiones y conclusiones.

Otro aspecto que veremos en este apartado en relación con la conformación de la disciplina histórica tiene que ver con la configuración del tiempo. Ésta deriva de una construcción cultural, se trata de una realidad propia de cada una de las culturas que han poblado el planeta, y aunque en nuestros días consideremos el tiempo como un elemento objetivable y de carácter universal, el acercamiento al concepto y organización del tiempo en las sociedades del pasado permite comprender las complejas relaciones e interacciones existentes entre economía, cultura, religión y sociedad, que hacen que cada sociedad del pasado tenga su propio ritmo de funcionamiento y particualres modos de medirlo.

Para finalizar, conviene también referirnos a las divisiones tradicionales que el estudio del pasado histórico ha tenido en la historiografía. En este sentido, debemos atender al hecho innegable de que las etapas que van de la prehistoria a la historia contemporánea, pasando por el mundo antiguo, el medieval y el moderno, presentan un marcado carácter eurocéntrico, que únicamente encuentra sentido en la visión que de su propio pasado tienen las sociedades europeas. Pero no podemos suponer que las divisiones temporales derivadas de la concepción occidental del pasado son directamente extrapolables a otros mundos que coexistieron realidad europea de siglos precedentes. Al respecto también veremos en el apartado correspondiente cómo la implementación de nuevos modos de ver el pasado y preguntarnos acerca de él han llevado a proponer diversas periodizaciones que no siempre responden a la tradicional estructuración del pasado que hemos heredado de la historiografía tradicional.

Autor: Roberto J. González Zalacain

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