2. IV.1. Demografía histórica

El estudio de la población mundial supone un reto muy difícil de acometer por parte de los investigadores. Si hay alguna disciplina de la historia que requiera de una cantidad de datos abundante y significativa esa es la demografía histórica, de la que veremos con posterioridad algunas de sus claves metodológicas esenciales. Y, como ya sabemos, para un porcentaje muy elevado de la historia de la humanidad carecemos de fuentes que nos permitan determinar cuánta gente vivió a lo largo del pasado en las distintas sociedades, así como tratar de determinar, siquiera de modo aproximado, cuáles fueron sus variables de funcionamiento en el plano demográfico. 

Hay una serie de términos manejados por los demógrafos, más vinculados a la geografía humana que a la historia, pero que tienen un indudable peso en el estudio de las poblaciones del pasado. Es importante tenerlos en cuenta porque condicionan en buena medida la realidad que se está describiendo. El primero de ellos es el de población humana, que en términos demográficos se corresponde con el conjunto de personas que vive en un territorio determinado y que está definida por una serie de características, tales como su dimensión, lo que se denomina también tamaño o volumen, es decir el número total de personas que componen esa población. Y, la estructura de la población, que se determina por las características sociales y vitales que la definen, del tipo de edad, sexo, estado civil, nacionalidades que habitan en ella, niveles económicos en su interior, etcétera. Y el último de los términos relacionados con la población humana es el de su evolución, que se determina por la interacción de variables dinámicas que modifican, a lo largo del tiempo, el volumen de la población. Estas son la natalidad, la mortalidad, y las migraciones, ya sean de salida del grupo o de recepción de nuevos habitantes. La interacción entre estos cuatro factores determina el aumento o la disminución en el tiempo de una población. 

Pero hay otros términos que también son importantes a la hora de tener en cuenta, desde un punto de vista histórico, cómo pueden ser los de esperanza de vida, que se refiere a la cantidad de años que vive de media una población determinada, o la densidad de población, que implica la toma en consideración del número de habitantes por kilómetro cuadrado que tiene un territorio definido. En este caso es importante, por la estrecha relación existente entre población y recursos, contemplar esta variable a la hora de poder entender determinados procesos que afectan a la evolución de la población. 

A continuación realizaremos una breve aproximación a la demografía histórica a partir de dos apartados. En el primero veremos la evolución que a día de hoy suponemos que tuvo la población mundial, mientras que en un segundo apartado, de corte más metodológico, veremos cuáles son las fórmulas utilizadas por los investigadores dedicados a estos temas para llegar a las conclusiones presentadas.

1. Evolución de la población mundial a lo largo de la Historia

El estudio de la evolución demográfica de las poblaciones del pasado tiene que tener una doble perspectiva de análisis. De un lado ha de analizarse el volumen total de la población del planeta, mientras que por otro lado ha de tenerse en cuenta su distribución en el espacio. 

Las cifras totales estimadas para la población mundial nos indican un cálculo de en torno a un millón de individuos de la especie Homo sapiens sapiens en el conjunto del planeta en torno al momento en que se produce la revolución neolítica y la transición del modo de subsistencia depredador al productor. A partir de ese momento se comienza a producir un aumento de población exponencial a lo largo del tiempo. De este modo se calcula que para el año 8000 a.C. podría haber en torno a ocho millones de habitantes, que llegarían hasta los cincuenta millones en torno al año 1000 a. C., y para el cambio de era se calcula que ya se distribuían a lo largo y ancho del planeta doscientos millones de habitantes. Nuevamente esta cifra crece más de un cincuenta  por ciento hasta la finalización del primer milenio de nuestra era,  llegando a una cantidad estimada de poco más de trescientos  millones de habitantes, y para los inicios de la Revolución Industrial, a mediados del siglo XVIII, habitarían el planeta Tierra un total de casi ochocientos  millones de habitantes.

Hasta ese momento, pese a que el crecimiento sea continuo y evidentemente marque una tendencia clara en cuanto a la variable de tamaño en el conjunto de la especie humana, existían aún una serie de elementos limitantes al crecimiento, basados fundamentalmente en las limitaciones estructurales para la producción de alimentos destinados a alimentar a la población, junto con otros relacionados con los conocimientos sanitarios y los hábitos higiénicos, que hicieron que las posibilidades reales de crecimiento de la población hasta mediados del siglo XVIII tuvieran unos márgenes relativamente limitados.

Sin embargo, esos límites estructurales saltaron en pedazos con el desarrollo de la Revolución Industrial, que hizo que primero en Inglaterra, y posteriormente en el resto del mundo, el crecimiento de la población se multiplicará por diez en apenas doscientos años. Los cambios producidos en los medios de producción y el extraordinario avance del conocimiento sobre la salud e higiene más adecuadas para la especie humana provocó una revolución demográfica, que se empieza a ver con claridad en el siglo XIX pero que adquiere una dimensión inimaginable en el siglo XX, en el que se produce el doble fenómeno de la disminución hasta límites hasta ese momento impensables de la mortalidad, especialmente la infantil, unido a un sostenimiento, y en algunos casos incluso un aumento, de la natalidad. Esta doble realidad generó un aumento de la población de enormes proporciones y con repercusiones en todos los órdenes de la vida. Este proceso histórico se conoce como la transición demográfica, y se estudia en términos numéricos en distintas fases, en las que se pasaría de un antiguo régimen demográfico a un régimen demográfico moderno, con características diferentes en cuanto a natalidad y mortalidad en función de la época concreta a la que nos refiramos. 

Para entender el impacto valga el ejemplo del ámbito artístico. Para los historiadores del arte es un fenómeno sin el cual serían inexplicables todos los procesos de desarrollo urbanístico que se producen en la segunda mitad del siglo XIX en las ciudades industrializadas, que deben crecer a un ritmo vertiginoso para poder acoger a toda la población que está emigrando del campo a la ciudad en busca de sustento,  que se suma a todas las personas nacidas en los entornos urbanos, en esos matrimonios con un número muy elevado de hijos que una vez independizados requieren de viviendas en las que formar sus nuevos núcleos familiares. Esta pequeña muestra ejemplifica bien a las claras lo que condiciona la demografía todos los procesos históricos. No se trata de realizar explicaciones deterministas, en las que las condiciones estructurales de vida de la población mundial expliquen por sí solas todas las acontecimientos que se van desarrollando en una sociedad determinada, sino de contemplar esta variable como característica y condicionante para poder entender el funcionamiento estructural de una sociedad.

Pero, como comentábamos con anterioridad, la demografía histórica no se ocupa únicamente de estudiar cómo ha evolucionado esta población mundial sino que resulta igualmente interesante conocer cuál ha sido su distribución en el espacio lo largo del tiempo.


2. La demografía histórica como disciplina

El interés por el estudio de la población tiene una larga tradición en el ámbito de los estudios sociales. Thomas Robert Malthus, a finales del siglo XVIII, publicó su libro Ensayo sobre el principio de la población, en el que exponía su temor a un colapso de la especie humana, que el pronosticó para finales del siglo siguiente. Según sus cálculos la población, que en aquel momento había comenzado a crecer a una velocidad mucho mayor que la que venía haciéndolo hasta el momento, y que presentaba una progresión  exponencial, no podría ser alimentada por la progresión aritmética de la producción de comida, que de este modo nunca podría llegar a cubrir las necesidades de esa cantidad cada vez más numerosa de población.

Obviamente, las previsiones malthusianas, que han dado lugar a un concepto clave en demografía y economía, el de límite malthusiano, no se cumplieron. La población mundial no colapsó y los problemas derivados de la diferencia entre población y recursos nunca llegó a producirse. Pero este temprano interés en la población puso el foco en un elemento de extraordinaria importancia en la configuración del estudio científico de las sociedades del pasado. Desde este momento la población, entendida en su perspectiva numérica, tiene una importancia cada vez mayor en la comprensión de los procesos históricos.

El siglo XIX asiste a un desarrollo de la demografía en el marco de los estudios geográficos, al calor del progresivo desarrollo de los aparatos burocráticos de los estados nación que se van consolidando en dicha centuria, y que tratan de racionalizar y conocer con mayor precisión todas las estadísticas de sus habitantes. Se generalizan a partir de ese momento los padrones destinados a registrar el conjunto de la, y en ellos se comienzan a recabar datos cada vez más variados, que dan pie a análisis más complejos.

Ya en el siglo XX se produce una intensificación de los estudios de demografía histórica, al calor de las nuevas preocupaciones en torno a la reproducción de la sociedad que se iba andando en plena ebullición del baby boom. En ese momento la demografía, que se había ido desarrollando como una subdisciplina de la geografía humana, comienza a aplicar los métodos de análisis de reproducción de familias a sociedades del pasado, intentando ya no sólo descubrir el volumen total de las poblaciones a lo largo del tiempo, sino también todas las demás variables que la demografía podía conocer de las sociedades del presente. Así, los historiadores comenzaron a interesarse,  para las sociedades del pasado, por la edad a la que las personas contraen matrimonio, el intervalo intergenésico entre hijos a la hora de poder establecer las tasas de fecundidad y tratar de dilucidar pautas culturales de interés para el conocimiento de esas sociedades, la esperanza de vida, etcétera. El problema para el desarrollo de este tipo de propuestas viene determinado por la dificultad de la localización de fuentes susceptibles de ser utilizadas para este tipo de análisis. Únicamente a partir de finales de la Edad Media y comienzos de la Edad Moderna, con la explotación masiva de los libros de registros parroquiales en los que los párrocos registraban los nacimientos, las defunciones y los matrimonios que se producían en su parroquia, se pueden empezar a hacer estimaciones con cierta solvencia al respecto.

Estos estudios de demografía histórica dieron lugar, en conjunción con otras líneas relacionadas con la historia social, a otro campo específico del estudio histórico, el de la historia de la familia, en la que se entremezclan toda una serie de análisis relacionados con el volumen total de la población con la posibilidad de reproducción de las sociedades a partir de sus núcleos básicos, incluso de variables económicas o culturales que también tienen relación con las familias.

En conjunto, el estudio de la población permite estudiar las dimensiones de las sociedades del pasado y sus fórmulas de reproducción. Lamentablemente, depende para su profundidad explicativa de la existencia de fuentes que recojan abundantes datos y, sobre todo, aparqué en el conjunto de la población, algo que no suele ser habitual en todos los testimonios que se nos conservan. En cualquier caso, queda claro que su estudio aporta informaciones muy significativas a la hora de conocer la caracterización de una sociedad concreta.