Bloque temático IV. Rasgos generales del desarrollo demográfico y económico de distintas civilizaciones a lo largo de la Historia
3. IV.2.Historia económica
La historia económica es la subdisciplina dedicada al estudio de los sistemas económicos del pasado, así como al estudio del pasado a través de la economía. Aunque en la actualidad el término sugiera automáticamente la existencia de algunos de los elementos indispensables en nuestra economía actual, como puede ser el dinero, lo cierto es que la historia económica parte de un concepto de la economía más amplio. Entiende por tal el modo en que una sociedad obtiene los recursos necesarios para su subsistencia y su reproducción. Esta definición permite atender los distintos formulaciones que la economía ha ido teniendo lo largo del tiempo, desde fórmulas depredadoras a productoras, o post-productoras, como la que vivimos en nuestros días.
Con esta definición de economía resulta ineludible comenzar una síntesis sobre la evolución de la historia económica mundial por la economía del mundo prehistórico. Las sociedades cazadoras recolectoras tenían unos condicionantes económicos estructurales muy evidentes, y por esa razón el crecimiento durante milenios fue muy lento. Sin embargo, la revolución neolítica y el paso en determinados lugares del planeta de esa economía depredadora a una de base productora implicó una serie de cambios en los modos de organización de las sociedades que llevaron a formas de organización social complejas. Con ellas comienza la aceleración del cambio social que llega hasta nuestros días. Esta agricultura intensiva, que genera por primera vez excedentes y que requiere de una serie de elementos logísticos de almacenaje, mantuvo sus condiciones estructurales hasta bien avanzado el mundo moderno.
Hasta el siglo XVIII la tecnología utilizada en el mundo agrícola no difería en demasía de la que se utilizaba en el mundo neolítico. Y, sin embargo, es evidente que la economía del Antiguo Régimen era mucho más compleja y permitía la reproducción social de grupos humanos mucho más numerosos y complejos que los de la última etapa de la prehistoria. Ello es debido a la existencia de otra de las variables esenciales en el mundo económico, la del intercambio. El intercambio está documentado en sociedades depredadoras, pero es evidente que es en las sociedades productoras, en las que se genera el excedente del que estamos hablando, susceptible de ser intercambiado por otros bienes que provengan de otros grupos, y que propician una progresiva especialización productiva que permite una mayor escala de la economía.
No debemos perder de vista, por otra parte, que la economía es un elemento indisolublemente unido a la sociedad. A pesar de que en nuestros días dé la impresión, cuando se asiste a la exposición de análisis económicos en cualquier telediario, que el funcionamiento de la economía obedece a leyes naturales, cual si fuera el ciclo del agua o la rotación de la tierra alrededor del sol, lo cierto es que las condiciones en las que una sociedad se organiza determinan en buena medida también su economía.
De este modo, la economía de escala que se comienza a dar en el mundo antiguo no habría sido posible sin la existencia de la esclavitud. Aunque hoy sabemos que el modo de producción esclavista que definió Karl Marx no fue tal en toda su extensión, ya que coexistieron a lo largo de toda la antigüedad fórmulas de producción esclavista con trabajo libro semilibre, no es menos cierto que esta figura jurídico-social permitió la utilización intensiva de mano de obra que permitía garantizar los niveles de producción necesarios para el sostenimiento de unas sociedades jerarquizadas y con unas demandas notables de bienes de consumo por parte de las elites.
En el mundo antiguo el sistema económico, por lo tanto, se basa en una combinación entre producción agraria con una fuerte presencia de trabajo esclavista y unas redes de intercambio que garantizaban el flujo de los bienes de consumo entre los grupos sociales acomodados. Y todo ello sin olvidar otro de los elementos fundamentales a la hora de mantener determinados sistemas económicos, la guerra. El ejemplo paradigmático lo puede constituir Roma, la cual en sus más de seis siglos de continua expansión territorial alimentaba su economía a partir de la introducción masiva de esclavos y bienes obtenidos en las capturas más allá de sus fronteras.
Pero, como ya se ha indicado, las condiciones productivas eran básicamente las mismas que varios milenios atrás, y por esa razón cuando la fragmentación política del Imperio Romano eliminó una parte significativa de las rutas comerciales que hasta ese momento habían dinamizado la economía europea, el resultado en términos económicos fue la constitución de numerosos reinos que fueron basando su economía, al menos en los primeros siglos de la Alta Edad Media, en la producción agraria. Ello dio origen a otro sistema económico definido ya desde la obra de Karl Marx, el feudalismo, pasado en la sujeción del campesinado a la tierra y la posibilidad de los señores de obtención de rendimientos extraeconómicos, en forma de trabajos varios o de obligaciones para el uso de las instalaciones del señor, que determinaban unas condiciones de servidumbre muy claras.
El feudalismo como sistema económico pervivió, especialmente a ojos de los historiadores de corte marxista, hasta el final del Antiguo Régimen. Pero lo cierto es que ya desde la segunda mitad del siglo XIV, tras la crisis demográfica vivida por el continente europeo provocado por la gran peste negra, comienza a intensificarse la actividad comercial en los entornos urbanos de la Europa del momento, generando un protocapitalismo que paulatinamente irá desarrollando herramientas y técnicas de cambio y préstamo qué aún hoy utilizamos.
Por tanto, entre los siglos XVI y XVIII coexisten las fórmulas tradicionales de producción agraria con unas cada vez más complejas relaciones comerciales y una mayor reflexión acerca de la economía y su influencia en el desarrollo de los estados. Se empiezan a desarrollar estudios vinculados con estos aspectos económicos, como pueden ser los que calificamos dentro del mercantilismo, que tratan de influir en las políticas económicas de los distintos reinos. Serán la base del pensamiento económico que se desarrollará en el siglo XVIII, y del que Adam Smith y su célebre obra La riqueza de las naciones constituye una de sus muestras más importantes, especialmente desde la perspectiva del liberalismo.
Pero en este siglo XVIII se van produciendo una serie de cambios, como ya se ha comentado en otros apartados, que romperán definitivamente los límites productivos que se venían dando desde prácticamente el comienzo de la producción de alimentos por parte de los humanos. A partir del desarrollo derivado de la Revolución Industrial la capacidad productiva y la racionalización de los procesos económicos permiten hacer crecer exponencialmente las producciones necesarias para la alimentación de las distintas sociedades. Ese fue el fallo de cálculo de la teoría de Malthus, no tener en cuenta que la capacidad de producción de alimentos de los humanos también podía crecer exponencialmente, y de este modo garantizar la producción insuficiente de alimentos para abastecer al conjunto de la población. Incluso hoy, para una cantidad de población significativamente más numerosa que la que vivía en tiempos del demógrafo y economista británico, nadie duda de la capacidad productiva del conjunto de la humanidad para alimentar a toda la población que vive sobre la faz de la tierra. Es evidente que el hambre en el mundo no es una realidad derivada de una insuficiencia técnica, sino que hay otra serie de factores estructurales, relacionados con el reparto de la riqueza o con cuestiones de índole política, que son los verdaderos causantes de que una parte importante de la población mundial no esté suficientemente alimentada.
A estas alturas del curso ya sabemos, porque lo hemos ido viendo en varios de los apartados anteriores, cómo los cambios operados en la segunda mitad del siglo XVIII tienen un impacto en la aceleración de los procesos de cambio social y tecnológico que se dan en la edad contemporánea. Y, como no podía ser de otro modo, el ámbito de la economía es un espacio privilegiado para esta valoración. El siglo XIX se muestra como la centuria en la que el ser humano evoluciona tecnológicamente a una velocidad cada vez mayor, lo cual va teniendo consecuencias cada vez más drásticas en lugares progresivamente más alejados. Son los tiempos del colonialismo europeo, ávido de materias primas cada vez más necesarias para la producción de bienes de consumo. Que, a su vez, son comercializados a lo largo y ancho del planeta.
Pero, como ya vimos en apartados anteriores esta realidad desemboca en la Primera Guerra Mundial, consecuencia directa de las crisis coloniales, y que desde el punto de vista económico implica la intensificación de maquinarias productivas destinadas al conflicto más grande vivido en el planeta hasta ese momento. Este aumento productivo continuó tras el fin del conflicto, especialmente en las zonas de los vencedores, como por ejemplo los EE.UU. Esa década de los años veinte vive un proceso paralelo de desarrollo intenso de la producción y de pauperización de la clase trabajadora, que continuaban subsistiendo en unas condiciones de vida precarias. El modelo vivió además un momento crítico tras el crack del 29, que implicó una reacción en cadena desde el punto de vista económico y una serie de consecuencias políticas, que determinaron el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
En paralelo a todo este proceso hay que reseñar que, por primera vez, se había experimentado, a partir de la revolución rusa, una fórmula de producción económica basada en una interpretación ya determinada en los trabajos de Karl Marx y que se planteaba como alternativa económica al capitalismo liberal que triunfaba en el resto del planeta.
El final de la Segunda Guerra Mundial implicó el triunfo definitivo, en una parte importante del planeta, del sistema económico capitalista, con la creación además de algunas entidades internacionales aún hoy vigentes, como el Banco Mundial y el FMI, así como la utilización del dólar como moneda de cambio internacional. Por su parte, en el otro bloque que se conforma a partir de esa época, bajo la supervisión de la Unión Soviética, otro grupo de países practicó la vía económica socialista, logrando tasas de crecimiento económica muy significativos.
La crisis del petróleo de 1973 provocó por su parte una serie de cambios muy notables, especialmente en el campo de las economías liberales, que paulatinamente fueron adoptando políticas más neoliberales frente a las alternativas de inversión estatal que habían tenido éxito hasta ese momento. En el plano de la economía de los países socialistas la crisis se fue agudizando hasta desembocar, finales de la década de los 80, en la implosión de la Unión Soviética y en el fin del modelo político soviético.
Todo este proceso económico que se desarrolla en el siglo XX transcurre paralelo a la continuación el progresivo abandono del mundo rural hacia el mundo urbano, que a su vez comienza a diversificar su oferta laboral y ya no se centra exclusivamente en el sector secundario, sino que en él el sector terciario va adquiriendo cada vez más importancia.
Hoy en día una parte muy significativa de la población mundial vive del sector servicios, mientras que los sectores productivos que abastecen de alimentos y bienes de consumo apenas ocupan a la cuarta parte de la población mundial. Desde un punto de vista de evolución histórica es un dato sumamente significativo, toda vez que en las primeras sociedades productoras la práctica totalidad de sus integrantes debía participar en las labores agrícolas. Por tanto, la historia económica de la población humana es, en definitiva, una historia de la terciarización, que evidencia además que para producir los bienes necesarios para cubrir las necesidades básicas de la población mundial hay recursos y población suficientes. Ahora bien, el propio concepto de necesidades básicas tiene un fuerte carácter cultural, y no se entiende igual para todos los periodos de la historia.