Fragmentos

  

¿Cómo fue posible el feminismo y en qué consiste?

Amelia Valcárcel (2019). Ahora, feminismo. Cuestiones candentes y frentes abiertos. Ediciones Cátedra, Universitat de València. Pp. 27-30.

 

Introducción

El feminismo, como movimiento social pero también como tendencia filosófica, ha  transformado la manera en la que hombres y mujeres nos relacionamos en el mundo y no solo la práctica y la teoría moral contemporánea. Amelia Valcárcel, una de las autoras que han protagonizado las discusiones en torno al feminismo en nuestro país, esboza en ¿Cómo fue posible el feminismo y en qué consiste? la manera en que las luchas y la reflexión feministas surgieron en el contexto de la Modernidad, no –por cierto– vía generación espontánea, sino en continuidad con algunos rasgos e ideas presentes ya en la filosofía barroca. Además de este origen, Valcárcel destaca cuatro características que dan razón del feminismo y explica, en esencia, la vinculación del feminismo europeo con la Ilustración. 

   


Hay dos preguntas que se relacionan y, con todo, deben separarse: ¿qué ha hecho posible al feminismo?, ¿qué ha hecho el feminismo? Contemplemos un gran cuadro, las Meninas. Ninguno de sus personajes puede ver el cuadro; pero, aunque estuvieran vivos y no pintados, tampoco verían el cuadro, porque para verlo hay que salirse de él. Entonces es cuando se ve. El feminismo fue posible porque llevó a cabo algo que hizo toda la teoría política europea para salir del Antiguo Régimen: dar un paso fuera del cuadro. Situarse a cierta distancia y observar. Poder decir «mira, esto es lo que pasa». Ese pequeño paso es el enorme salto teórico que va de las sociedades del Antiguo Régimen a las sociedades modernas. Es el paso a la autorreflexión, a poder verse y juzgar desde ese nuevo lugar qué nos pasa. Eso hizo la Modernidad. El feminismo solo intentó seguir ese paso, pero lo siguió bien, con exactitud y medida; porque el feminismo es el hijo, la hija si queréis, más serio, adelantado, consciente, coherente y lúcido del pensamiento barroco ilustrado. Probablemente era un hijo no querido, pero salió perfecto. 

Consiste en cuatro cosas, dicho con brevedad. Una teoría que señala lo que es relevante y cómo ha de ser interpretado el mundo. Dos, una agenda que indica qué hay que hacer. Tres, un movimiento, esto es, una serie de gente que se compromete con la agenda para llevarla adelante. Y cuatro, un conjunto de acciones no especialmente dirigidas o solo parcialmente dirigidas. Digamos, resultados laterales de las acciones que la agenda emprende. ¿Cuánto feminismo llevamos desde 1673? Más de tres siglos, en tres grandes olas. La buena cronología ayuda mucho. La primera, de 1673 a 1792. Lo marco así por dos grandes obras teóricas, desde Poulain de la Barre, en su De la igualdad de los dos sexos, hasta la Vindicación de los Derechos de la Mujer de Mary Wollstonecraft en 1792. Más de un siglo. Esta es la primera ola del feminismo. Se caracteriza, como conjunto teórico-explicativo, por una base en el racionalismo cartesiano y una expresión político lockeana. Sabemos que es así porque los sucesivos panfletos, escritos, etc., de este siglo y pico están llenos de sus suposiciones y su terminología. Esta primera fase produce una plétora de escritos. Si buscamos en las bibliotecas, se nos presentan avalanchas, montones de escritos, de cartas, de pequeños folletos, que constituyen la polémica feminista durante el siglo ilustrado. Y recordemos que nadie escribe sobre algo polémico sin haberlo hablado previamente. Existe una enorme literatura y debió de existir un debate aun mayor. 

El feminismo viene de la Ilustración europea, aunque arranca previamente de la filosofía barroca. Pero es en el Siglo de las Luces cuando toma su primer gran impulso. Ese siglo, que es una larga polémica en torno a la más variada tópica (el lujo, el gusto, las artes y las ciencias, la superstición, los textos sagrados, las formas de estado, los temperamentos… y tantas otras), inaugura como polémica la igualdad de ingenio y trato para las mujeres. El XVIII, que es el origen de nuestro mundo de ideas, de gran parte de nuestro marco institucional y de bastantes modos de vida actuales, es también la fuente de nuestro horizonte político e incluso del horizonte de reformas sociales y morales en el que todavía estamos viviendo. Ese siglo singular presenta el primer feminismo como una de las partes polémicas del programa ilustrado. 

Subrayar este origen ilustrado del feminismo pienso que consigue distinguir lo que es literatura política feminista de una serie de pensamientos, también polémicos, que se producen recurrentemente en la tradición europea desde el siglo XIII. En los albores de la Baja Edad Media y en el entorno del nacimiento y expansión del gótico ciudadano y las formas civilizatorias bajomedievales, nacen toda una serie de nuevos modos e ideas que suelen resumirse bajo el nombre de «amor cortés». En tal entorno surge una literatura peculiar que llamaré «discurso de la excelencia de las nobles mujeres» y que tiene sus cultivadoras y cultivadores, así como usos sociales inequívocos. Sirve para proporcionar modelos de autoestima y conducta a las mujeres de las castas nobles. Glosa a reinas, heroínas, santas y grandes damas del pasado, reales o ficticias, y a través de ellas ofrece modelos de feminidad que contribuyan a la creación de cortesía en el grupo de poder. Este «discurso de la excelencia» no se produce sin disenso: tiene como paralelo continuado una literatura misógina, por lo común clerical pero también laica, que, a su vez, viene de remotos orígenes. Ambos, el discurso de la excelencia y el misógino, compiten hasta el Barroco de forma casi ritualizada. Uno exalta las virtudes y cualidades femeninas y da de ellas ejemplos. Otro se ensaña en los defectos y estupidez pretendidamente ingénitos del sexo femenino con una plantilla de origen que habría de remitirse a los Padres de la Iglesia o incluso a Aristótelees. Filóginos y misóginos repiten los mismos ejemplos y argumentos sin jamás llegar a acuerdo –ni quizá pretenderlo– en una disputa tan ritualizada como la de Don Carnal y Doña Cuaresma. Unos y otros no ponen tampoco en duda el marco común: que las mujeres han de estar bajo la autoridad masculina, sino que discrepan en lo que toca al respeto que haya de acordárseles. Porque es eso, el derecho a la dignidad y al respeto de seres esencial y funcionalmente separados, lo que se pone en común. En el mejor de los casos, la pretensión más a la que cabe apelar, si la disputa se resuelve a favor de las mujeres, es la que resume Calderón en El alcalde de Zalamea: «Puesto que de ellas nacemos, no digas mal de mujer». Pero tampoco cambies nada. El mundo estamental, a fortiori, contempla como legítima la desigualdad entre los sexos; es un mundo esencialmente desigual. La Modernidad comienza a separarse de él. El feminismo corta con el pensamiento heredado y lo hace durante una polémica que dura más de un siglo; una polémica hoy casi olvidada pero en la que intervienen muchos autores y autoras, corrientes o las mejores cabezas, tanto a favor como en contra. Un mundo nuevo que se abre con la expansión geográfica y la nueva cronología armado para orientarse con un nuevo mundo de ideas.

 

Amelia Valcárcel

España, 1950. Filósofa. Dentro del feminismo filosófico, identificada con la llamada corriente de la igualdad. Entre sus obras destacan Hegel y la ética (1989) y Del miedo a la igualdad (1994). Además: Sexo y filosofía (1991), El concepto de igualdad (1994), La política de las mujeres (1997), Los desafíos del feminismo ante el siglo XXI (2002), Feminismo en el mundo global (2009), entre otros.

  


El afecto paternal

Mary Wollstonecraft (2005). Vindicación de los derechos de la mujer [1792]. Ediciones Istmo. Pp. 251-254. 

 

Introducción

Mary Wollstonecraft, autora de una de las obras seminales del feminismo europeo, vivió como escritora (infrecuente en su tiempo) en una Inglaterra influida por las ideas de la Revolución Francesa. En su obra, Wollstonecraft muestra muy claramente la condición de las mujeres, marcadas por la violencia de los hombres, la precariedad, la dependencia y la falta de reconocimiento.

En el fragmento escogido, Wollstonecraft confronta el afecto paternal, brutal y hasta perverso, con la posición subsidiaria de la madre. Podríamos inferir de esta comparación la configuración de un modelo de padre (siempre varón) dueño de la autoridad y de la capacidad de decisión sobre la familia, frente a una madre sin apenas estas posibilidades, y que debe, por tanto, contestar el derecho divino y tradicional de los maridos.

 

El afecto paternal es, quizá, la modificación más ciega del egoísmo perverso, ya que no contamos con dos términos, como los franceses, para distinguir la búsqueda de un deseo natural y razonable de los cálculos ignorantes de la debilidad. Los padres quieren a sus hijos con frecuencia del modo más brutal y sacrifican el resto de sus deberes para promover su ascenso en el mundo. Para promover, tal es la perversidad de los prejuicios sin principios, el bienestar de los mismos seres cuya existencia presente amargan con la extensión más despótica de su poder. El poder, de hecho, siempre es fiel a su principio vital, porque reinaría en cualquier forma sin control o averiguación. Su trono se levanta sobre un abismo oscuro que ningún ojo osa explorar por miedo a que su estructura sin fundamento se tambalee bajo la investigación. La obediencia, la ciega obediencia, es la divisa de los tiranos de todo tipo, y para hacer la «seguridad doblemente segura», una especie de despotismo apoya al otro. Los tiranos tendrían motivo para temblar si la razón se convirtiera en la regla del deber en alguna de las relaciones de la vida, porque la luz se extendería hasta que surgiera un día perfecto. Y cuando esto pasara, cómo sonreirían los hombres a la vista del espantajo ante el que se asustaron durante la noche de la ignorancia o el crepúsculo de la tímida indagación.

El afecto paternal, de hecho, solo es en muchas mentes un pretexto para tiranizar donde puede hacerse con impunidad, porque únicamente los hombres buenos y sabios se contentan con el respeto que soporta la discusión. Convencidos de que tienen derecho a aquello en lo que insisten, no temen a la razón o a examinar los temas que se repiten en la justicia humana, porque creen firmemente que cuanto más lúcida sea la mente, más profundas raíces echarán los principios justos y simples. No se basan en recursos o conceden que lo que es cierto según la metafísica pueda ser en la práctica falso, sino que, desdeñando los cambios del momento, esperan con calma hasta que el tiempo, al sancionar la innovación, silencie los silbidos del egoísmo o la envidia.

Si el poder de reflexionar sobre el pasado y de hacer volar la mirada penetrante para contemplar el futuro es el gran privilegio del hombre, debe admitirse que algunos disfrutan de esta prerrogativa en un grado muy limitado. Todo lo nuevo les parece erróneo y no son capaces de distinguir lo posible de lo monstruoso; tienen miedo donde no debería haber lugar para este sentimiento, alejándose de la luz de la razón como si fuera un tizón, aunque nunca se han definido los límites de lo posible para parar la mano tenaz del innovador.

No obstante, la mujer, esclava del prejuicio en toda situación, rara vez ejercita su afecto maternal con lucidez, ya que o descuida a sus hijos o los mima con caprichos inapropiados. El cariño que sienten algunas mujeres por sus hijos es, como ya lo he señalado, muy tosco, porque erradica todo destello de humanidad. Justicia, verdad, todo lo sacrifican por estas Rebecas y, con el pretexto de sus hijos, violan los deberes más sagrados, olvidando la relación común que une a toda la familia en la tierra. Además, la razón parece señalar que aquellos que consienten que un deber o afecto acabe con los demás no tienen mente o corazón suficientes para cumplir con ese de modo consciente. Entonces pierde su aspecto venerable y toma la forma fantástica de un capricho.

Como el cuidado de los hijos en su infancia es uno de los grandes deberes unidos al carácter femenino por la naturaleza, aportaría argumentos muy poderosos para fortalecer el entendimiento femenino si se considerara de modo apropiado.

La formación de la mente debe comenzarse muy pronto y el carácter, en particular, requiere la atención más juiciosa, atención que no puede prestar una mujer que solo quiere a sus hijos porque son los suyos y que no busca el fundamento de su obligación más allá de los sentimientos del momento. Esta carencia de razón en sus afectos es lo que hace que la mujer caiga tan a menudo en los extremos y sea tanto la más cariñosa de las madres como la más descuidada y desnaturalizada.

Para ser una buena madre, la mujer ha de tener juicio y esa independencia mental que pocas de las que han sido educadas para depender por completo de sus maridos poseen. En general, las esposas sumisas son madres necias; deseosas de que sus hijos las quieran a ellas más, se ponen en secreto contra el padre, al que se muestra como un espantapájaros. Cuando es necesario un castigo, aunque hayan ofendido a la madre, el padre debe ejecutarlo; ha de ser el juez de todas las disputas. Pero discutiré este tema más de lleno cuando trate de la educación privada. Ahora solo quiero insistir en que si no se amplía el entendimiento de la mujer y se vuelve más firme su carácter, nunca tendrá el suficiente juicio o el suficiente dominio de sí misma para dirigir a sus hijos con propiedad. Su afecto maternal, de hecho, rara vez merece ese nombre, cuando no la lleva a amamantarlos, porque el cumplimiento de este deber está calculado por igual para inspirar afecto maternal y filial. La obligación indispensable de hombres y mujeres es cumplir con las que originan afectos, los medios más seguros para evitar el vicio. Creo que el afecto natural, tal como se le denomina, es un lazo muy tenue; los afectos deben surgir del ejercicio habitual de una mutua afinidad, ¿y qué afinidad fomenta una madre que manda a su hijo con la niñera o solo lo recupera para enviarlo a la escuela?

En el ejercicio de sus sentimientos maternales, la Providencia ha proporcionado a la mujer un sustituto para el amor, cuando el amante se vuelve solo un amigo y la confianza mutua toma el puesto de la admiración excesiva; entonces el hijo tensa poco a poco la cuerda relajada y la mutua preocupación produce de nuevo una afinidad mutua. Pero un hijo, aunque sea una prenda para el cariño, nunca lo avivará si tanto el padre como la madre están contentos con transferir su carga a los criados, porque quienes delegan sus obligaciones no deben murmurar si pierden la recompensa: el afecto paternal produce el deber filial. 

Mary Wollstonecraft 

Inglaterra, 1759-1797. Escritora. Proveniente de una familia de tejedores, Mary Wollstonecraft se dedicó a escribir profesionalmente, por lo menos, desde 1787, cuando se instaló en Londres. Algunas de sus primeras novelas son: Mary (1787) y Reflexiones sobre la educación de las hijas (1787). En 1790, cuando ya ha entrado en contacto con círculos radicales y anarquistas, publica su Vindicación de los derechos del hombre, y en 1792, Vindicación de los derechos de la mujer.


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Última modificación: sábado, 21 de noviembre de 2020, 20:35