Fragmentos

 

El feminismo: ¿Cenicienta o Pepito Grillo de la Ilustración?

Celia Amorós (2000). Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y postmodernidad. Ediciones Cátedra, Universitat de València. Pp. 137-140.
 
Introducción

El fragmento que presentamos a continuación es elocuente: preocupado por la igualdad entre los hombres, el siglo de las Luces se ha olvidado de iluminar la igualdad de la mujer. También lo es la referencia a Poullain de la Barre (1647-1725), antecedente del feminismo filosófico identificado por las autoras reunidas por Celia Amorós en torno al Seminario Feminismo e Ilustración. Poullain de la Barre fue discípulo de Descartes y un convencido de que la mente no tiene sexo y, por lo tanto, debe defenderse la igualdad entre hombres y mujeres ante el prejuicio de la inferioridad de las mujeres.

 

Cristina Molina, investigadora de las relaciones entre Ilustración y Feminismo, ha podido considerar este último como un punto ciego de las Luces: «La Ilustración no cumple sus promesas (universalizadoras y emancipatorias) y la mujer queda fuera de ella como aquel sector que las Luces no quieren iluminar... Sin la Sofia doméstica y servil, no podría existir el Emilio libre y autónomo». Reconoce, sin embargo, que para la emancipación femenina «fuera de la Ilustración no hay más que el llanto y el crujir de dientes...». También para el feminismo, pues, el legado ilustrado es ambiguo y su valoración compleja. Por su parte, Amelia Valcárcel, en su análisis de las posibilidades y limitaciones del juego emancipatorio de los ideales ilustrados, ideó un algoritmo compositivo ingenioso y sugerente donde se contrastaba la desigual explotación histórica de las posibilidades combinatorias de la matriz ilustrada. Con su permiso, me he permitido completarlo situando a Poulain de la Barre en la cuadricula, vacía para nuestra autora, correspondiente a la combinación de los énfasis en la igualdad... sin menoscabo, sin embargo, de la libertad, sino precisamente por ella.

El cuadro podría quedar así, respondiendo Poulain a lo que para A.Valcárcel figuraría entre interrogantes: 


Mi propuesta de completar el cuadro iría en la línea de la elaboración de ese concepto de la libertad que pide el filosófo español Manuel Ballesteros: frente al desgarramiento de las opciones entre la libertad y la igualdad que el Oeste y el Este han llevado a cabo respectivamente, habría que reconstruir y explorar un concepto de la libertad que, más allá de la estrecha idea del liberalismo, implicara en sí misma «la apertura ética del espacio de la igualdad». Pues bien, Poulain nos ofrece una sugerente articulación de las ideas de libertad y de igualdad. Lo que para nuestro autor deslegitima e irracionaliza la subordinación de la mujer es la radical igualdad de todos los seres humanos en su sujeción a la falibilidad y al prejuicio: no hay así razón suficiente, en sentido leibniziano avant la lettre, para que nadie incline su asentimiento ante nadie:

Para empezar por el principio, reconoceréis imprudente dar nuestra aprobación a lo que un hombre os dice, por la simple razón de que lo afirma, ya que en esta igualdad debemos creer a nosotros mismos tanto como a los demás. Si nos rendimos ante alguien, por la misma razón debería él rendirse ante nosotros, y cada uno en particular ante todos los demás igualmente y cargarse con las opiniones y las suposiciones de todos sus semejantes, al no haber razón para preferir uno a otro (Poulain de la Barre, De l’éducation).

De este modo, hay en Poulain de la Barre una relación profundamente orgánica entre libertad e igualdad: la igualdad de todos los hombres y mujeres determina que yo no pueda ni deba guiarme más que por la libertad, entendida como capacidad autónoma de suspender el juicio en tanto que no me aparezcan las ideas claras y distintas desprendiendo una evidencia que no puede ser sino mi evidencia. Soberanía de la facultad de juzgar, en suma. Como lo dice el propio Poulain en boca de Estasímaco: «No entiendo por [libertad de la mente] una libertad ciega y temeraria propia de los llamados libertinos, sino una libertad juiciosa y esclarecida, fundada en el amor a la verdad, sin hallarse sujeta ni constreñida por la prevención, el error, la ignorancia y el escrúpulo». No deja de haber resonancias, en esta concepción de cuño tan cartesiano, de la idea paulina: «la verdad os hará libres». Igualdad implica este modo de libertad. Pero también libertad implica igualdad, ya que el bon sens, que se plasma en el ejercicio del método, es coextensivo a la especie. Así dirá Poulain en De l'excellence des hommes: «el amor a la libertad lleva a la mayoría de los hombres a hacer esfuerzos extraordinarios para disfrutar plenamente de la igualdad natural que existe entre ellos». El que hombres y mujeres posean, en lo concerniente a determinadas funciones, cuerpos distintos no debe ser obstáculo para el sentimiento de igualdad. Tienen en común –lo que para un cartesiano es indudable– l'esprit. Y, aunque los cuerpos sean diferentes, l'esprit está unido al cuerpo correspondiente a cada uno de los sexos y «de la misma manera» (frente a la trampa de Rousseau para quien, en el libro V de El Emilio, tener un cuerpo sexuado solamente tiene consecuencias para la mujer, al decir del varón que habla como sujeto desde la posición del neutro). Para Poulain, «Dios une la mente al cuerpo de la mujer del mismo modo que al del hombre, y los une por las mismas leyes. Los sentimientos, las pasiones y las voluntades realizan y mantienen esta unión, y como la mente no opera de un modo distinto en un sexo que en el otro, es igualmente capaz de las mismas cosas». Esta senda de igualdad es una senda difícil, que sólo se reconstruye si se construye, que sólo se transita haciendo «camino al andar»... Apostemos al menos por que no sea, como diría Jacobo Muñoz, «otra senda perdida»... 

 

Celia Amorós

España. 1944. Filósofa. Inició, en 1987, el Seminario Permanente Feminismo e Ilustración en la Universidad Complutense de Madrid. El Seminario se convirtió en un referente para el feminismo y el pensamiento filosófico español que ha continuado su desarrollo como núcleo de investigación y anima, hasta hoy en día, un curso sobre teoría feminista. Entre las obras de Amorós podemos mencionar, además de la obra del fragmento: Hacia una crítica de la razón patriarcal (1991), Feminismo y filosofía (2000) y la coordinación de los tres volúmenes, junto a Ana de Miguel, resultado de la investigación del Seminario Teoría feminista. De la Ilustración a la globalización (2005). 


 

¿Mujeres iguales o diferentes?

Luce Irigaray (1992). Yo, tú, nosotras. Ediciones Cátedra, Universitat de València. Pp. 9-11.


 

Introducción

El siguiente fragmento no podría ser más disímil y polemizar con la perspectiva de la igualdad del texto anterior, pero de entrada, de poco nos sirve en el contexto de este curso tan breve entrar en polémica: la exigencia de igualdad (del feminismo de la igualdad) no supone la indiferenciación o la negación de las particularidades de los sexos. Sin embargo, sí que es provechoso pensar que, desde el enfoque macro de una historia construida a partir de la dominación de los hombres, el modelo de igualdad dista de ser neutro y podría coincidir con el modelo de lo masculino.

 

Reclamar la igualdad, como mujeres, me parece la expresión equivocada de un objetivo real. Reclamar la igualdad implica un término de comparación. ¿A qué o a quién desean , igualarse las mujeres? ¿A los hombres? ¿A un salario? ¿A un puesto público? ¿A qué modelo? ¿Por qué no a sí mismas?

Un análisis mínimamente riguroso de las pretensiones de igualdad las justifica en el plano de una crítica superficial de la cultura, pero desvela su naturaleza utópica como medio de liberación para las mujeres. Su explotación está basada en la diferencia sexual y sólo por la diferencia sexual puede resolverse. Ciertas tendencias de nuestra época, ciertas feministas de nuestro tiempo, reivindican ruidosamente la neutralización del sexo. Neutralización que, de ser posible, significaría el fin de la especie humana. La especie está dividida en dos géneros que aseguran su producción y su reproducción. Querer suprimir la diferencia sexual implica el genocidio más radical de cuantas formas de destrucción ha conocido la Historia. Lo realmente importante, al contrario, es definir los valores de la pertenencia a un género que resulten aceptables para cada uno de los sexos. Lo indispensable es elaborar una cultura de lo sexual, aún inexistente, desde el respeto a los dos géneros. A causa de las distintas etapas históricas: ginecocráticas, matriarcales, patriarcales, falocráticas, nuestra cultura permanece vinculada a la generación, y no al género sexuado. Quiere ello decir que la mujer debe ser madre y el hombre padre dentro de la familia, pero que carecemos de valores positivos y éticos que permitan a los dos sexos de una misma generación formar una pareja humana creadora y no meramente procreadora. Uno de los principales obstáculos para la creación y el reconocimiento de tales valores es el dominio, más o menos velado, de modelos patriarcales y falocráticos en el conjunto de nuestra civilización desde hace ya siglos. Es de pura y simple justicia social reequilibrar el poder de un sexo sobre el otro, dando, o devolviendo, ciertos valores culturales a la sexualidad femenina. Tal necesidad es hoy más clara que en el momento de la redacción de El segundo sexo.

Sin pasar por una etapa como la que hemos descrito, las feministas corren el peligro de estar trabajando por la destrucción de las mujeres; más generalmente, de todos sus valores. En efecto, el igualitarismo consagra a veces demasiada energía al rechazo de ciertos valores positivos y a la persecución de quimeras. De ahí las crisis, el desaliento, las regresiones periódicas de los movimientos de liberación femenina; su falta de continuidad en la Historia.

La igualdad entre hombres y mujeres no puede hacerse realidad sin un pensamiento del género en tanto que sexuado, sin una nueva inclusión de los derechos y deberes de cada sexo, considerado como diferente, en los derechos y deberes sociales.

Los pueblos se dividen continuamente en rivalidades tan secundarias como sangrientas, sin percibir que su primera e irreductible división es la de los dos géneros. Desde este punto de vista, nos encontramos aún en la infancia de la cultura. Urge que las luchas de las mujeres, los núcleos femeninos de la sociedad, y, sobre todo, cada mujer por separado, tomen conciencia de la importancia que tienen sus objetivos. Tales metas tienen que ver con el respeto a la vida y a la cultura, con el paso incesante de lo natural a lo cultural, de lo espiritual a lo natural. La responsabilidad y la ocasión de las mujeres corresponden a una etapa en la evolución del mundo y no a una competición más o menos lúcida o negativa dentro de un mundo en vías de cambio donde la vida se encuentra amenazada en varios aspectos. 

Respetar a Simone de Beauvoir significa continuar la obra teórica y práctica de justicia social que ella condujo a su manera, y no volver a cerrar el horizonte de liberación que abrió para muchas mujeres, y para muchos hombres... Un horizonte para el que, sin duda, recibió inspiración de sus paseos por el monte, en medio de la naturaleza. Su interés y sus escritos sobre este tema me parecen uno de los mensajes que no debemos olvidar.


Luce Irigaray

Bélgica (nacionalidad francesa). 1930. Lingüista, psicoanalista y filósofa. Es una de las principales figuras del feminismo de la diferencia. En los sesenta frecuentó el seminario de Lacan, autor con el que rompe en su obra Espéculo. De la otra mujer, de 1974. En 1982 accede a la cátedra de Filosofía en la Universidad de Róterdam.



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Última modificación: sábado, 21 de noviembre de 2020, 16:08