I.3. Fuentes

0. Introducción 

Las fuentes constituyen el elemento esencial para el trabajo del historiador. Entendemos por fuente histórica todo aquello que contenga información, en cualquier tipo de soporte, que permita un conocimiento, directo o indirecto, de la realidad del pasado histórico que se está estudiando. Sin fuentes no hay historia. Se puede debatir al respecto de las posibilidades de acercarnos a una verdad histórica concreta, como veremos en alguno de los bloques siguientes, pero lo que es indudable es que un trabajo histórico riguroso parte del análisis de las fuentes, no de cualquier otro tipo de argumentación o elucubración. 

Existen varias posibilidades para clasificar los distintos tipos de fuente con los que cuentan los historiadores para desarrollar su trabajo. Una primera diferenciación puede partir de la relación de la propia fuente con el objeto de estudio. De este modo, podemos distinguir entre fuentes directas o indirectas, también definidas en ciertos textos académicos como fuentes primarias o secundarias. En el primero de los casos nos estaremos refiriendo a todos aquellos elementos informativos que estén directamente vinculados con el objeto de estudio que estamos analizando, mientras que en el segundo caso se corresponde con informaciones, habitualmente de carácter historiográfico, que aportan información ya elaborada sobre ese tema en cuestión.  

No se trata de una distinción única y excluyente. En muchas ocasiones una misma fuente puede ser primaria o secundaria en función del objeto de estudio que se esté analizando. Por ejemplo, podemos entender que la obra El capital, de Karl Marx, es una fuente primaria para todos aquellos estudios sobre la figura de este pensador decimonónico, o aquellos que giren sobre el pensamiento económico del siglo XIX. Y, sin embargo, la consideraremos como fuente secundaria si estamos analizando el feudalismo medieval como modelo de organización social, también estudiado por Marx en su obra (y de ahí su interés para su estudio), pero sin una relación directa en el tiempo y el espacio. 

Un segundo criterio de clasificación de las fuentes utilizado muy habitualmente es aquel que parte del soporte material que presentan, y del modo en el que se conserva la información susceptible de ser utilizada en el marco de la investigación histórica. Así, podemos distinguir entre fuentes escritas, epigráficas, numismáticas, iconográficas, audiovisuales, arqueológicas, etc. 

Pero, conviene insistir en que estos criterios clasificatorios no son excluyentes, en muchas ocasiones debemos combinar distintas etiquetas a la hora de definir una fuente en concreto. Y, en todo caso, siempre debemos tener en cuenta que el carácter y la definición de la fuente están directamente relacionados con el objeto de estudio para el que se destina. 

 

1. Las fuentes escritas 

Aunque la evolución historiográfica de las últimas décadas ha ampliado de manera notable el abanico de fuentes susceptibles de ser utilizadas en la investigación histórica, lo cierto es que todavía las fuentes escritas constituyen el fundamento básico de la mayor parte de la historiografía. En este sentido conviene hacer una primera precisión inicial que nos lleve a distinguir entre los dos grandes tipos de fuentes escritas qué coexisten en la oferta de información para la investigación histórica. Así, tenemos por un lado las fuentes impresas, conservadas tanto en archivos como en bibliotecas, y por otro a las fuentes documentales, fundamentalmente conservadas en los archivos.  

En el primer apartado, el de las fuentes impresas, debemos incluir todas aquellas obras que ofrecen información de indudable interés para los historiadores, y que son el resultado de un procedimiento editorial. En función de cuál sea nuestro tema de investigación podemos manejarnos con fuentes literarias, cuyo análisis permite no sólo conocer el universo cultural de la época en la que fueron creadas sino que además permite profundizar en aspectos ideológicos o sociales implícitos en el desarrollo de esas obras. Por su parte, las fuentes de carácter normativo o jurídico ofrecen un marco de referencia esencial para el estudio de las organizaciones estatales a partir de la Edad Moderna e incluso para aspectos de indudable trascendencia social como pueden ser todos aquellos vinculados con la violencia o la criminalidad. En otro orden temático también nos podemos acercar a manuales de carácter científico-técnico, esenciales para comprender el conocimiento científico de una época determinada. Y, por supuesto, no debemos finalizar este somero repaso, realizado sin ningún ánimo de exhaustividad, sin mencionar la valiosa aportación que para los estudios de historia política pueden tener las propias narraciones históricas, del tipo de crónicas u otros textos similares, o incluso todas aquellas biografías y memorias escritas por personalidades de distintas épocas, y que ofrecen una información y perspectiva difícilmente alcanzables a través de otras fuentes de estudio.  

En el segundo tipo de fuentes escritas debemos contemplar todas aquellas fuentes de archivo que ofrecen testimonio escrito de toda la actividad realizada por los productores de la documentación en el pasado. En esta clasificación conviene traer a colación todo lo que hemos visto ya en el apartado anterior relacionado con los distintos tipos de archivo. En función del archivo en el que se custodie esta documentación escrita las tipologías documentales variarán, desde la documentación real o estatal (en función de las épocas) a la documentación notarial, pasando por la documentación judicial o la de rango local. Y lo mismo podemos decir de la documentación eclesiástica, de la que ya vimos que existen distintos niveles en la jerarquía archivística que implican la custodia de unos tipos de documentación distintos en función de cada caso. Pero en todas ellas lo que prima es el carácter escrito de la información contenida, que en ocasiones se complementa con otras posibilidades, con menor frecuencia de presencia pero igual o incluso superior valor informativo, y que nos remiten a análisis iconográficos, numismáticos, sigilográficos o heráldicos para la obtención del toda la información contenida en esas fuentes. 

 

2. Fuentes arqueológicas y la arqueología de la arquitectura 

La Arqueología es una disciplina esencial para la explicación histórica. Aunque lo más habitual es relacionarla con el estudio de las épocas prehistóricas o de las primeras etapas de la historia de la humanidad, lo cierto es que en los últimos años su potencial explicativo se ha ampliado mucho al comenzar a generalizarse los estudios arqueológicos de épocas más recientes, entendiendo por tales las que van desde la Edad Media hasta la actualidad. 

Es evidente que para el estudio de la Prehistoria únicamente podemos valernos del registro arqueológico, y es en ese campo en el que más se han desarrollado las investigaciones arqueológicas. Pero también para la Antigüedad, y para las etapas más recientes, la Arqueología ha permitido documentar muchos elementos de la vida económica y social de esas sociedades. Sin olvidar que es en contextos arqueológicos en los que aparecen, en un porcentaje prácticamente mayoritario de los casos, todos esos testimonios escritos en soporte sólido que vimos en el apartado anterior que se estudian desde la Epigrafía. 

En épocas más recientes el estudio arqueológico ha permitido acercarnos a muchos elementos de la vida cotidiana o de la ocupación del espacio que se escapan entre los dedos para todos aquellos que únicamente se limitan a la consulta de fuentes escritas. A ellos debemos sumar la pujante vitalidad de campos de estudio como la Arqueología Industrial, que han puesto el foco sobre determinados elementos de índole histórico-patrimonial hasta ahora no contemplados por los estudios historiográficos tradicionales. 

En este sentido, también se debe destacar para el estudio de la Historia del Arte una subdisciplina que está aportando interesantísimos resultados para la documentación de los procesos constructivos en el ámbito arquitectónico. La conocida como Arqueología de la arquitectura permite comprender, a partir de un riguroso método de análisis, los procesos de conformación estructural y decorativa de los edificios a lo largo de toda su existencia, ofreciendo interesantes resultados al respecto de la comprensión del edificio como un proceso, y no como un objeto inerme que ha permanecido inalterado a lo largo de toda la historia.  

Todo este conjunto de fuentes arqueológicas supone un caudal informativo de gran valor, que permite en algunos casos elaborar interpretaciones históricas que de otro modo sería imposible de realizar, y en otros complementar la información disponible arrojando luz sobre aspectos poco documentados o ni siquiera mencionados en la documentación escrita. 

 

3. Fuentes iconográficas 

No se concibe un apartado destinado a la explicación de las fuentes históricas en el marco de un curso destinado a historiadores del arte sin siquiera mencionar las fuentes iconográficas y pictóricas. Para el caso de la Historia del Arte no sólo son la principal fuente de estudio, sino que son en buena medida el propio objeto de estudio. Pero, más allá de esta realidad, que el lector interesado deberá profundizar en bibliografía específica destinada la Historia del Arte, lo cierto es que todas estas manifestaciones artísticas también constituyen importantes fuentes de información para el conocimiento de la sociedad, economía, cultura o política de épocas precedentes.  

La vinculación entre arte y poder a lo largo de las distintas etapas históricas ha aportado una significación específica y un contenido ideológico concreto a una parte muy importante de lo que hoy conocemos bajo la etiqueta de “obras de arte”. Además, muy especialmente a partir del Renacimiento, con su interés en la plasmación de la realidad observada por el artista, las fuentes pictóricas se convierten en elementos de información que de manera visual aportan toda una serie de informaciones relacionadas con la vida cotidiana u otras facetas de la sociedad del momento que de otro modo serían de difícil acceso y comprensión para los historiadores interesados en el conocimiento de esos períodos.  


Autor: Roberto J. González Zalacain

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