5. II.4. Escuelas y tendencias historiográficas

0. Introducción. El pensamiento histórico a lo largo de la historia 

Existe en toda sociedad algún tipo de conciencia sobre el pasado. El ser humano se define como tal por ser un ser social, y estas agrupaciones humanas que son las sociedades, tengan las dimensiones que tengan, se constituyen en grupos heterogéneos en su composición, tanto en una perspectiva de género como de edad. En todas las sociedades han convivido personas de distintas generaciones, lo que genera una noción de continuidad en el tiempo y de existencia de algo anterior a la propia realidad de cada uno de los individuos que componen el grupo. Ahora bien, qe podamos definir la existencia de esta concepción del pasado comunitario no implica, ni mucho menos, que todas las sociedades del pasado hayan tenido una noción similar, y mucho menos equivalente al concepto de historia de la nuestra. Hay que tener en cuenta que gran parte de la historia de la humanidad ha sido protagonizada por sociedades ágrafas, que no tenían capacidad para fijar por escrito las tradiciones del pasado. Por eso en buena medida esa necesidad de rememoración o elaboración del pasado más o menos remoto del grupo al que pertenecen los individuos se materializaba a modo de relatos míticos o de recitaciones genealógicas.  

Será con la aparición de la escritura cuando comencemos a detectar en distintas sociedades toda una serie de elementos de este tipo, que no se limiten ya simplemente a explicar el pasado del grupo sino que, de algún modo, comiencen a aportar explicaciones más o menos explícitas del porqué del desarrollo de las sociedades. Será a partir de ese momento, y con especial significación con el desarrollo de la historiografía en la antigua Grecia, cuando se vaya conformando una disciplina histórica destinada no solo a conocer los acontecimientos del pasado sino, de algún modo, a utilizarlo en su presente. Veamos en el siguiente apartado cuáles son las claves explicativas de este desarrollo historiográfico. 

 

1. El desarrollo del pensamiento histórico hasta la Ilustración 

El desarrollo de la escritura, vinculado de manera indisoluble al de las primeras civilizaciones urbanas en el Creciente Fértil próximo oriental propicio la posibilidad de la plasmación escrita de mitos, intervenciones divinas o cualesquiera acontecimientos desempeñados por el ser humano al que acabamos de referirnos. En Egipto y Mesopotamia tenemos constancia de las primeras listas de reyes en torno al tercer milenio a.C. aproximadamente, junto con otros materiales del mismo tipo cuya función primordial era la de servir de elemento de legitimación del poder central. En un contexto cercano, en el antiguo Israel, la literatura que se nos ha conservado a través del Antiguo Testamento también ofrece toda una serie de rasgos de interés al respecto de la remembranza de acontecimientos del pasado.  

Esta literatura histórico-religiosa que se da en el mundo israelita es coetánea a la que tradicionalmente se considera como época fundacional de la disciplina histórica, que se da en la antigua Grecia en torno a los siglos VI y V a.C. En el mundo griego clásico no fue solo la historia la que tuvo un desarrollo espectacular en aquella época, sino que estuvo acompañada de otras áreas del saber, tales como la filosofía, la geometría o la aritmética, junto con la vertiente dramática materializada en la tragedia y la comedia, que hablan en conjunto de un marco cultural de extraordinaria riqueza y potencial creativo. Esto fue posible gracias a la realidad socioeconómica del momento, que unía a una generalización de la economía mercantil las crisis políticas que se generalizaron en ese entorno y que dieron lugar al surgimiento de tiranías y democracias en las poleis griegas. 

En ese contexto desarrolló su tarea un grupo de escritores habitantes de la región del Asia Menor y que la tradición identifica como logógrafos, de los cuales Hecateo de Mileto (c. 550 a.C.- 476 a.C.) es el más conocido. Son los primeros que cuestionaron las leyendas mitológicas, abogando por una escritura basada en la veracidad de los hechos. A partir de ese punto de partida, será Herodoto de Halicarnaso (c. 484- c. 425 a.C.), el más conocido historiador de la época, y considerado todavía hoy como el padre de la historia. Autor de unas Historias, en las que exponía el desarrollo de las Guerras dicas, sentó las bases del relato histórico de carácter racional, crítico y vinculado a una investigación personal por parte del autor. Esta misma línea siguió Tucídides (460 - c. 396 a.C.), autor de una historia de la Guerra del Peloponeso que también es considerada una obra fundacional de la historiografía, por su capacidad narrativa y pretensión de veracidad. Con la labor de los historiadores queda marcada claramente la distinción entre relato histórico y mítico, basado en la noción de verdad. 

Esta tradición historiográfica griega tuvo su continuidad en el ámbito romano. La influencia griega sobre la cultura romana trasciende con mucho el ámbito historiográfico, pero es de resaltar que en él podemos identificar algunas líneas de continuidad extraordinario interés. Quizás el autor que mejor ejemplifica esta conexión es Polibio (200-118 a.C.), quién manejó por primera vez la noción de historia universal, y que como griego trasladado al mundo romano ejemplifica de manera muy clara esta conexión entre ambos mundos. Tras Polibio, las obras de otros autores como Plutarco (c. 50- c. 120), Tito Livio (59 a.C.-17 d.C.) o cito (c. 55-c. 120) también suponen una muestra de los principios básicos de la tradición historiográfica clásica, que cumplía una triple función social. Por un lado formaba parte de la instrucción moral, cívica y religiosa de la comunidad. Además, contribuía más específicamente a la educación de los integrantes de las clases dirigentes romanas, destinados a gobernar la República o el Imperio, y que encontraban en nuestra disciplina una suerte de magistra vitae de la cual extraer lecciones políticas, militares o constitucionales. Finalmente, la tercera faceta de la historiografía en el mundo clásico era la del entretenimiento intelectual de la élite cultivada grecorromana. 

En el seno del mundo romano surgió, en el entorno de las provincias orientales del imperio y en el seno de la religión judía, una nueva religión que con el paso del tiempo se convertiría en dominante, el Cristianismo. Para el momento en el que podemos dar por concluda la época de esplendor del Imperio Romano en todo el continente europeo ya se había convertido en la religión oficial imperial. Hay que tener presente que su conjunto doctrinal contiene toda una serie de elementos de explicación del pasado explicado bajo parámetros de agencia divina en el devenir de los acontecimientos que indudablemente determinaron el devenir de la disciplina en los siglos siguientes. El historiador cristiano en el mundo medieval abandonó, por tanto, el papel de investigador racionalista que había tenido la historia desde tiempos de Herodoto para convertir su discurso sobre el pasado en un relato de la voluntad divina en el marco de una explicación de la salvación de la humanidad que trataba de explicar tanto el pasado como el presente de la sociedad del momento. 

En esta nueva manera de explicar el pasado de las sociedades debemos citar especialmente a Agustín de Hipona (354-453), y su célebre obra La ciudad de Dios. Pero no fue el único, y también Eusebio de Cesárea (c. 263-339) o Paulo Orosio (c. 383- c. 420), y algo más tarde Isidoro de Sevilla (c. 556-636), forman parte de la nómina de intelectuales altomedievales que realizaron esta transición del relato historiográfico grecorromano al cristiano. 

Pero, en paralelo a esta manera de entender la historia también ha de señalarse que, en el progresivo desarrollo y consolidación de los distintos reinos medievales y en sus respectivos entornos cortesanos, en ellos fue desarrollándose toda una literatura cronística destinada a la narración de los acontecimientos seculares que se iba dando en ellos. Estas crónicas recuerdan algunas de las claves descriptivas manejadas por el mundo clásico en cuanto a la temática, absolutamente profana, pero se mantenían todavía muy alejadas de la intención de veracidad o de la búsqueda información que habían caracterizado a los principales autores grecorromanos. En este apartado podemos hablar de autores como Gregorio de Tours (538-594), Beda el Venerable (c. 672-735) o, ya más avanzado el mundo medieval, la labor que se desarrolla en el entorno cortesano de Alfonso X el Sabio de Castilla (1221-1284). 

El tránsito entre la Edad Media y la Moderna, con las transformaciones de toda índole que se desarrollan en el seno del mundo europeo, fueron modificando también la practica historiográfica. La recuperación del mundo grecorromano operada en el Renacimiento había permitido la incorporación de algunas de las mejores producciones historiográficas clásicas, a lo que se ha de unir el progresivo debilitamiento del poder religioso frente a los poderes seculares que, paulatinamente, fueron imponiendo sus propias fórmulas de explicación y justificación del pasado para sostener su posición en el presente. En el marco de esta recuperación del pasado aplicada al pensamiento político renacentista debemos mencionar a figuras como Petrarca (1304-1374) o Nicolás Maquiavelo (1469-1527), que actualizaron la consideración del pasado y su utilización en el presente que estaban viviendo.  

Se abre a partir de ese momento una nueva realidad intelectual que se ve sacudida a lo largo del siglo XVI por el impacto de la Reforma y las disputas subsiguientes entre católicos y protestantes, que propiciaron un cada vez mayor interés por el estudio crítico y documental para discriminar de manera más clara cuáles eran los documentos históricos principales. Es inevitable citar en este sentido a Jean Mabillon (1632-1707) quien dio un impulso esencial al método histórico crítico al publicar en 1681 su obra famosa De re diplomática, en la que establecía las normas básicas para estudiar los documentos históricos, lo que hoy conocemos como “Diplomática precisamente por esta misma razón. Era un método que se debía encargar de analizar, verificar y autentificar estos documentos para tratar de identificar posibles interpolaciones y modificaciones que se hubieran podido realizar en ellos, para de este modo evitar posibles fraudes en su utilización. 

Es por tanto a partir de 1681 cuando ya se dispone de un aparato erudito crítico, al que se pueda añadir toda una serie de herramientas de análisis filológico, paleográfico, cronológico o numismático, que vayan dotando de herramientas analíticas a la disciplina histórica. 

 

2. El impacto de la Ilustración en el pensamiento histórico  

Sobre estas bases, el impacto en el siglo XVIII del pensamiento ilustrado en la historia es muy notable. No hay que perder de vista que la historia, como se ha señalado, había sido explicada en buena medida por parte de los historiadores cristianos como una suerte de evolución basada en la providencia divina, lo que restaba al agente humano cualquier tipo de potencial explicativo. Pero las transformaciones intelectuales operadas en todos los sentidos, propiciadas por los científicos y filósofos ilustrados, generaron una consideración del tiempo como factor de evolución y progreso y la consolidación de una conciencia temporal que determinaba las claves fundamentales de la actividad humana. Y, por supuesto, es clave la ubicación del ser humano en el centro del discurso explicativo de la realidad. 

Entrando ya en el siglo XIX, el foco de desarrollo historiográfico debe centrarse en Alemania, tradicionalmente considerada como lugar de surgimiento de la moderna ciencia de la historia, basada en la combinación de la tradición histórico-literaria y de la labor de erudición documental. Y todo ello aderezado con una concepción racionalista del desarrollo humano que dotaba de sentido explicativo al contenido de la información extraída de la documentación. 

 

3. La historiografía del siglo XIX 

Se considera tradicionalmente la obra de Barthold Georg Niebuhr (1776-1831), profesor de la Universidad de Berlín, como el pionero en el uso del nuevo método histórico crítico que dará lugar a la escuela historicista alemana. En su obra Historia Romana, publicada entre 1811 y 1812, se alejaba por primera vez del relato de los acontecimientos dejado por Tito Livio y los restantes historiadores clásicos y abogada por un trabajo directo con las fuentes epigráficas y literarias, analizadas bajo el prisma de la crítica filológica y documental.  

A partir de su labor encontramos otros nombres de similar impacto en la historiografía posterior, como por ejemplo el de Leopold von Ranke (1795-1886), dedicado al mundo medieval y de la primera modernidad, y que se jactaba de no tratar de darle a la disciplina ningún carácter moralizante didáctico, al modo de los historiadores de épocas precedentes, sino simplemente de tratar de mostrar lo que había sucedido en realidad. Por supuesto, para ello había que realizar exhaustivas búsquedas de documentos en los archivos que luego eran concienzudamente sometidos a proceso de verificación y autentificación, con el objetivo de elaborar el discurso histórico. Esta concepción empirista del trabajo del historiador tenía el correlato en esa filosofía de la historia conocida como Historicismo, que señalaba la unicidad e irrepetibilidad de los acontecimientos del pasado. Es decir, que se basaba en el convencimiento de que todo fenómeno humano era único irrepetible en el tiempo y en el espacio. 

Aunque es relativamente habitual encontrar en la bibliografía especializada la identificación de los historicistas alemanes con el Positivismo, lo cierto es que desde una perspectiva puramente filosófica no deben entenderse como sinónimos, ya que frente a esta exclusividad de cada acontecimiento y personaje histórico que propugnaba el Historicismo se confronta la idea positivista, encarnada fundamentalmente por el francés Augusto Comte (1798-1857), quién abogaba por el estudio de la sociedad tratando de encontrar leyes generales de funcionamiento, en el marco del desarrollo del método científico que operaba en el mundo occidental decimonónico. 

El tercero de los grandes nombres de la historiografía alemana es el de Theodor Mommsen (1817-1903), otro brillante autor dedicado al mundo romano, al que dedicó algunos de sus más brillantes estudios desde múltiples perspectivas. 

Una de las claves explicativas de la nueva realidad de la disciplina en el siglo XIX se manifiesta en un detalle que comparten los tres autores que acabamos de señalar, el de su desempeño como profesores universitarios. Es en este siglo XIX en el que se asiste a una profesionalización del trabajo del historiador, que se va vinculando progresivamente al ámbito universitario de la época. En Francia, por ejemplo, se funda en las primeras décadas del siglo XIX la Ecole des Chartes, escuela dedicada al análisis, bajo el mismo prisma de estudio crítico propugnado por los historicistas alemanes, de la documentación histórica. Junto con estas instituciones se van creando también, al calor del progresivo desarrollo del nacionalismo y de los estados-nación decimonónicos, toda una serie de instituciones vinculadas con el pasado, tales como archivos históricos nacionales o bibliotecas nacionales, que facilitarán la labor de los historiadores tanto para la recopilación documental como para el análisis crítico.  

Más allá de la historiografía alemana debemos referirnos a lo que ocurría por esas fechas en otros contextos histórico-culturales, como el francés o el británico. En el primero ya hemos hecho mención a la figura de Augusto Comte, el padre de la Sociología, pero también hay que mencionar la obra de Jules Michelet (1789-1874), quién realizó un innovador análisis de la Revolución Francesa apenas medio siglo después de su desarrollo. El gran valor de la obra de Michelet es el de vincular la explicación de los conflictos políticos e ideológicos con la de las condiciones sociales y económicas del momento en que estos ocurrieron. 

 

Por su parte, la historiografía británica tiene en Thomas Babington Macaulay (1800-1859) a su principal valedor en el siglo XIX. Fue el autor de una Historia de Inglaterra desde la entronización de Jacobo II en la que plantea un relato desde una perspectiva más sociocultural de las actividades humanas hasta llegar a la visión del presente en el que escribía, que él plantea como próspero y tolerante merced a su condición de wigh. 

Pero, indudablemente, junto con los autores que se han ido reflejando hasta el momento merece un capítulo especial la obra de Karl Marx (1818-1883), escrita en buena medida en colaboración con su compañero Friedrich Engels (1820-1895), y realizada bajo una filosofía materialista con vocación revolucionaria y una evidente vertiente política. Karl Marx elaboró una explicación del desarrollo de los acontecimientos históricos basada en una propuesta materialista y en una visión dialéctica de las relaciones humanas y de los fenómenos históricos, que explican las transformaciones ocurridas a lo largo de la historia como el resultado de una confrontación entre clases sociales. El desarrollo de la teoría materialista de la historia, hoy ampliamente superado en su carácter explicativo general, generó sin embargo un torrente de conceptos útiles para la comprensión de las sociedades del pasado y de su desarrollo histórico que a día de hoy todavía forman parte del bagaje esencial del trabajo historiográfico. 

Como se puede comprobar por este breve relato del desarrollo historiográfico, en el siglo XIX se asiste al despliegue de buena parte de las perspectivas de análisis histórico que llegan hasta hoy más o menos evolucionados. Desde la base del escrupuloso trabajo crítico con la documentación de todo tipo susceptible de ser utilizada para la construcción del discurso histórico, las distintas formas de entender el desarrollo histórico, que van desde la preponderancia de los temas políticos a la aparición del interés por los sociales y culturales, pasando por el despliegue de toda una teoría materialista de la historia, la marxista, que ofrece una explicación completa del desarrollo del proceso histórico, muestra muy claramente la diversidad de posibilidades existentes en el panorama historiográfico del momento. Se trata, sin duda, de una base sin la que sería imposible entender el desarrollo de la historia en el siglo XX.  

 

4. La Historia en el siglo XX 

De ella debemos destacar en primer lugar a la conocida como Escuela de Annales, basada en la revista homónima fundada en 1929 por Lucien Febvre (1878-1956) y Marc Bloch (1886-1944), cuyo propósito pasaba por ofrecer una alternativa temática la historiografía dominante, que se interesaba fundamentalmente por las temáticas militares y diplomáticas. Para ello tomaron una parte importante del enfoque analítico marxista pero descargado de su carácter explicativo como teoría, a lo que le añadieron el interés por otras disciplinas que vinculaban el estudio de la historia con esos enfoques sociales y culturales que ya hemos visto que algunos historiadores decimonónicos habían anticipado. Así, se tomaron herramientas conceptuales y analíticas de la Geografía, la Estadística, la Lingüística, la Arqueología, etcétera, y se trataba de combinar todo ello en un solo modelo analítico. Tras la Segunda Guerra Mundial su éxito se expandió por buena parte del mundo occidental, a partir de lo que se ha dado en conocer como la Segunda Generación de Annales, ejemplificada en la figura de Fernand Braudel (1902-1985), quien asumió en 1956 la dirección de la revista. A él le debemos la obra paradigmática del enfoque estructural geohistórica que caracterizaría buena parte de la labor de la escuela. En El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II (1949) Braudel estudiaba ese espacio geográfico transnacional a lo largo de todo un siglo a partir de la toma en consideración de tres distintos tipos de temporalidad. En la base de su discurso se encuentra el tiempo de larga duración, la Longue durée, en el que se encuentran las estructuras de la historia, entendiendo por tales el marco geográfico, determinadas realidades de carácter biológico, cuestiones ligadas a los límites de la productividad o elementos espirituales y de mentalidad. Por encima de este tiempo estaría el de la duración media, o coyuntura, en el que debemos situar los procesos sociales, económicos y culturales que habitualmente los historiadores manejamos en ciclos, entrando en este apartado elementos demográficos, económicos o culturales. Finalmente, el tercer nivel y el de más corto radio de alcance es el tiempo del individuo o del acontecimiento, la historia episódica, a la que hasta ese momento en buena medida los historiadores habían prestado atención, y que se revela en este esquema de Braudel simplemente como un tipo de acontecimientos, que aunque tengan impacto en el devenir de las sociedades, lo cierto es que este es mucho menos significativo que los cambios operados en los dos niveles temporales de más larga duración. 

A partir de este esquema historiográfico los historiadores seguidores del modelo de Annales se dedicaron a estudiar, a partir de la incorporación de metodologías innovadoras procedentes de otras disciplinas, los procesos de media y larga duración en los que el papel del individuo se diluía en favor de los grandes bloques sociales compuestos por personajes anónimos. 

La tercera generación de Annales, de la que historiadores como Jacques Le Goff (1924-2014) constituían sus referentes primordiales un paso más allá de sus predecesores y desarrollaron una concepción de la historia a la que denominaron la nueva historia en el sentido de que trataban de abarcar un mayor público potencial. Con especial interés en las aportaciones de la antropología, y claramente influidos por la labor de filósofos cómo Michel Foucault (1926-1984), en este nuevo giro historiográfico los historiadores de Annnales recuperaron el interés por la historia política y por el acontecimiento, aunque narrado con intención antropológica y estructuralizante, a la par que se siguieron llevando a cabo trabajos en la línea de los que se venían realizando con anterioridad, abriendo mucho más el abanico teórico-metodológico de sus estudios 

Desde finales del siglo XX se detecta una cuarta y última generación en la revista, encabezada por historiadores como Roger Chartier (1945-), que abogan por la consideración de los elementos culturales como determinantes a la hora de comprender los procesos históricos. 

En este siglo XX, a la par que en Francia y sus zonas de influencia historiográfica se había desarrollado con fuerza esta escuela de Annales en sus sucesivas fases, otra escuela historiográfica impactó de manera clara en el quehacer de la investigación histórica. Se trata de la escuela historiografía de tradición marxista que se desarrolla en Gran Bretaña, especialmente a partir de la Segunda Guerra Mundial, y más concretamente cuando en 1952 se fundó la revista Past and Present. El conjunto de historiadores que se encuentra detrás de esta escuela está poblado de nombres esenciales para la historiografía de prácticamente todas las épocas, ya que debemos citar al arqueólogo Vere Gordon Childe (1892-1957), al medievalista Rodney Hilton (1916-2002), al modernista Christopher Hill (1912-2003), al icono de la escuela, el historiador de la etapa contemporánea Eric Hobsbawm (1917-2012), o al economista Maurice Dobb (1900-1976). Todos ellos en mayor o menor medida, y con las particularidades propias de su propio quehacer historiográfico y de la época a la que prestaron su atención, desplegaron un análisis historiográfico basado en una lectura mucho menos anquilosada de la obra de Karl Marx que se estaba desarrollando en aquel tiempo en otros contextos, y con especial vigor especialmente en la Unión Soviética.  

Desde el plano metodológicos la investigación combinaba la aplicación de buena parte de la terminología de corte estructuralista y raíz marxista junto con determinadas aplicaciones situadas en el marco de la tradición de historia social y cultural británica de la que ya se ha hablado para épocas anteriores. En conjunto, su obra, junto con la de historiadores algo posteriores como Edward P. Thompson (1924-1993) y su clásico trabajo sobre La formación de la clase obrera en Inglaterra (1963), renovaron buena parte de la terminología aplicada por la tradición marxista, como por ejemplo los conceptos de clase y lucha de clases, flexibilizándola y permitiendo su utilización en contextos explicativos en los que hasta ese momento no habían sido posible hacerlo. 

Por su parte, en Estados Unidos se desarrolló también a partir de la Segunda Guerra Mundial una nueva corriente historiográfica, basada en el uso masivo de datos y la realización de exhaustivos análisis matemáticos para la obtención de las respuestas de investigación. A esta corriente, conocida como Cliometría, se deben estudios realizados a partir de la aplicación de esos análisis cuantitativos de largo alcance, como por ejemplo los que analizaron el impacto del ferrocarril en el desarrollo económico de los Estados Unidos o la realidad comparativa de la vida de los esclavos sureños frente a la clase obrera asalariada norteña también en el contexto de los Estados Unidos. Su potencial explicativo queda muy limitado por su dificultad para ser desarrollada con ausencia de fuentes susceptibles de ser utilizadas para ellos, que a nivel general nunca se pueden dar probablemente antes del siglo XVIII, por lo que su principal legado pasa por resaltar el valor explicativo del análisis estadístico en aquellos contextos en los que las fuentes y el objeto de investigación permiten el despliegue de este tipo de metodologías de análisis. 

 

5. El debate historiográfico en el siglo XXI 

Con el desarrollo en paralelo de estas tres grandes escuelas historiográficas se llega al momento clave de finales del siglo XX, en el que a la caída del muro de Berlín y el propio devenir de buena parte de los estudios históricos llevados a este momento devinieron en una fragmentación y atomización de la explicación histórica, que resultó en un panorama en el que, a día de hoy, no parecen existir paradigmas explicativos con ambición de explicación global de los procesos históricos.  

El peso de la filosofía posmoderna, materializada en el caso de la historia con presupuestos teórico-metodológicos como los del Giro Lingüístico, han dado lugar a un cuestionamiento de la posibilidad de llegar a lograr leyes generales de algún tipo en el marco la explicación histórica. Ello, unido al impacto derivado del progresivo reconocimiento de la historiografía feminista o de los estudios subalternos y poscoloniales, han llevado a una situación actual en la que no existe apenas coincidencia entre los historiadores a la hora de reconocer unos mínimos para su disciplina. La subespecialización es cada vez más evidente, y el panorama profesional en la actualidad está plagado de congresos hiperespecializados en los que las personas especializadas en determinadas temáticas o vinculadas a prácticas teórico-metodológicas concretas se reúnen sin tratar de encontrar explicaciones globales para la disciplina.  

No obstante, en un porcentaje muy elevado de todos estos trabajos, al menos sigue prevaleciendo una exigencia de rigor metodológico en el tratamiento de las fuentes y una, si no intención de veracidad, al menos sí honestidad intelectual que sigue diferenciando el trabajo de las historiadoras e historiadores del de cualesquiera otras personas dedicadas a otros ámbitos de la reflexión humana.